viernes, 31 de octubre de 2014

FACHOS DE FEISBUC

Kramer piensa.
El desafío es complejo dada la hora de la madrugada en la cual tal situación se presenta, las ocho de la mañana no es un momento especialmente diseñado para el análisis sutil pero bueno, es lo que hay.
Kramer escucha las noticias y piensa, analiza, contextualiza.
Kramer decide que ya ha encontrado su vocación.
“Cuando sea grande, yo quiero ser fascista”
No se asombren, las ocho de la madrugada son ásperas a veces.
Yo quiero ser fascista se dice Kramer, pero no un facho completo, de cabeza pelada, borcegos y camisa negra. No por lo menos con este calor. No.
Yo quiero ser un fascista de mensaje a la radio, un nazi de red social, un justiciero de feisbuc.
Kramer piensa.
Yo quiero ser uno de esos tipos que tienen todas las soluciones. O mejor, esos que tienen la misma solución para todo.
Piensa Kramer que en realidad lo que se ha logrado es la simplificación absoluta del mundo contemporáneo, la respuesta a todos los interrogantes antropológicos desde Levi Straus para acá.
El facho 2.0 entendió el modo, la manera. Si siempre es el otro el que tiene la culpa y ese otro no tiene solución posible dentro de su esquema moral natural (porque la naturaleza se guía por la moral, todos lo sabemos) ergo ese otro sobra. Por consiguiente es lícito eliminarlo.
No solamente es lícito sino que es casi obligatorio.
Entonces, si algo es obligatorio la responsabilidad no existe.
Y Kramer, desde chiquito, siempre quiso ser un irresponsable.
Kramer piensa.
Y se da cuente de que lo mejor de ser un facho de red social es la posibilidad de pedirle, casi ordenarle a otro que se encargue de negros, locos, putos, lesbianas, aborteras, divorciados, pobres y bomberos.
Una sola luz de alarma se prende en el cerebro de Kramer, y es el hecho de que el facho de tuiter no piensa que él podría ser alguna vez el otro de alguien. Y ahí nomas se da cuenta de que tal situación no se plantea, ya que el facho 2.0 ES alguien, por lo que nunca podría ser el otro.

Acto seguido Kramer se ata los cordones y sale al mundo.

domingo, 5 de octubre de 2014

CARLINA

Carlina mira por la ventanilla.
El paisaje es el mismo de hace unos meses, pero en sentido es opuesto. Segunda vez hacia el sur, otra vez la ruta de ida. O de regreso, porque Carlina ya no sabe
cuál es el punto de partida del viaje o de la historia. Ya no sabe cómo
diferenciar si el viaje determina la  historia, o si es al
revés.
Mira los postes de electricidad y de alambrado, el verde oscuro de la soja transgénica y tenaz. Si hubiera leído entendería la relación entre la
planta y el cáncer que se llevó a su viejita, pero Carlina apenas sabe firmar, sumar
y restar lo que le enseñaron cuando bajó a Buenos
Aires. Le dijeron que más no necesitaba, que saber mucho no es bueno ni
necesario.
Carlina era chica, apenas señorita, cuando la Señora pasó por el
pueblo y paró, con su marido y los chicos, en el comedor en el que trabajaba su
viejita. La piba atendía las mesas para sumar una moneda y a la Señora le gustó lo
educadita que era, lo limpita que parecía. Dicen que hubo plata de por medio,
nadie puede asegurarlo porque nadie vio nada, y a las diez de la noche del día siguiente Carlina se tomó el colectivo
. La Señora la esperaba en la Estación de Retiro. El auto
era grande, alemán, más cómodo que la pieza en la que ella dormía con sus
tres hermanas.
La casa estaba protegida por una pared gigantesca bien larga y bien alta, partida
al medio por una reja de hierro forjado, “artesanal”, decía la Señora, y a Carlina le
gustaba la palabra. Se acordaba del puesto de comidas a la orilla del río, allá en su
pueblo. Decía Chipá. Comidas caseras y cerveza artesanal, decía el cartel que
invitaba a pasar y sentarse. La reja, en cambio, no dejaba pasar a nadie, “Sirve para dejar
afuera a los extraños”, decía la Señora. A los negros y a los paraguayos decía el
Señor, y agregaba “a los paraguayos malos, no a los buenos como vos”. Carlina quería aclararle que ella era argentina como él, o como sus hijos, pero no se animaba. “Vos sos buena paraguayita” decía el Señor. “Gauchita” dirían después los hijos entre risas.
La pieza de Carlina había sido un depósito al fondo de la casa, cruzando el patio, “el jardín”, decía la Señora. Los perros se acostumbraron rápido a su presencia. En las conversaciones domésticas el depósito nunca fue la habitación de Carlina, todavía era el depósito o, como mucho, “La cueva de la paraguaya”, como le decía el Señor. Cuando los chicos crecieron pasó a ser “La cuevita del amor”. Con plata podés comprar muchas cosas, pero la creatividad y el buen gusto vienen o no. En fin.
Carlina nunca fue bonita pero era discreta, o callada, todo depende del contexto. Pero estaba a mano, así que los chicos sólo tuvieron que cruzar el jardín para debutar o para sacarse las ganas de ahí en adelante. Derecho de
pernada, dirían los libros; hijos de tigre, decía el Señor cuando se hablaba del tema en asados de hombres.
Por la ventanilla la noche se hace larga. Carlina vigila el asiento de la ventanilla; no se anima a dormir, tiene el sueño pesado y podría pasar cualquier cosa. Pero no, nada pasa y el viaje será normal, sin sobresaltos. La dejaron cambiar de asiento a uno doble desocupado, la ayudaron a subir, la dejaron pasar en las filas. Parece que todavía queda gente buena, o educada al menos. Como la Gallega, la doctora del Periférico de Beccar que la atendió las tres veces y las tres veces le explicó cómo cuidarse, pero no sabía que la Señora no la dejaba salir, y que por eso se tenía que escapar. 
O como el Doctor Alejandro, de la Maternidad, que la recibió las tres veces después de ponerse las pastillas que la Señora le conseguía de un amigo farmacéutico del Centro porque una cosa es un bebé querido y otra un polvo desafortunado, según decía el Señor. “¿Otra vez te caíste, Carlina? Otra vez che Doctor. Casa peligrosa esa Carlina. Es verdad che Doctor.” Tres veces había tenido ese diálogo y a la cuarta el Doctor Alejandro la ayudó a escaparse. “Volvete a tu pueblo y no vengas más por acá” le dijo. Hasta le había dado la plata para el pasaje.
Cuando la noche se termina, el colectivo se detiene en Panamericana y Thames. Carlina se baja con ayuda y mira hacia adelante, hacia el Centro. No necesita ir allá, esta vez nadie  la espera en la Estación de Retiro. Hace ya un año que se fue a su pueblo, donde ya nadie la esperaba. Su viejita se había muerto, de su padre nunca supo, sus hermanos se habían ido. 
Cómo sobrevivió no lo sabemos y tal vez no importe tanto. 
Le ofrecen un remís, no lo acepta, le preguntan si puede sola y dice que sí, que gracias, que va acá cerca nomás. No lleva mucha carga ni por mucho tiempo.
Cruza la Autopista, llega a la Avenida, encuentra la pared y la reja “artesanal”. De una de las molduras cuelga el bolso, abierto apenas para que el bebé respire. Está bien abrigado y en el colectivo ella le ha dado el pecho por última vez.
Con un alfiler de gancho fija la tarjeta que dice “Una cosa es un bebé querido y otra un polvo desafortunado”. 
Toca el timbre y se va.

miércoles, 1 de octubre de 2014

PLATO FRÍO

Bernardi siente la vibración del celular en el bolsillo de la camisa leñadora, mete la mano y lee: “Campbell está por salir para la plaza”. Apaga el teléfono. Si nada falla, habrá llegado el día. Entra a la portería del Edificio de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, donde trabaja y vive desde hace treinta años. Busca la funda en el ropero.
-¿A dónde vas?- la voz de Flavia llega desde el fondo de la siesta.
-A la terraza.
-¿A esta hora?
-Sí, tengo que arreglar la reja del tendedero.
Bernardi toma el ascensor. Podría ir por la escalera, ocho pisos no son un 
problema para él, pero hoy necesita estar lúcido.

En la planta baja del Colegio del Santísimo Sacramento Camilo se acomoda como siempre en el último inodoro del baño de la primaria, el último refugio que le queda para leer en el recreo largo. Espera que Juan Cruz y los rottweilers no
lo encuentren. 
De pronto la patada rompe el cerrojo, la hoja de madera golpea y quiebra la nariz de Camilo, que sangra.
-No llores puto de mierda- grita Manuel, el ladero de Juan Cruz.-Los hombres no
lloran.
Camilo cae y le patean la cabeza, las costillas, las piernas. Uno de los perros, no
distingue cuál, le pisa los anteojos. Lo levantan. Le hacen el submarino. Le rompen
la mano derecha con un borceguí que escapa al uniforme del Colegio. Ya no
podrá tocar la guitarra.
-Lástima- dice Juan Cruz- una pérdida para la música.
Los padres de Camilo intentan una tibia protesta. El Padre Rector les recuerda que
su hijo está becado y que parte de ese dinero llega, de seguro, gracias a las generosas
donaciones que llegan por parte del Doctor, que no vería con buenos ojos  una
sanción a su hijo por una travesura adolescente.
-Además, la imagen de la Institución, imagínese usted…
La madre pide, como compensación, que la Escuela o el Doctor se hagan cargo de
la curación de su hijo. Es un último recurso, casi una limosna.
-Veremos qué se puede hacer.- dice el cura.- Que dios los bendiga.

La mano derecha curó tarde y mal y Camilo dejó la música para siempre. Se hizo
zurdo a la fuerza, a duras penas terminó la secundaria. Quiso empezar una carrera
en la Universidad local, una ingeniería, un profesorado pero la muerte del padre terminó
de arruinarle el futuro y el presente. La madre hizo un brote psicótico, esquizofrenia o algo así y él tuvo que internarla en el Pabellón de Salud Mental del Hospital Carrasco.
Juan Cruz en cambio sí fue a la Facultad y tras recibirse de médico con honores se especializó en
Francia, en transplante de órganos. Cada uno de sus logros aparecía en el Diario local, propiedad
de la familia de uno de aquellos rottweilers del principio de la historia. Cuando volvió
al país dijo que era por nostalgia, nadie le creyó.

“El mundo es un lugar hostil para las almas sensibles” piensa Bernardi mientras se
acomoda los auriculares. Miles Davis, Kind of Blue. Busca el rincón de la terraza que
da justo al centro de la Plaza del General. Todavía no abre la funda, faltan unos
minutos.
Sabe que la rutina de Campbell es siempre la misma. Antes de una operación importante cruza la Plaza hasta el Hotel Fundador, saca un café de la máquina y se
sienta a tomarlo en el tercer banco a la derecha del monumento. Hoy no será la
excepción, no puede serlo. La cirugía de hoy, el primer transplante de hígado, es la más importante en la historia de la ciudad.
Bernardi abre el estuche, saca un rifle CZ 22 Magnum a cerrojo fabricado en
República Checa. El instructor del Club Tiro y Ciclismo le recomendó esa arma, dijo
que para lo que él necesitaba era suficiente.,
Apoyado en la baranda de la azotea se acomoda en posición de disparo, la mano izquierda firme, segura sobre el gatillo.
Educar esa mano fue difícil pero lo logró.
Camilo Bernardi respira hondo y apunta.
Juan Cruz Campbell no llega a comprender de dónde sale la bala que le destroza la

mano derecha.

domingo, 21 de septiembre de 2014

ASOCIACIÓN LIBRE

Kramer camina por las calles de un incipiente balneario termal entrerriano.
La noche cerrada hace rato no parece afectar a Rivas, su compañera,
 implacable en la exigencia de hacerle buscar una despensa en
donde comprar fósforos. Kramer, moderno Lucas trasnochado, no discute
ni pelea, no argumenta. Se abriga y sale. El viento del río golpea tanto como lo
haría su mujer si él se atreviera a contradecirla.
Kramer se calza los auriculares con un Thelonious sutil. En ese preciso
instante un hedor sacude toda su ferocidad.
Kramer huele.
Nausea.
Retrocede.
Analiza.
Sólo una clase de mamífero en descomposición puede apestar de esa manera.
Allí, en ese lugar, en ese baldío, lo que se pudre es el cuerpo de un ser humano.
Alguien ha muerto y nadie lo sabe, o a nadie lo importa.
Alguien ha sido asesinado y el autor del hecho ha descubierto en ese yuyal
siniestro el escondite ideal para eliminar la prueba de su crimen.
Cualquiera de nosotros, alguna vez, pensó en amasijar a alguien y tirarlo en un
descampado para que se lo coman los caranchos piensa Kramer y se le ocurren
varios nombres para el muerto. Almeyda. Serrano. Algún marcador de punta
izquierda del Sportivo local. Santoro.
Kramer se sorprende porque jamás se le hubiera ocurrido matar a Santoro que
de hecho es su amigo de toda la vida.
Kramer discrimina. En realidad Santoro pasa por un divorcio perro con
su segunda mujer, y más de una vez amenazó con hacerla cagar y tirarla en un
campito a ver si los gusanos se le animan dicho esto con textuales palabras.  No
sabe por qué, pero la idea no le parece del todo descabellada.
Motivo hay.
Pero ahora surge el problema logístico del traslado del cuerpo por parte del reciente
viudo, desde el corazón de la Pampa Gringa hasta este baldío del litoral. Se necesita
un auto grande. Un Falcon, un Dodge, un Torino.
Santoro tiene un Torino negro modelo 79 recientemente restaurado a nuevo en el
taller de Salguero en Ciudad Insaurralde. El Toro negro que había sido del viejo
Santoro y que el amigo de Kramer había encontrado en un galpón perdido cerca de
Rafaela.
Kramer enumera.
Móvil hay, logística hay, falta coartada.
El centenario de la abuela de Santoro, la legendaria Rebeca, la Bobe Rebeca de las
historias que hace pocos días cumplió nada menos que cien años.
Con toda la parentela reunida para festejar en una colonia judía vecina al balneario
en el cual Kramer todavía escucha a Thelonious Monk frente a un campito en el que
se pudren los restos de un ser humano.
Bien pensado todo cierra, se dice Kramer.
Santoro se cargó a su ex. Podría haber recurrido a un sicario, pero eso le haría
perder el encanto de lo artesanal. La metió en el baúl del Torino, tal vez con la
complicidad del mecánico. Después se vino al festejo del cumpleaños. Y Con el
pretexto de relajarse por los malos tiempos que le tocan vivir se escapó a las termas,
donde tiró el cadáver para que se lo comieran los caranchos. Punto.
Kramer, obediente, compra los fósforos, y cuando se los lleva a Rivas confirma que
desde hace mucho ella no ve a la mujer de su amigo. El dato no es muy
confiable, porque ellas dos no son tan amigas.

A la vuelta Kramer se cruza con Santoro en la vereda del Banco Nación y
está por preguntarle por su ex, pero no se anima.
Quedan en ir a la cancha al domingo.
A la tribuna este, como siempre.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

HISTORIA UNIVERSAL-NUEVE

Tras recorrer innumerables poblaciones de la Pampa Gringa finalmente llegaría Gomilka a la Estación San Juan Bautista. Allí conoció al más chico de la segunda generación. Dicen los memoriosos que la discusión ideológica entre los dos ácratas duró casi doce horas. Finalmente, el local convenció al polaco para quedarse en Ciudad Insaurralde. Necesitaba un compañero para fecundar la aridez intelectual de los criollos pero sobre todo la crudeza de los fundadores. “De los compradores” dijo con una risita que a Gomilka le resultó sumamente extraña.
Así fue como Gomilka decidió quedarse, pero clandestino y camuflado. Los piamonteses que lo acompañaban estuvieron de acuerdo con la ubicación elegida y rápidamente se le unieron.
No se quiso cambiar el nombre, pero adoptó una figuración social menos arriesgada. Así que se asumió como radical y simpatizante del Club Atlético River Plate. El siguiente paso fue la panadería. Cuenta la tradición que en el mismo tren llegaron las primeras máquinas para el emprendimiento del filósofo y una bella mujer que buscaba el trigo perfecto: Yamila Abdala.
Aparentemente no fue amor a primera vista ni nada parecido. La fogosa libanesa persiguió al intelectual europeo durante casi un año, ya olvidada de su objetivo primigenio. Finalmente lo convenció y juntos fundaron el primer comedor árabe de la región. Al poco tiempo se casaron.
Cuando Kramer supo de la historia buscó inmediatamente la manera de conocer al viejo anarquista.
Fue Carbonell quien lo invitó a viajar a Ciudad Insaurralde para la Fiesta de los Inmigrantes.
Fue Carbonell quien le presentó a Gomilka, a la turca y a la hija menor de la pareja, ya comprometida con el Barletta grande.
“Nadie la obligó” decía Kramer muchos años después.

“Comportate Kramer” decía la polaca muerta de risa.

miércoles, 25 de junio de 2014

HISTORIA UNIVERSAL- OCHO

“El gran problema es que los pelotudos no son discretos” dicen que dijo el primer Salomón Antonio Kramer cuando el Barletta chico le recriminó que nunca había laburado.
“Para que veas” siguió Kramer “yo una vez usé una pala” y contó la vieja historia que nosotros ya le conocíamos.
Contó que de pibe, en un campamento sionista, le habían dado la herramienta y le habían indicado el tamaño de la zanja que debía realizar.
Ante tamaño desafío el primer Salomón Antonio Kramer pidió el justificativo, el por qué debía cavar esa extensión.
“Porque después nos vamos a Israel a pelear contra los árabes”
“Pero a mí los árabes no me hicieron nada” dijo Kramer.
“Sos un burgués” decía que le había dicho su encargado.
“Será che” terminaba Kramer la anécdota mientras se servía una cucharada de keppe crudo sobre una rodaja de pan casero en la casa de su suegra. Después se servía un vino y brindaba por el sincretismo gastronómico.
Cuenta la leyenda que el primer Salomón Antonio Kramer conoció la historia de Gomilka a través de Marcos Carbonell.
En efecto, el primer trabajo publicado por el historiador local se basaba en su tesis doctoral: “Oleadas inmigratorias en Ciudad Insaurralde: La segunda marejada”.

Kramer y Carbonell compartían pensión en Córdoba, una pieza bastante ruinosa en la calle Santa Rosa. Cuentan los contemporáneos que Kramer fue el primer lector del manuscrito original del texto carboneliano mientras le cebaba mates de cuño entrerriano al investigador piamontés. Los detractores de tal teoría sostienen que el litoraleño jamás en su vida cebó un mate o preparó un asado. Detalles que solamente interesan a seres de mala intención. El resto de la historia no permite discusiones, ya que es el mismo Carbonel quien se ha encargado de difundirla.

domingo, 15 de junio de 2014

HISTORIA UNIVERSAL- SIETE

Ciudad Insaurralde fue durante mucho tiempo la Capital Nacional del Holando Argentina hasta que fue reemplazada por la capital de los cereales, la Chicago argentina: Rosario.
Se habló de diferencias económicas entre los organizadores y los integrantes del Grupo Autorreunido de Cerealeros ArgentinoS filial Insaurralde, se habló de problemas logísticos, se habló de la floja infraestructura hotelera local. Se llegó a decir que muchos de los visitantes a la Feria Anual de la Lechería y la Industria Agrícola habían planteado la posibilidad de renovar el plantel de damas disponibles en la ciudad, lo que planteó el rechazo de las chicas del casino fogoneadas como siempre por la Dama de la Curva. Seguramente entre estas estuvo la razón de la pérdida.
“Esta ciudad está en decadencia” dijeron las Damas del Lawn Tennis.
Ciudad Insaurralde, como ya dijimos, no nació sino que se adquirió.
Originada como emprendimiento inmobiliario la Ciudad pronto se desplazó dos leguas al sureste cuando los primeros comerciantes y mercachifles se establecieron a la vera de la Estación San Juan Bautista (en homenaje al fundador, en adelante la parte vendedora)
A las veras de las vías nacieron las dos avenidas, una de entrada y la otra de salida para no entorpecer el tráfico alrededor de lo que realmente importaba, los gigantescos silos acopiadores de granos pertenecientes a Bonavita Comercial. Por fuera de las Avenidas que recordaban y siguen recordando las fechas fundacionales de la Nación la planta urbana de Ciudad Insaurralde fue un damero perfecto hasta que se construyeron los playones, el del Cincuentenario y el 17 de Octubre Anexo.
Las calles del centro recuerdan a los próceres de la Organización Nacional.
Las calles del centro recuerdan a algún que otro prócer no tan discutido.
Las calles de la periferia recuerdan a los maestros de la primera Escuela, la de Maestras. La calle que homenajea al Fundador (la parte vendedora) se arrima un poco al centro, pero no mucho.
Hay una avenida que recuerda a Roca, dicen los militantes seriales que hay que cambiarle el nombre porque fue un genocida. Queda en el centro y tiene lindas palmeras.
La calle central del playón del cincuentenario se llama Intendente Coronel Grumwald, el que pusieron los milicos en el 76. Pero no queda en el centro. Por ahí es por eso que los Militantes Seriales no saben que existe, y no patalean.
Dicen que a los Militantes Seriales no les interesa lo material, que su fuente de energía es la justicia, que su centro es el dolor ajeno. Dicen que los Militantes seriales son la Vanguardia.
Dicen también que lo único que los detiene es el barro, su kryptonita.
Dicen, pero como ellos no se comunican con los legos, nunca sabremos la respuesta a tal pregunta.
De todas maneras ellos piensan que el resto, nosotros, somos unos ingratos.

Los pibes de los playones no dicen nada. No los conocen. Agarran su cañita y se van a pescar a la laguna del parque, porque ayer llovió una bocha.

viernes, 30 de mayo de 2014

HISTORIA UNIVERSAL- SEIS

Cuentan que el primero de la estirpe acostumbraba pasearse por las calles de Ciudad Insaurralde con una soga con nudo corredizo al cuello para recordar que era humano, y que era breve. Tan siniestra corbata no fue heredada por ninguno de sus hijos. Tampoco su concepto ético. Todos sus descendientes, cada uno a su manera, encarnaron alguno de los nueve círculos del infernal poema. Algún damnificado por ellos diría que no les daba la estofa para el Dante y limitaban su piné a los tristes umbrales de Cacodelfia. Tal vez fuera así. Tal vez esta distinción careciera de importancia a la luz de los daños por ellos causados.
Lo que nadie podría negar es la capacidad, la inteligencia y la lucidez estratégica de los herederos, que en dos generaciones llegaron a dominar todos los estamentos sociales, culturales y económicos de la ciudad. Así, el hijo mayor fue médico y conservador, el segundo fue cura y administrador diocesano, el tercero fue abogado y radical. El más chico fue artista plástico, puto y anarquista. “Pa que vean que somos tolerantes” decía el doctor en las tertulias del Deportivo Insaurralde.
La tercera generación supo diversificarse y dominar el comercio y la industria. Fueron ellos los que fundaron la Asociación Económica Insaurraldense. Fueron ellos los que acapararon los terrenos linderos al trazado del futuro Ferrocarril Mitre, convenientemente asesorados por los descendientes del fundador.

En lo único que no lograron ventaja directa fue en el agro. No les hizo falta. Los tres hijos del médico comprendieron que el amor no siempre sigue al ideal ético o a la belleza clásica. Pero esto no podrá nunca ser demostrado. Carbonell solía decir que lo que natura non da Insaurralde lo acepta.

viernes, 16 de mayo de 2014

HISTORIA UNIVERSAL- CINCO

Ciudad Insaurralde conoce la fecha y la hora de su fundación.
La explicación de tan raro privilegio es sencilla. Ciudad Insaurralde no fue fundada sino que fue loteada, y la fecha y la hora de su nacimiento figuran en el boleto de compra venta que certifica el traspaso de dos leguas cuadradas de manos de Don Juan Bautista Insaurralde (en adelante la parte vendedora) a posesión de Don Gian Bartolomeo Candelaris (en adelante la parte compradora), italiano nativo de la región del Piamonte. El lote en cuestión se encontraba a unos diez kilómetros del mástil mayor de la Plaza del General y formaba parte de lo que hoy llamaríamos un gran emprendimiento inmobiliario. En realidad, la franja loteada por Insaurralde correspondía a un área de unos cien kilómetros de largo y veinte de ancho correspondientes a tierras entregadas en premio a los soldados que habían acompañado a Roca en su “Campaña”. Dicen las malas lenguas que el Fundador era amigo de Ataliva Roca, lo que explicaría el origen de los campos y el precio pagado por los mismos. Por supuesto nada de eso pudo demostrarse. El incendio de la biblioteca de Don Juan Bautista destruyó gran parte del archivo del prócer. Los historiadores revisionistas de Ciudad Insaurralde no han logrado hacerse con los comprobantes que tendrían que existir en la Capital Provincial.
Lo que para la gente bien de la ciudad es misterio para los mal pensados es impunidad. Marca registrada dicen ellos. Ceguera histórica dicen las señoras que juegan en el Lawn Tennis Club and Tea House.
Hoy, casi cien años después, la ciudad es un cuadrado casi perfecto. Un damero casi absolutamente simétrico si no fuera por los playones.
En realidad la planta original de la Ciudad se encuentra alrededor de lo que fuera la primera casa construída, la que ahora se conoce como Villa Candelaris, una bella construcción de estilo neoclásico ubicada en el exacto centro de la primera chacra de la nueva población. Este hecho también ha sido discutido. Los revisionistas dicen tener pruebas de que Candelaris vivió con su Familia en un rancho de adobe y paja durante cinco años y que recién después de despojar de sus posesiones a Mendizábal y a Contreras pudo disponer del capital suficiente como para empezar a progresar. Llaman a esto la Estafa Inicial, el caso Mendizábal o el Origen de la Aristocracia Local. Las señoras bien del Lawn Tennis dicen que Cattalina nunca podría haber vivido en una tapera semejante, que todo era una falacia y que en realidad Mendizábal y Contreras habían perdido sus propiedades en el juego clandestino.
La certeza de la intachable moral de los damnificados, certificada por los testimonios de los nietos de Mendizábal no modifica la opinión dominante. El hecho de que los descendientes de quienes son considerados los primeros peones afincados en la zona vivan en el Playón del Cincuentenario y en el 17 de Octubre Anexo refuerza la teoría de la conspiración de los fuines y el resentimiento histórico de los negros, como dicen los señores del Jockey. “Hay que matarlos a todos y dejar a cuatro para que hagan la loza” suele ser el chiste favorito de las tertulias del primer piso del exclusivo club. Las risas estallan por más que el chascarrillo sea harto conocido.

“En ese sentido Ciudad Insaurralde ostenta la marca de una coherencia notable” dice Marcos Carbonell, director del Círculo Histórico de Ciudad Insaurralde. “Ciudad Insaurralde ha sido, es y será una sociedad a lo sumo conservadora” completa el investigador con una media sonrisa que oculta más de lo que revela.

miércoles, 14 de mayo de 2014

FRASES HECHAS

Dicen que había una vez un hombrecito que tenía en su mano un cacho de tiempo.
Dicen también que el cacho de tiempo que el hombrecito tenía en la mano no tenía forma ni color sino que cambiaba, justamente, todo el tiempo.
Dicen también que el hombrecito sacaba historias de su cacho de tiempo.
Historias de amor.
Historias de miedo.
Historia que daban risa.
Historias que daban asco.
Historias.
Historias que regalaba a quien las necesitara.
Los guardianes del dinero dijeron que lo que hacía era improductivo.
Los guardianes de la pureza dijeron que lo que hacía era pecaminoso.
Los militantes seriales dijeron que lo que hacía no era revolucionario.
Los guardianes de la mente lo declararon insano.
Los policías lo atraparon. Lo subieron a un camión pagado con dinero puro y revolucionario.
Lo llevaron a una habitación al fondo de todo.
Lo dejaron detrás de siete rejas con siete cerraduras con siete vueltas de llave.

Él abrió la puerta y se fue caminando hacia allá.

HISTORIA UNIVERSAL- CUATRO

Las malas lenguas dicen que Yamila Abdala era o había sido bruja allá en el Líbano, y que llegó a la Argentina escapando de ciertas Milicias por la Pureza Musulmana, agrupación cuya existencia nunca fue del todo demostrada. Jamás lo sabremos con certeza, conocemos la volatilidad de ciertas regiones. Quienes defienden la memoria de Yamila dicen que en realidad se trataba de la primera mujer alquimista en miles de años en Medio Oriente, lo cual es menos probable todavía porque ya la ciencia alquímica carecía de adherentes por lo menos en esa parte del mundo.
Lo cierto e irrefutable es que Yamila Abdala llegó a Buenos Aires acompañada por sus padres una fría mañana de principios del siglo anterior. La familia Abdala traía consigo una recomendación para hacerse cargo del Restaurante Sirio Libanés de Rosario, y hacia allá partió la familia.
Esta parte de la historia está prolijamente documentada, cualquiera puede llegarse a la Municipalidad de Rosario y verificar que la familia Abdala, con don Jorge y Doña Farah a la cabeza, fueron cita obligada en el centro de la Chicago argentina durante veinte años.
Otra duda se abate sobre la historia Yamila.
¿Por qué abandonó un negocio tan próspero? ¿Por qué eludió un futuro seguro apenas avanzada la adolescencia?
Más allá de toda especulación amorosa o espiritista la realidad (que es la única verdad) es que Yamila fue enviada por Don Jorge a recorrer el país en búsqueda de los ingredientes ideales para cocinar el keppe perfecto. El gran cocinero oriental tenía la certeza de que una tierra tan feraz como la que habitaba debía producir forzosamente las mejores materias primas.
Así que allá partió Yamila.
En la Patagonia encontraría el mejor cordero. La cebolla en San Juan. La yerba buena en la Mesopotamia.

Sería el centro del país, Ciudad Insaurralde, el lugar en el que Yamila encontraría el mejor trigo.

VARIACIONES SOBRE PENÉLOPE

2011
Es muy difícil contar una historia repetida, con muchas versiones.
Abelardo Castillo decía que nada es absolutamente original, y es así.
La primera de todas, la Penélope fundacional, fue cantada por Homero mientras esperaba a Ulises en un oscuro palacio de Ítaca.
La segunda, la del Nano, esperó a su amado con su bolsa de piel marrón, sus zapatitos de tacón y su vestido de domingo. Él volvió a la estación en la cual ella lo aguardaba, pero llegó tarde y viejo.
Hay, incluso, una tercera versión del relato. En ésta, Ismael Serrano nos cuenta de una Penélope que se harta de esperar al chabón, se va de su pueblo a orillas del mar y se termina curtiendo a un pendejo.
De todas las variantes de la historia la última es prácticamente desconocida, como desconocida es la que yo les voy a contar.
La historia de la Penélope de Ciudad Insaurralde.

La Penélope de Ciudad Insaurralde no se llama Penélope, se llama Nilda.
La Penélope de Ciudad Insaurralde no espera en la Estación, ni en Ítaca, ni en la playa.
Nilda espera, cada miércoles de nueve a diez de la noche, sentada a la mesa catorce de la Pizzería del Galeón.
Espera que él vuelva.
Nilda, al contrario de todas la Penélopes, sabe qué ha pasado con su esperado.
Muy bien lo sabe.

1960
Nilda (que todavía no es Penélope) se apronta. El espejo le devuelve la imagen que ella espera. Se peina, se acomoda el jopo como le enseñaron en la escuela de peluquería. Alguna vez tendrá su taller en la calle del Virrey, pero todavía no lo sabe. Suena el timbre. La Polaca, que tampoco sabe que alguna vez parirá a Kramer, pasa a buscarla. Van, como todos los sábados, al Club Deportivo y Motor de Ciudad Insaurralde. Se saben bellas, se saben deseadas. Se sienten invulnerables. Lo que Nilda desconoce es que esa noche de sábado es su noche definitiva, su noche fundamental. No lo sabrá hasta mucho tiempo después.
Llegan al Salón Principal, decorado de blanco. La Jazz suena de fondo. Todos los que tienen que estar están ahí. Todo está en su lugar. Conocedoras del terreno Nilda y la Polaca se dan cuenta del detalle extraño. Hay alguien que no conocen.
Lo miran.
Lo estudian.
Se dan cuenta de que él sólo tiene ojos para Nilda.
La Polaca se decepciona un poco. No imagina que todavía tendrá que esperar once años hasta que llegue Kramer padre, pero esto no aporta mucho a la historia que estamos contando.
2011
Nilda llega puntual a la mesa catorce de la Pizzería del Galeón. Se sienta. Pide una porción de pizza especial y una coca en botellita de vidrio, como cada miércoles a las nueve de la noche.
El bar ha cambiado. Hay un plasma, hay dicroicas. Los mozos son los mismos. Nilda acomoda la cartera al alcance de la mano derecha. Se rasca el antebrazo. Mira hacia la puerta de la esquina.

1960
Han bailado toda la noche. Si hubo algo más nadie lo supo. Nilda no lo contó, y a la Polaca ya es tarde para preguntarle.
Se despidieron.
Se citaron para el miércoles siguiente en la Pizzería del Galeón a la nueve de la noche en punto.
Se sentaron a la mesa catorce.
Ella pidió pizza, una porción de especial y una coca.
No sabemos qué hizo él. Probablemente no tenga importancia.
Al otro día él se tomó el colectivo para Córdoba. Se iba a estudiar. Quería ser ingeniero electromecánico. Quería triunfar, ser alguien. Trabajar en la Mercedes Benz.
Se miraron.
Él le prometió que volvería a buscarla a esa mesa catorce, un miércoles a las nueve de la noche.
Brindaron.

1964
Nilda ha ido, como prometió, a la Pizzería del Galeón. Esperó cada noche de miércoles, de nueve a diez, como prometió.
Él estudió, como dijo, Ingeniería Electromecánica. El aviso del Insaurraldense, el diario local, cuenta que se ha recibido con promedio sobresaliente, medalla y diploma de honor.
Alguien le cuenta que se va becado a Alemania. No le deja mensajes. No la llama.
Nilda ya perdió el sueño universitario. Empieza a armar la peluquería. La Polaca ya perdió también algunas esperanzas. Será maestra. Es la primera clienta en entrar al local. Se miran. Se abrazan. No lloran.
El avión parte de Ezeiza. Destino Munich.

1970
Miércoles nueve de la noche. Nilda pide su pizza y su coca en la mesa catorce. La calle se llena de gente. La puerta de la esquina no se abre. La Polaca entra por el costado del bar.
-Hola.
-Hola.
-Me contaron que se casa.
-Sí, sabía.
-¿Qué vas a hacer?
-¿Qué querés que haga?
-No sé.
Nilda sí sabe. A partir de esa noche la espera tiene otra textura.

Interregno
A partir de este punto la historia se aplana. El narrador quisiera, para enriquecer el relato, hacer una descripción de la época. Redundancias de estilo. No hace falta. El tiempo de Nilda y su Ulises fue el tiempo de tantos otros. Sería ocioso contar una historia que ya tuvo grandes cronistas. Nuestra Penélope no tuvo miles de pretendientes instalados en su casa de la calle del Virrey ni un Telémaco vengativo y paciente. Tampoco un banco de pino verde. Apenas un matrimonio convencional, bueno o malo como el de cualquiera. Dos hijos, la nena y el varón. La peluquería. Como Penélope, Nilda tuvo su pretendiente. Como Penélope, Nilda se sentaba a esperar. No en la estación. Frente a la mesa catorce de la Pizzería del Galeón, los miércoles a las nueve de la noche. De él tampoco hay mucho que contar. Por lo menos algo que justifique el relato. Existe la tentación de mezclar historias de militancia, de resistencia armada, de violencia y de muerte, torturas o delaciones. No las hubo. Él no llegó muy lejos en la Mercedes. Con el tiempo volvió al país, pero se quedó en Buenos Aires. Cada tanto volvía a su pueblo para visitar a sus padres. Venía con su mujer holandesa y sus tres hijas, hasta que se divorció y ellas se volvieron a Europa.
Si se cruzaron no hubo eventos de relieve. Tal vez un saludo al pasar. Gente educada. Los que se tenían que ir se fueron, antes o después.

2011
Él vino a Ciudad Insaurralde a liquidar la herencia familiar. La madre ha muerto a los noventa, el padre vegeta casi centenario en el Hogar Carrasco. Entra a la Pizzería del Galeón sin nostalgia. Hace rato que los recuerdos vienen de otra parte. Ni siquiera dirige la mirada hacia la mesa catorce. Para él es un miércoles más a las nueve de la noche. Se sienta de frente al ventanal que da a la calle Beltrán.
Nilda respira hondo tres veces mientras saca la pistola de la cartera. Empuña y apunta a la nuca del hombre, como le ha explicado el instructor.

jueves, 8 de mayo de 2014

HISTORIA UNIVERSAL- TRES

El poeta ucraniano Isaac Kramer decía que el alemán es el ídish sin los violines. Cuando se le preguntaba entonces qué era el ídish respondía que éste era el ruso sin los garrotazos.
Isaac enseñaba en una escuela en Odessa para mantener a su mujer y sus siete niños. “La necesidad es un cosaco con síndrome de abstinencia” se lamentaba risueño en las sobremesas de la cena de los jueves, mientras brindaba a la salud del Zar Nicolás. “Que Dios le dé larga vida y muchos hijos.”
Parece que Dios estaba ocupado en otras cuestiones. O apoyaba al bando contrario, porque los cosacos se dedicaban a pasar por la casa de Isaac en cada pogrom para recordarle su origen, y sobre todo para remarcarle que el Zar era el heredero del Señor. Cuando usaron la Torah para iniciar el incendio de su casa el vate decidió que ya estaba bien, que mejor Norteamérica.
No pudo ser.
Para familias numerosas solamente Sud América le dijeron.
Sarita le hizo cara fea.
“En Brasil se come solamente arroz” dijo Sarita. “En Méjico solamente hay indios”
“En Buenos Aires hay una colectividad enorme, tienen templo de la Calle Libertad para ir y otro en Camargo para no ir, y dicen que hay un lugar que se llama Miramar que es la playa que mana leche y miel” dijo Isaac.
Allá fueron.
Nunca se supo bien si fue un error, un problema idiomático o una estafa.
Los Kramer nunca llegaron a establecerse en Buenos Aires, por lo menos en esa generación.
El caso es que terminaron viviendo en Entre Ríos, donde Isaac fundó una escuela hebrea y siguió escribiendo poesía mientras Sarita cultivaba la huerta y criaba por igual y con el mismo rigor hijos y animales. Dice la leyenda que la mujer se propuso hacer difícil la vida del poeta. Dicen también que si a éste le hubiera importado el carácter de su compañera sin duda habría sufrido bastante. Parece que no fue así.
Cierto día se encontraba alambrado de por medio comentando los avatares de la política mundial con su vecino el ruso Wendychansky cuando su hijo Jonas se acercó para avisarle que Sarita tenía el puchero listo hacía media hora y ya se estaba poniendo cabrera (así dijo). “La casualidad es la madre de los refranes” pensaba Kramer. En este caso la casualidad hizo que al mismo tiempo y con un mensaje similar se asomara Rebeca, la hija mayor del vecino en cuestión. Miles de veces se habían visto, vivían uno al lado del otro. Pero ese día fue diferente.
Un mes después estaba todo listo (casamentera, dote y demás).
Dos meses después estaban casados.
Un año después nacía el primer Salomón Antonio Kramer que en este mundo fue. Llegó al mundo de culo, y no es una metáfora. Vino de culo en una áspera noche de junio y solamente la pericia de la María logró que ese harapo azul y fláccido pegara el primer grito, el primigenio alarido de la segunda generación de la estirpe. Dicen que la secuela fue la total destrucción de su capacidad comercial. Puede ser. Nunca se dejó evaluar al respecto. Su íntimo amigo el siquiatra rafaelino Judas Krause dijo alguna vez que no hacía falta.
Así que Kramer, el primero de varios hermanos, no pudo nunca realizarse económicamente hasta que se ganó la grande después de seguir el mismo número durante 17 años.

domingo, 27 de abril de 2014

HISTORIA UNIVERSAL- DOS


Stephan Gomilka, el gran antropólogo polaco sostenía, contrariamente al paradigma científico que todavía hoy persiste, que el cuerpo humano no había evolucionado como arma de cacería sino que lo había hecho como herramienta para la fuga. Esta sustitución del concepto de depredador por el de ser en actitud de huída no cayó muy bien en los círculos académicos de la Europa Central del momento, donde encontraban tierra fértil las teorías acerca de la supremacía aria con los resultados por todos conocidos.
Pensaba Gomilka que el gran motor de la evolución no había sido la furia o la solidaridad sino la paranoia. “Si el primer humanoide se bajó del árbol los hizo para escapar de la compañía de sus semejantes. Si se paró sobre sus extremidades traseras fue para otear el horizonte intentando detectar el origen de una posible agresión” comentó el pensador eslavo en una conferencia en el Círculo Evolucionista de Cracovia. “Si más adelante los primeros grupos protohumanos abandonaron las selvas tropicales para llegar a sitios tan inhóspitos como las tundras europeas fue porque estos eriales ofrecían la certeza de observar fácilmente la llegada del enemigo.”
Creía Gomilka que las primitivas organizaciones sociales obedecían a una deformación gregaria del primer instinto: el del escape. Así, las primeras urbanizaciones surgieron por el miedo común a un rival más poderoso. De ahí a proponer el retorno a un tipo de “sociedad presocial” había un trecho muy corto. Dicen sus seguidores que éste era el eje de la teoría gomilkiana, el preanarquismo y el fundamento de la anarcoantropología. Por supuesto, la resistencia de Gomilka a plasmar por escrito sus pensamientos por considerar a la escritura un paso posterior a la sociedad que él proponía nos ha privado de conocer sus propuestas a través de un medio diferente a la transmisión oral.
Las teorías de Stephan no cayeron nada bien en un país profundamente católico como Polonia, por lo que Gomilka debió exiliarse primero en Rusia y más tarde en Italia, refugiado por un grupo de ácratas piamonteses. Esta asociación sería determinante en su futuro. Los detractores de la anarcoantropología dicen que en realidad Gomilka se escapó por no poder afrontar deudas de juego o tras haber preñado a la hija de un jefe militar muy pesado. Nada de esto ha podido demostrarse.
La realidad (la única verdad) es que Gomilka cruzó el Atlántico junto con los piamonteses en algún momento de la década del treinta.
Los primeros meses de destierro los pasó en el Gran Buenos Aires, por la zona de San Fernando. No lo soportó. Buscó la llanura, una tundra similar a la de su Polonia natal. Lo más parecido que pudo encontrar fue la Pampa Gringa, una llanura inmensa y triste, en la que podría demostrar su teoría de una manera que no permitiera contradicciones.
La primera intención de Gomilka fue vivir de la caza y de la pesca, pero la colonización llevada a cabo casi cincuenta años antes había terminado con la posibilidad de llevar adelante una vida silvestre como la que él proponía. Uno de los italianos sugirió sostener el proyecto con un emprendimiento comercial. Fue así que el polaco y los piamonteses, respondiendo a una tradición anarquista fuertemente arraigada en las grandes ciudades, fundaron la que sería la primera panadería de Ciudad Insaurralde.