lunes, 18 de abril de 2022

Cuatro

No hay que discutir cuando se está enojado. No. Eso dicen las viejas de memoria larga que ya no usan batones. Ahora bailan zumba, toman cervezas artesanales y cuidan a los nietos cuando no tienen otra cosa que hacer. Las nuevas sabidurías vienen con varios gigas de reserva mnésica y pantallas a todo color. Todo tiempo presente es mejor.

Tampoco hay que pretender lógica en la reacción que es, por definición, el resultado muchas veces natural de una acción determinada. La reacción es inmediata, no da tiempo al pensamiento. No hay espacio posible entre el desencadenante y el efecto. Quien reacciona lo hace de la única manera posible.

De más está decir que no hay dios que explique un resultado empíricamente demostrable. No hay fundamento supramaterial que justifique la subversión de las leyes, del contrato social, de las normas más elementales de la convivencia civilizada. La casualidad es un mal fundamento para un mal resultado. Cuando dos piedras caen hacia el mismo punto del universo, el resultado es fatalmente irrebatible.

Amén.

Pues entonces, de qué vale enojarse. A quién hacer responsable del descalabro generado. Tal vez a los vectores, tal vez al espectro cromático, tal vez al huso horario, tal vez a las consecuencias derivadas de la vida cotidiana. Tal vez no haya responsabilidad atribuible. La pregunta final es qué nos queda.

La gradación.

Que es turra, porque es subjetiva. El sentido común es el hijo bastardo de la lógica, que es siempre hegemónica. Ese sentido común que genera frases hechas, razonamientos ramplones, conclusiones con fondos de cascadas y lánguidos teclados.

Todos sabemos que una lata traumatizada no se compara con el pibe que no está, con el futuro que desapareció, con el fondo de la olla cada vez más habitual, con el trapo y el vidrio, con la incerteza cotidiana.

Pero todos somos egoístas, en algún momento.

Todos pensamos que nuestro pequeño percance debería ser relatado por un Shakespeare del este Cordobés.

Un poco porque estamos convencidos de que el mundo gira alrededor de nuestro plexo.

Y un poco porque no nos gustan las frases evidentes.

Qué joder.

miércoles, 5 de enero de 2022

Diario de la Sexta- Dos

 05 01 2022

No hay tiempos mejores. Tampoco los hay, por consiguiente, peores. No hay manera confiable de categorizar las épocas, porque los testimonios son siempre sesgados. Para empezar, quien cronica debe poder hacerlo, ya sea por capacidades personales o por disponibilidad técnica. La meritocracia no es algo virtuoso. Es más, tiene el mismo sustento ideológico que la neutralidad. Pero dejemos las ramas para los cardenales.

Vivimos tiempos. Estos tiempos. Los que nos tocan. No hay manera posible de que esto no sea así. Cada uno de nosotros es una combinación genética única, una probabilidad estadística prácticamente nula para los parámetros de la biología. Cada uno de nosotros puede darse en un momento específico y no en otro. Cada uno de nosotros es el resultado de un número de flujos y de azares imposibles de repetir. Un estornudo, un mal día, una copa de más. Así de frágil puede llegar a ser nuestro origen.

Pero somos, también, en función de la comunidad. El contexto en el que vivimos nos sitúa, nos dirige, nos condiciona. Nada de esto es original, solamente es una mala cita de palabras mejores. Como siempre, la pretensión de originalidad es tan solo eso. La principal ventaja de leer mucho es que amplía el espectro de posibles apropiaciones, de plagios más elegantes.

Entonces.

Las profecías tienen el defecto de hablar, muchas veces, de un futuro posible, sin ver el barro en la suela de la alpargata. Es así que todos pensaron en un mundo en el que toda tecnología iba a ser dominante, en el cual las comunicaciones iban a ser omnipotentes, y donde el mérito iba a ser suficiente. El ser humano del siglo XXI iba a ser superior estética, social, cultural y económicamente.

Hasta que un chino se tomó una sopa de murciélago (la gran leyenda urbana de este milenio), y desató este Armagedón que nos toca transcurrir, y que es una especie de Aleph epidemiológico.

Porque todo lo que está pasando, ya pasó. Y las respuestas fueron más o menos las mismas.

Toda catástrofe afecta a sus víctimas de manera individual, por lo que las reacciones son, necesariamente, personales. En el caso de una pandemia, la consulta al sistema de salud lo es, el conocimiento de un resultado debería serlo. Acceder a una vacuna es un hecho personal, el aislamiento como primera medida de cuidado también lo es.

Ahora bien (si se permite el léxico científico social): aunque cada hecho es individual, sus consecuencias son comunes, y así deben ser tenidos en cuenta a la hora de pensar en un futuro más o menos sustentable, ya sea a un nivel macro como en cada comunidad. No dar vacunas a los países pobres tiene el mismo fundamento que agredir a quien nos cuida porque queremos pasar antes en la fila del hisopado. Es tan buller el país que acapara medicamentos como el simio que putea a un voluntario o a un profesional de la salud.

Gil Grissom dijo alguna vez, y la cita es aproximada, que el problema es que somos seres con genes precámbricos viviendo en una sociedad posmoderna. Tal vez sea esa la razón por la cual seguimos respondiendo a lo desconocido, o a lo que nos atemoriza, de la misma manera que hace 10.000 años.

No jodamos, entonces, a los que quieren hacer las cosas de otra manera. Alguna vez, el sapiens inicial aprendió a sumar y a escribir. Seamos algo más que eso.

 

sábado, 1 de enero de 2022

Diario de la Sexta

01/01/2022 

En su libro Sapiens, de animales a dioses, Yuval Noah Harari nos dice que la primera escritura fue lo que él llama parcial, ya que se desarrolló para registrar las transacciones comerciales primitivas en la Mesopotamia asiática. Dice, también, el historiador israelí, que tal forma de escritura no sirve para describir sensaciones. Dice Harari que los números no permiten, por ejemplo, escribir poesía. Me permito, humildemente, discrepar con esta afirmación. Creo que las cifras no solamente nos describen pebeíses o pesos al nacer o detenidos desaparecidos. Los números, puestos en contexto, son mucho más que la sola base de la estadística. Los ejemplos mencionados son elocuentes.

Entonces.

Es primero de enero de2022.

Una cifra, un dato estadístico, un evento cronológico. El inicio de un año más. El día siguiente al año que hemos transcurrido, y que nos acerca a otra cifra.

Para un mundo que ya nunca volverá a ser, 2022 es el tercer año de una pandemia como no había conocido la humanidad en el último siglo. Para los aficionados al fútbol, es el año en el que se va a jugar un mundial que puede representar la última oportunidad de Lionel Messi. Para los timberos, es la oportunidad de salir de pobres jugándole a los patitos. Las posibilidades son múltiples.

Para algunos, este 2022 se apaloma con otra cuestión determinada por el sistema decimal: el número redondo.

Entonces.

Los cambios de década suelen ser tiempos de duda, de sismo cronológico. Se habla de crisis, de sacudón. Lo clásico es el paso a la quinta década, los cuarenta que actúan como non plus ultra de la decadencia de la persona, a partir de los cuales todo empieza a decaer. Así como la adolescencia ha sido constituida en la edad dorada a la que muchos añoran y quisieran volver. Personalmente, creo que esta es una etapa sobrevalorada que tiene solamente dos elementos a rescatar: es breve y casi siempre irreversible.

Entonces.

En este año, 2022, completo mi quinta década. En marzo, como muchos saben, cumplo cincuenta. No me gusta hablar de balance, porque creo que eso corresponde a ciclos cerrados, y no me parece que eso se pueda aplicar a esta cuestión.

Para nuestro clan, esta década es cosa seria. Muchos no lograron completarla, entre ellos mis viejos, por esas cosas de la naturaleza y los contextos, que son crueles y maulas, como el gato del tango. Les ha tocado ser las víctimas de sus propios cuerpos, de maneras brutales e irreversibles. La muerte siempre es absurda e inoportuna, y nos deja con proyectos incompletos, con libros sin leer, con sobremesas sin transcurrir.

Entonces.

Mientras miro el patio de mi casa a través de las rejas de mi habitación, esperando un informe de laboratorio que, usando una escritura completa al decir de Harari, me diga si formo parte de los afectados por el virus de moda, pienso y escribo, sin pretensión alguna de talento o de originalidad. Comienzo, en tres meses, mi sexta década, y se me llena el culo de preguntas. ¿Era esto lo que esperaba? ¿Cuáles habrán sido las expectativas que quienes me formaron tenían sobre mí? ¿Llegué a lo que debía? ¿Me quedé corto? ¿Fui más allá? ¿Tiene sentido seguir insistiendo? No la tengo tan clara. Creo que nadie tiene esa certeza. Sé que traté siempre de ir por el lado que me marcaba la Historia familiar, con sus fusilados, sus exiliados, sus militantes, sus docentes, sus sanadores. Sé que es un privilegio integrar una tribu en la que la palabra es eje y sentido. Sé que cada charla con mis hijos, con el militante, con el escritor y con el artista, así lo demuestra. Sé que la compañera que encontré el primer sábado de este siglo es la que volvería a elegir cada nuevo sábado de cada nueva semana, porque nos merecemos lo transcurrido. Sé que la nostalgia es el pan en el huevo frito de la vida, ya sea por lo pasado como por lo que vendrá.

Entonces.

Empieza otro año.

Empieza otra década.

La década.

Esperemos estar a la altura de los que no la pudieron completar.

En su nombre, levantemos la lata, la copa, la botella cortada, el vaso.

Y no le mezquinemos cuero.

Salú.