domingo, 21 de septiembre de 2014

ASOCIACIÓN LIBRE

Kramer camina por las calles de un incipiente balneario termal entrerriano.
La noche cerrada hace rato no parece afectar a Rivas, su compañera,
 implacable en la exigencia de hacerle buscar una despensa en
donde comprar fósforos. Kramer, moderno Lucas trasnochado, no discute
ni pelea, no argumenta. Se abriga y sale. El viento del río golpea tanto como lo
haría su mujer si él se atreviera a contradecirla.
Kramer se calza los auriculares con un Thelonious sutil. En ese preciso
instante un hedor sacude toda su ferocidad.
Kramer huele.
Nausea.
Retrocede.
Analiza.
Sólo una clase de mamífero en descomposición puede apestar de esa manera.
Allí, en ese lugar, en ese baldío, lo que se pudre es el cuerpo de un ser humano.
Alguien ha muerto y nadie lo sabe, o a nadie lo importa.
Alguien ha sido asesinado y el autor del hecho ha descubierto en ese yuyal
siniestro el escondite ideal para eliminar la prueba de su crimen.
Cualquiera de nosotros, alguna vez, pensó en amasijar a alguien y tirarlo en un
descampado para que se lo coman los caranchos piensa Kramer y se le ocurren
varios nombres para el muerto. Almeyda. Serrano. Algún marcador de punta
izquierda del Sportivo local. Santoro.
Kramer se sorprende porque jamás se le hubiera ocurrido matar a Santoro que
de hecho es su amigo de toda la vida.
Kramer discrimina. En realidad Santoro pasa por un divorcio perro con
su segunda mujer, y más de una vez amenazó con hacerla cagar y tirarla en un
campito a ver si los gusanos se le animan dicho esto con textuales palabras.  No
sabe por qué, pero la idea no le parece del todo descabellada.
Motivo hay.
Pero ahora surge el problema logístico del traslado del cuerpo por parte del reciente
viudo, desde el corazón de la Pampa Gringa hasta este baldío del litoral. Se necesita
un auto grande. Un Falcon, un Dodge, un Torino.
Santoro tiene un Torino negro modelo 79 recientemente restaurado a nuevo en el
taller de Salguero en Ciudad Insaurralde. El Toro negro que había sido del viejo
Santoro y que el amigo de Kramer había encontrado en un galpón perdido cerca de
Rafaela.
Kramer enumera.
Móvil hay, logística hay, falta coartada.
El centenario de la abuela de Santoro, la legendaria Rebeca, la Bobe Rebeca de las
historias que hace pocos días cumplió nada menos que cien años.
Con toda la parentela reunida para festejar en una colonia judía vecina al balneario
en el cual Kramer todavía escucha a Thelonious Monk frente a un campito en el que
se pudren los restos de un ser humano.
Bien pensado todo cierra, se dice Kramer.
Santoro se cargó a su ex. Podría haber recurrido a un sicario, pero eso le haría
perder el encanto de lo artesanal. La metió en el baúl del Torino, tal vez con la
complicidad del mecánico. Después se vino al festejo del cumpleaños. Y Con el
pretexto de relajarse por los malos tiempos que le tocan vivir se escapó a las termas,
donde tiró el cadáver para que se lo comieran los caranchos. Punto.
Kramer, obediente, compra los fósforos, y cuando se los lleva a Rivas confirma que
desde hace mucho ella no ve a la mujer de su amigo. El dato no es muy
confiable, porque ellas dos no son tan amigas.

A la vuelta Kramer se cruza con Santoro en la vereda del Banco Nación y
está por preguntarle por su ex, pero no se anima.
Quedan en ir a la cancha al domingo.
A la tribuna este, como siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario