martes, 9 de noviembre de 2021

Tres

El Klezmer del Este Cordobés mira por el ventanal de la estación de servicio de la multinacional, la que está en el cruce de la Avenida con la ruta y piensa, porque eso suele ser un buen hábito. O eso dicen. Y el Klezmer del Este Cordobés es muy respetuoso de los saberes populares.

Dicen, por ejemplo, que la cruz de sal corta la lluvia. Y que la sandía con vino es letal, peor que el neoliberalismo. Por lo menos en el corto plazo. Dicen, también, que no hay que batir mayonesa cuando manda la luna, porque eso acarrea resultados casi siniestros. Desconocemos cómo influye el hábito hormonal con la emulsión preparada con la minipimer. Habría que averiguar, hacer un estudio de doble ciego. Cosas más raras se han investigado, con resultados menos trascendentes. Miles de teorías económicas lo demuestran.

Dicen, también, que mientras más avanzada es una corriente de pensamiento, más amplio es el criterio de sus integrantes, y más sutiles sus debates y, por ende, sus conclusiones. Puede ser. O no.

Es posible, por ejemplo, que al organizar un evento destinado a difundir las bondades del tratamiento del hallux valgus en la población vulnerable de Ciudad Insaurralde, actividad dirigida a la comunidad chueca local y a sus cuidadores, se propongan fecha y hora, se diseñen cartelones y se convoque al público conocedor, se asignen temas y tiempos, se distribuyan las responsabilidades e, incluso, se achaquen las culpas.

Porque siempre es bueno saber quién hizo mal las cosas.

Pero entonces, de improviso (o no), alguien se acuerda de que en esa fecha se conmemora el día de la glorificación del boniato, ocasión en la cual los productores regionales de la reivindicada hortaliza harán un guiso masivo en la explanada de la dizque Tecnoteca local, al que asistirán, masivamente, los veinte iniciados en el tema.

Es ahí, pues, cuando el intercambio surge caótico pero nunca demencial, porque se supone que hablamos de vanguardias. Se superponen citas personales con fiestas de guardar con reuniones sociales con eventos culturales con intervenciones militantes.

Y el Klezmer del Este Cordobés siente que ha concurrido a una asamblea de los movimientos progresistas en la cual se debate el calendario marital de Fernanda del Carpio, y que se logrará un improbable acuerdo, con pocos conformes y muchos insatisfechos.

De todos modos, se dice el Klezmer del Este Cordobés, es preferible eso a formar parte de la horda que sostiene que se deben prontuariar a los pibes una vez que nacen, para evitar males mayores. A los pibes que nacen de aquel lado de la Avenida, por supuesto.

sábado, 23 de octubre de 2021

Dos

 Cae la tarde sobre el Este cordobés. El klezmer concurre con el cachorro segundo a aupar al sobrino mayor por línea paterna, en la dura porfía futbolera puberal y arrabalera. La muchachada suda el sintético que cubre los torsos pero no, evidentemente los hados no nos sonreirán, como tampoco lo harán nuestros bravos players. Los llamativo es que tampoco demuestran gozo alguno los contrincantes, por lo menos mientras se desarrollan las acciones en el verde césped. 

Primera parte de un día atravesado por descargas variadas de neurotransmisores estimulantes, si se perdona la disgresión pretendidamente fisiológica. 

Un héroe cumple setenta, y dios se ha sentado a disfrutar.

Finalizado el match, el klezmer del este cordobés debe hacer efectivo su rol progenitor, y trasladar al futuro de la patria hasta la casa de un amigo, en la cual el muchacho deberá hacerse cargo de la nutrición de los concurrentes al evento. El hogar del anfitrión se encuentra en una zona de casas sin revoque, con calles mal iluminadas, cercana al margen construido del conurbano que habitan. Una vez allí, son recibidos por la madre del festejado, quien explica que el barrio no debería generar ansiedad alguna al klezmer, y que el ágape se desarrollará, íntegramente, en los intramuros del solar familiar. El remitente agradece la preocupación, y exime a la comadre de toda justificación, posteriormente a lo cual se retira hacia su hogar, mientras barrunta la tristeza de sentir que vivimos en un mundo en el cual alguien siente la necesidad de pedir perdón a otro por no ser ABC 1 y no vivir en un barrio de casas con pileta y carros de doble tracción. Tristeza que muda, casi inmediatamente, en furia, porque comprende que, para muchos sujetos que jamás podrán tener un plantín de chauchas en su patio de mosaicos, esa conducta es no solamente digna, sino que es, además, recomendable.

El klezmer del este cordobés comprende que la peor clase de ser vivo es aquel que cree merecer un esfínter ubicado una cuarta más al norte.

Y se va a escuchar a García. Porque si la solución es lejana, siempre nos queda la belleza.

martes, 19 de octubre de 2021

Uno

 El mundo es un lugar hostil para las almas simples, piensa el klezmer del este cordobés. El mundo es un lugar extraño, además, para los que pretendan analizarlo desde los tradicionales cánones analógicos. En la tele, veintidós muchachones con ingresos muy por encima de los de sus espectadores porfían por ganar un trofeo que corona al campeón de un torneo europeo poblado de jugadores sudacas o africanos de primera o segunda generación, jóvenes atletas que, de carecer de las habilidades necesarias para triunfar en el reality futbolero, no habrían pasado de Lampedusa. Mientras tanto, la radio transmite el empate de Central y de Platense uno a uno. Ferro no juega en Primera.

Paradojas.

O no.

Blanqueo de modernos Espartacos, sin gloria para los amateurs. Nadie aplaude al segundo, el primero de los últimos de aquel doctor legendario. 

Melancolía de los noventas, de raros peinados nuevos y de básculas con dos cifras, cuando todos los pasados estaban por llegar. Nostalgia de los derrotados, del Diez de la península, de los primeros caídos nuestros. Todavía no teníamos muertos genuinos, la decadencia era ajena. Éramos inmortales, como corresponde.

Afuera la ruta, metáfora berreta de todo. Lo abstracto como base de lo transitorio. Nada es menos tangible que el traslado. Nada es menos violento que el destino.

Y así vamos. Predicadores invictos de lo etéreo, jueces imparciales de los extremos, catadores de la miseria. Pero siempre neutrales, por siempre objetivos, para siempre asépticos.

En la tele, un millonario postpúber hijo de ilegales festeja un gol. Otro millonario cuenta que se escruchó una bici para empezar su carrera legendaria en el balompié. Los caníbales dicen mirá qué bien, cómo la voluntad todo lo logra. Afuera, en el barro, se congratulan con los sicarios que le dicen a la madre del pibe que se afanó el celular que no, que pregunte en el otro local.

El klezmer del este cordobés mira por el ventanal cómo la carroza blanca del patrón entra a cargar gasoil y se pregunta qué nos queda de aquella década, cuando todo estaba por empezar. 


jueves, 1 de julio de 2021

PALABRAS

Las palabras construyen relatos, los relatos narran la historia, a la historia la escriben los dueños de las palabras. Nada de esto es nuevo. No pretendo descubrir teoría alguna, no pretendo demostrar a qué equivale la masa cuando se la multiplica por la velocidad de la luz elevada al cuadrado. Ya el Libro decía que no hay nada nuevo bajo el sol.

Las palabras construyen relatos, y esos relatos conforman mitologías. Cuando un mito se hace hegemónico se transforma en religión o en historia oficial, según sea laico o teológico el espíritu de la época. Entonces, los cuentos estructuran una identidad, definida por el narrador en cuestión. Cuando esa identidad no tiene una base más terrenal, pues entonces ésta deberá ser defendida. Por la persuasión o por la otra. Y si los que están no entienden cuál es la suya, deberán dejar su sitio a gente más abierta de mente. O más dócil. Que entienda sepa de qué color son los buenos, por qué calles puede caminar, cuáles son sus obligaciones, cuál es la gratitud debida.

Por supuesto, no hay felicidad eterna. Sobre todo, cuando la justicia que subyace a esa sensación es, de mínima, debatible. Nunca falta el jetón que se aviva de que hay algo que no funciona del todo bien, y que arranca a los gritos. Y sale al mundo, y se refresca las patas en las fuentes sagradas de la Patria que, como sabemos, es de todos pero no tanto. Aparecen, entonces, otras palabras, que cuentan el cuento de otra manera, con otras rimas. Suenan canciones diferentes, se baila en el patio y en la vereda, se descansa en el mar o en el cerro. Y ya el olor es diferente.

Pero ellos se encargan de hacer ver que no es lo mismo. Que la historia que cuentan los otros no es canónica, sino que es revisionista. Que los derechos que reclaman no son tales si no hay contraparte. Que los que llegan son violentos y salvajes, una especie de aluvión mineral, animal o vegetal al que hay que domesticar por las buenas o por las que sean. Porque hay que defender a la República.

Y entonces se dan cuenta de que se trata de ellos o de los otros. Y siempre los otros son los que no deberían ser, y por eso deben ser puestos en su lugar. Y se bombardea, se secuestra, se mata, se desaparece, se expulsa al exilio, se prohíben los cuerpos, las canciones, los nombres. Se reclama el dominio de las palabras.

Se separan los términos.

País o república.

Nosotros o ustedes.

Nación o comunidad.

Pero ellos dicen que hay que unirse y tirar para adelante. Porque somos un pueblo condenado al éxito, pero que hay que estar atentos a las anomalías. El problema es que no falta el trasnochado que quiere definir el éxito a su manera. Por suerte, o por gracia de dios, tampoco falta el hombre fuerte que sabe cuál es el futuro que merecemos. Y cuando los tiros no alcanzan, o los mariscales son derrotados, se adaptan, se reconvierten, se meten por la ventana del fondo y ganan el partido metiendo un gol con la mano sabiendo que el referí no va a pitar.

Entonces llega el tiempo en que las palabras con las que escriben sus relatos no les alcanzan. Por gastadas, por obvias, por burdas, por repetidas. La memoria del hambre puede más que cualquier discurso. Entonces usan nuestras palabras y nuestros relatos, y los usan de almohadón para el gato de cien mil pesos.

Nos quieren hacer creer que somos nosotros lo violentos, que fueron nueve mil, que la justicia social es peligrosa, que los derechos son un gasto, que la república es más importante que la comunidad, que los indiferentes son mejores, que las vacunas son veneno, que un ñato que se fue a Miami a pasear en el medio de la pandemia y no puede volver es un exiliado.

Hubo una época en la cual los mejores escribían la Historia. De un lado y del otro, porque no hay un justo medio. Para eso, no tendrían que existir los extremos. Para eso, la desigualdad debería ser una fantasía, como lo es la escalera al cielo del mérito. Por eso, en estas eras geológicas en las que nos toca esquivar el meteorito, es menester empezar por lo más básico.

Defendamos las palabras.

Las nuestras.

Porque son más bellas.

Porque son más justas.

Porque son más libres.

 

jueves, 18 de marzo de 2021

Omnias

 Está por todos lados, sin pudor y sin respeto, de una manera casi pornográfica. Está por todos lados, como si fuera una propaganda de ropa de moda en los noventa, cuando se querían unir los colores. Está en todos lados, para el regocijo indignado de los sommeliers de vidas ajenas, que culpan a la madre porque no eligió una vida mejor. En todas partes. En las plataformas, en los portales, en las páginas, en los canales de televisión. En los discursos berretas llenos de conciencia social influencer de los angustiados que solamente han visto el barro en los documentales de Netflix, que venden el glamour de saber que hay otro relato que conmueve mientras se quede allí, porque los relatados huelen a ropa sin lavar y a humedad de meses, y no escuchan reggae ni cumbia progre. Por todos lados se mete, para que los liberales digan que la culpa de todo es del estado ausente manejado por políticos corruptos, para que los troskos de Instagram digan que es culpa de los gobiernos populistas, para que los populistas no digan nada, porque no hay nada que decir, dicen. No hay como detenerla, es invasiva, es irreverente, es violenta. No interpela, porque no concibe respuesta posible que pueda equivalerla en su significado, que pueda igualarla conceptualmente.

Es la foto de una mujer de siete años.