2011
Es muy difícil contar una historia
repetida, con muchas versiones.
Abelardo Castillo decía que nada es
absolutamente original, y es así.
La primera de todas, la Penélope
fundacional, fue cantada por Homero mientras esperaba a Ulises en un oscuro
palacio de Ítaca.
La segunda, la del Nano, esperó a su
amado con su bolsa de piel marrón, sus zapatitos de tacón y su vestido de
domingo. Él volvió a la estación en la cual ella lo aguardaba, pero llegó tarde
y viejo.
Hay,
incluso, una tercera versión del relato. En ésta, Ismael Serrano nos cuenta de
una Penélope que se harta de esperar al chabón, se va de su pueblo a orillas
del mar y se termina curtiendo a un pendejo.
De
todas las variantes de la historia la última es prácticamente desconocida, como
desconocida es la que yo les voy a contar.
La historia de la Penélope de Ciudad
Insaurralde.
La Penélope de Ciudad Insaurralde no se
llama Penélope, se llama Nilda.
La Penélope de Ciudad Insaurralde no espera
en la Estación, ni en Ítaca, ni en la playa.
Nilda espera, cada miércoles de nueve a diez
de la noche, sentada a la mesa catorce de la Pizzería del Galeón.
Espera que él vuelva.
Nilda, al contrario de todas la Penélopes,
sabe qué ha pasado con su esperado.
Muy bien lo sabe.
1960
Nilda (que todavía no es Penélope) se
apronta. El espejo le devuelve la imagen que ella espera. Se peina, se acomoda
el jopo como le enseñaron en la escuela de peluquería. Alguna vez tendrá su
taller en la calle del Virrey, pero todavía no lo sabe. Suena el timbre. La
Polaca, que tampoco sabe que alguna vez parirá a Kramer, pasa a buscarla. Van,
como todos los sábados, al Club Deportivo y Motor de Ciudad Insaurralde. Se
saben bellas, se saben deseadas. Se sienten invulnerables. Lo que Nilda
desconoce es que esa noche de sábado es su noche definitiva, su noche
fundamental. No lo sabrá hasta mucho tiempo después.
Llegan al Salón Principal, decorado de
blanco. La Jazz suena de fondo. Todos los que tienen que estar están ahí. Todo
está en su lugar. Conocedoras del terreno Nilda y la Polaca se dan cuenta del
detalle extraño. Hay alguien que no conocen.
Lo miran.
Lo estudian.
Se dan cuenta de que él sólo tiene ojos para
Nilda.
La Polaca se decepciona un poco. No imagina
que todavía tendrá que esperar once años hasta que llegue Kramer padre, pero
esto no aporta mucho a la historia que estamos contando.
2011
Nilda llega puntual a la mesa catorce de la
Pizzería del Galeón. Se sienta. Pide una porción de pizza especial y una coca
en botellita de vidrio, como cada miércoles a las nueve de la noche.
El bar ha cambiado. Hay un plasma, hay
dicroicas. Los mozos son los mismos. Nilda acomoda la cartera al alcance de la
mano derecha. Se rasca el antebrazo. Mira hacia la puerta de la esquina.
1960
Han bailado toda la noche. Si hubo algo más
nadie lo supo. Nilda no lo contó, y a la Polaca ya es tarde para preguntarle.
Se despidieron.
Se citaron para el miércoles siguiente en la
Pizzería del Galeón a la nueve de la noche en punto.
Se sentaron a la mesa catorce.
Ella pidió pizza, una porción de especial y
una coca.
No sabemos qué hizo él. Probablemente no
tenga importancia.
Al otro día él se tomó el colectivo para
Córdoba. Se iba a estudiar. Quería ser ingeniero electromecánico. Quería
triunfar, ser alguien. Trabajar en la Mercedes Benz.
Se miraron.
Él le prometió que volvería a buscarla a esa
mesa catorce, un miércoles a las nueve de la noche.
Brindaron.
1964
Nilda ha ido, como prometió, a la Pizzería
del Galeón. Esperó cada noche de miércoles, de nueve a diez, como prometió.
Él estudió, como dijo, Ingeniería
Electromecánica. El aviso del Insaurraldense, el diario local, cuenta que se ha
recibido con promedio sobresaliente, medalla y diploma de honor.
Alguien le cuenta que se va becado a
Alemania. No le deja mensajes. No la llama.
Nilda ya perdió el sueño universitario.
Empieza a armar la peluquería. La Polaca ya perdió también algunas esperanzas.
Será maestra. Es la primera clienta en entrar al local. Se miran. Se abrazan.
No lloran.
El avión parte de Ezeiza. Destino Munich.
1970
Miércoles nueve de la noche. Nilda pide su
pizza y su coca en la mesa catorce. La calle se llena de gente. La puerta de la
esquina no se abre. La Polaca entra por el costado del bar.
-Hola.
-Hola.
-Me contaron que se casa.
-Sí, sabía.
-¿Qué vas a hacer?
-¿Qué querés que haga?
-No sé.
Nilda sí sabe. A partir de esa noche la
espera tiene otra textura.
Interregno
A partir de este punto la historia se
aplana. El narrador quisiera, para enriquecer el relato, hacer una descripción
de la época. Redundancias de estilo. No hace falta. El tiempo de Nilda y su
Ulises fue el tiempo de tantos otros. Sería ocioso contar una historia que ya
tuvo grandes cronistas. Nuestra Penélope no tuvo miles de pretendientes
instalados en su casa de la calle del Virrey ni un Telémaco vengativo y
paciente. Tampoco un banco de pino verde. Apenas un matrimonio convencional,
bueno o malo como el de cualquiera. Dos hijos, la nena y el varón. La
peluquería. Como Penélope, Nilda tuvo su pretendiente. Como Penélope, Nilda se
sentaba a esperar. No en la estación. Frente a la mesa catorce de la Pizzería
del Galeón, los miércoles a las nueve de la noche. De él tampoco hay mucho que
contar. Por lo menos algo que justifique el relato. Existe la tentación de
mezclar historias de militancia, de resistencia armada, de violencia y de
muerte, torturas o delaciones. No las hubo. Él no llegó muy lejos en la
Mercedes. Con el tiempo volvió al país, pero se quedó en Buenos Aires. Cada
tanto volvía a su pueblo para visitar a sus padres. Venía con su mujer
holandesa y sus tres hijas, hasta que se divorció y ellas se volvieron a
Europa.
Si se cruzaron no hubo eventos de relieve.
Tal vez un saludo al pasar. Gente educada. Los que se tenían que ir se fueron,
antes o después.
2011
Él vino a Ciudad Insaurralde a liquidar la
herencia familiar. La madre ha muerto a los noventa, el padre vegeta casi
centenario en el Hogar Carrasco. Entra a la Pizzería del Galeón sin nostalgia.
Hace rato que los recuerdos vienen de otra parte. Ni siquiera dirige la mirada
hacia la mesa catorce. Para él es un miércoles más a las nueve de la noche. Se
sienta de frente al ventanal que da a la calle Beltrán.
Nilda respira hondo tres veces mientras saca la
pistola de la cartera. Empuña y apunta a la nuca del hombre, como le ha explicado
el instructor.
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