viernes, 2 de noviembre de 2012

PREGUNTAS


¿Qué hace que una generación sea diferente de las anteriores?
¿Somos muy distintos a nuestros padres y a nuestros hijos?
No hay muchas dudas de que sí. Somos muy diferentes. Ni mejores ni peores. De otra manera. Con otros modos. Con otras preguntas que exigen otro tipo de respuestas.
Cada uno de nosotros es pollo del huevo de su tiempo.
Para nosotros, señores cuarentones, ya la cigüeña era un pájaro feo que poco tenía que ver con la reproducción. El repollo era algo que nuestras madres intentaban infructuosamente hacernos comer. Por suerte el concepto de mujer maceta empezaba a perder vigor. No quiero decir con esto que aún no haya FASTAsmas que lo sostengan, ni civilizaciones? retrógradas que lo defiendan.
No nos dispersemos. Es otro el tema.
En mi caso personal debo agradecer a mi padre médico y a mi madre docente, que me ayudaron a comprender ciertas cuestiones de una manera simple y para nada traumática en un contexto difícil. No debe haber sido fácil educar a un niño durante la (ojalá)  última dictadura.
Entonces.
Todos nos hemos hecho preguntas.
Preguntas biológicas.
Preguntas políticas.
Preguntas técnicas.
Preguntas innecesarias.
Preguntas retóricas.
Preguntas capciosas.
Preguntas permitidas.
Preguntas correctas.
Preguntas incómodas.
A mis nueve años, en 1981, no era mucho lo que se podía preguntar.
Entonces la duda llegaba a cómo se hacían los bebés.
Hoy, 2 de noviembre de 2012, comprobé que, afortunadamente, la generación que nos sigue será mucho mejor de lo que pudimos ser nosotros.
Mi hijo de nueve años me preguntó cómo hacía el papá para poner en el cuerpo de la mamá la semillita necesaria para hacer un bebé.
Traté de explicárselo de una manera sencilla, limitado por el hecho de que iba manejando en hora pico por el centro de mi ciudad, la entrañable San Francisco.
De más está decir que el pibe conoce casi todo el hardware necesario, con términos bastante lejanos a pirulito, chochita, cuchufleta y otras pavadas similares.
Hasta ahora, nada sorprendente.
Tampoco sorprendió su manifestación de desagrado al conocer los detalles del intercambio bastante suavizados por el padre de la criatura, es decir yo.
Lo increíble, lo genial, lo movilizador vino después.
Después de este diálogo que lejos de ser original viene repitiéndose de generación en generación desde tiempos tal vez inmemoriales, tal vez desde cuando bajamos del árbol, mi hijo hizo la pregunta que señala feroz, certera y felizmente el cambio de paradigma.
Después de este diálogo mi hijo de nueve años me hizo, con total naturalidad, una pregunta que  demuestra que los que vienen serán sin lugar a dudas superiores a nosotros.
Después de este diálogo mi hijo de nueve años me hizo la pregunta que demuestra que por más que traten de contenerlos no lo lograrán y que serán ellos, estos pibes, los que harán algo mejor.
Con toda la naturalidad del mundo mi hijo de nueve años me preguntó cómo hacen para tener hijos (textuales palabras) las parejas gay.
Buen provecho.

jueves, 11 de octubre de 2012

PIEDRAS AL TECHO


UNO
Prólogo
¿Cómo contar una historia?
O mejor, ¿cómo situar una historia dentro de un género?
El autor o el relator siempre es, necesariamente, tramposo.
Él conoce por dónde va la trama, los personajes, los giros.
Él sabe, forzosamente, lo que va a pasar.
Indudablemente, la forma de contar la historia va condicionada por el argumento en sí, por la verosimilitud del mismo, por la relación espaciotemporal que se da entre los hechos y el narrador.
Cómo contar entonces una historia que tiene su anclaje en un pasado más o menos remoto, cuyo nudo podría estar transcurriendo en este tiempo pero que se va a resolver en un futuro más o menos próximo.
Cómo lograr también que ese relato, pretendida obra más o menos artística, no pierda vigencia una vez que se igualen los tiempos.
Porque la historia que yo les quiero contar tiene esas características.
Está pasando.
Está teniendo lugar en una de sus etapas.
Ya empezó, las causas y los desencadenantes de la historia ya han marcado su influencia.
Las circunstancias que desencadenarán o no el drama final se encuentran en plena etapa de maduración.
El desenlace espera, inexorable pero no determinado.
¿Es ciencia ficción?
¿Es anticipación?
¿Es ucronía?
La ucronía nos cuenta algo que habría pasado si la historia hubiera seguido la otra  rama de la encrucijada. Entonces uno se da cuenta de que todo cuento que se cuenta es una ucronía ya que se relata algo extraordinario, algo que sale de lo común, algo que no sigue el hilo narrativo habitual. Siempre que contamos algo partimos de una premisa, el “Qué pasaría/ Qué hubiera pasado si”…
Tal vez esta introducción sirva para algo o no, no me toca a mí decirlo.
Tal vez sea solamente un justificativo para contar una historia que ya empezó, que está pasando pero que se va a definir en un punto allá adelante.
Tal vez se defina de la manera en la que será contada.
O tal vez no.

DOS
La memoria es un lugar extraño.
Los recuerdos suelen aparecer de las maneras más raras, en los momentos más inoportunos. Son piedrazos que caen sobre el techo de chapa del silencio. Dicen algunos que en el momento final, justo antes de morir, la memoria se disgrega, se desintegra y los recuerdos se vuelven simultáneos, se juntan y se mezclan en un solo flashback monumental.
No lo sé, todavía no me he muerto como para tener una referencia de primera mano.
De qué nos acordamos.
Por qué recordamos lo que recordamos.
¿Recordamos solamente cosas que nos han pasado a nosotros?
¿Recordamos recuerdos de otros?
¿Se hereda la memoria como se hereda el color de pelo o de ojos o la forma la cara?
No hablo de mandato.
No hablo de ser tercera generación de médicos, como yo.
O de futuro médico, en mi caso puntual ya que todavía no me recibí.
Pero que es como si fuera.
Mi viejo dice que a partir de tercer año ya somos colegas. Será, no me parece trascendente.
La pregunta es si se puede heredar un sabor, un aroma, una música pero no como elemento concreto sino como manera de percibirlos. La pregunta es si se puede heredar una preferencia, una predilección.
La pregunta es si se puede heredar una repugnancia.
La pregunta es si esa herencia, de existir, es lineal o, como algunas enfermedades, puede saltarse una generación y aparecer en la que sigue.

TRES
De chiquito me gustó entrar a la cocina cuando la Tata sazonaba el guiso. Ahora que lo recuerdo aparece la imagen de los azulejos, la ventana al patio que en ese entonces no tenía rejas y el perfil de la Tata, que ya era un monumento, un tótem, uno de los pegamentos de nuestra identidad familiar.
Lo que más me gustaba de ese momento era cuando la Tata tomaba con sus manos sabias el tarro (ni el frasco ni el recipiente, el tarro) de los condimentos y espolvoreaba de amarillo la olla enorme donde flotaba la comida. El perfume que brotaba me transportaba a lugares extraños, con cerros y quebradas y colores y texturas que nunca había percibido en directo. Muchos años después sabría que eso era comino.
Más tarde, ya adolescente, tenía la misma sensación con ciertas músicas y con algunos poemas. Llorar por la suerte de Maturana nunca me pareció ajeno. Sólo con el tiempo comprendería lo ilógico de la situación. Lo extraño de esa nostalgia era que había nacido y vivido toda la vida en plena pampa gringa.

CUATRO
-Che, Debenedetti, ¿Se pueden heredar los recuerdos?
-Profesor Debenedetti para usted Gonzalves.
Debenedetti era el mejor genetista de Córdoba.
Debenedetti era ayudante de cátedra en Medicina Legal en la Facultad e Medicina en Córdoba.
Debenedetti era amigo de mi viejo de toda la vida. Debo aclarar que para mi viejo “toda la vida” es un concepto bastante etéreo. Para él, el ser humano es tal “a partir de que puede pagarse los forros por sí mismo”. La infancia es, según sus propias palabras, una etapa signada por la ternura que despierta en un grupo de adultos una serie de respuestas estereotipadas producidas por seres que aún no han desarrollado completamente su dentadura. Un tipo difícil mi viejo. Algunos dicen que heredó el sentido del humor de mi abuelo, el coronel médico Gonzalves. No me parece. El abuelo es un tipo seco, áspero y rubio.
Ese es otro tema. A mí, de chico, cuando me preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, me salía siempre la misma respuesta: “Rubio y coronel como mi abuelo”
Pero no nos disgreguemos. La dispersión, en estos relatos, suele ser contraproducente.
Debenedetti tenía la mala costumbre de hacerme sentir la autoridad todo el tiempo, sobre todo cuando le hacía preguntas incómodas o ante situaciones “pajeramente poéticas”, como él decía.
Por eso su reacción no me sorprendió, aunque no supe muy bien a cuál de las dos opciones correspondía.
-No sea pelotudo Gonzalves. El recuerdo se origina por la creación de un circuito interneuronal que es único y personal de cada sujeto.
-¿Está seguro profesor?
-Seguro Gonzalves. Los cubanos ya experimentaron con eso en 1987.
-¿Me pasa el artículo para leerlo?
-Búsquelo por usted mismo, Gonzalves.-
Obviamente, el texto de cuestión era de muy difícil acceso. Pero lo conseguí. No me aclaró mucho las cosas, ya que las conclusiones del estudio científico eran confusas y enredadas.

CINCO
-Viejo, ¿yo soy adoptado?
-No.
Apenas había girado la cabeza para mirarme. En el verde césped, los muchachos del Deportivo trataban de merecerse la calificación de jugadores de fútbol con bastante poco éxito, lo cual lo ponía de pésimo humor.
Igual insistí.
-¿Seguro?
-Sí. ¿Por qué lo preguntás?
-No me cierra mi apellido con mi cara viejo. El abuelo es rubio y yo no. Tengo medio cara de originario yo.
-Sí, un indio bárbaro sos vos. El gran cacique Gonzalves del este cordobés.
-¿Por qué me gusta el comino?
-Porque es rico.
-¿Por qué me gusta el folklore?
-Porque tenés mal gusto.- Cuando quería, mi viejo era feroz.
-Viejo, ¿Se heredan los recuerdos?
De todos modos, las preguntas eran para ponerle la vida difícil al viejo. En casa había toneladas de fotos de mi vieja embarazada. La ventaja de ser hijo único es que todas las fotos son tuyas o tienen que ver con vos.
Además, mi abuela tenía una cajita que ella llamaba de la memoria, con un mechón de pelo, un diente y una tripa de porquería que ella decía que era “el pupito del bebe”. A veces, la familia es un ejercicio de paciencia y de búsqueda de paz interior.

SEIS
Ni la iconografía ni los testimonios de primera o de segunda mano habían logrado cerrar, para mí, la discusión.
Hasta Debenedetti había confirmado la teoría de mi relación biológica con el Doctor Gonzalves hijo y señora, con soporte audiovisual que incluyó filmaciones de mi madre embarazada, puérpera y durante la lactancia de un protomamífero que, por la cara parecía ser mi primera versión.
No alcanzaba.
Las fotos se pueden trucar.
Las filmaciones se pueden editar.
Quién te dice que mi vieja no podría haber perdido un embarazo avanzado y luego completar ese espacio con un pobre chino halladito. Tal vez el niño original había tenido una muerte trágica y prematura, quién sabe.
Por eso, cuando le pedí la dirección del laboratorio de Canestrari me miró no sé si con pena o con resignación.
-No me creés.
-¿Qué cosa?
-Que sos biológico.
-Qué se yo… Nada es cierto hasta que se demuestra lo contrario.
-Y tu viejo, ¿sabe?
-………
-¿No le dijiste?- Debenedetti sabía, tanto como yo, de mi incapacidad eterna para la mentira.
-No.
-Tranquilo.- completó mientras me daba el papel con los datos pedidos.

SIETE
Canestrari no salía de su asombro cuando me vio en la sala de espera.
-¿Qué hacés acá?
-Vine por el análisis…
-¿Qué análisis?
-El análisis de ADN.
-¿Para qué?
-Para saber.
-…
-¿Se heredan los recuerdos?
-Qué se yo, preguntale a Debenedetti…- Canestrari era el tercero del grupo, por lo que también conocía a mi viejo de toda la vida.
-¿Por qué me gusta el comino?
-Porque es rico…
-¿Por qué me gusta el folklore?
-Porque tenés mal gusto.
Canestrari había iniciado a los otros dos en el Jazz y el rock sinfónico. Evidentemente tenían rutinas humorísticas similares.
De todos modos, me sacó los centímetros suficientes de sangre como para demostrar con casi un 100 % de probabilidad que el doctor Gonzalves y señora eran, efectivamente, mis padres biológicos.
Carne de mi carne.
Sangre de mi carne.
Ser de mi ser.

OCHO
-Hola abuelo…
-…
-¿Coronel?
-…
-¡Señor Coronel Médico Gonzalves, permiso para saludar!
-Recluta Gonzalves, autorizado para saludar.
-¡Señor Coronel Médico Gonzalves, buenos días!
-Buen día recluta. Descanse.
El saludo con el coronel siempre había sido severo, pero desde que mi viejo y la hermana lo metieron al Jardín del Retiro todo se había vuelto mucho más marcial.
El coronel respetaba las jerarquías.
Él era el coronel.
Mi viejo, que no era milico, era el soldado raso Gonzalves.
Yo, simple estudiante, era el recluta.
-Coronel, ¿se heredan los recuerdos?
-No sea pajero, tagarna.
En estos casos lo mejor era dejar pasar unos minutos.
-Coronel…
-¿Sí?
-¿Dónde nació mi viejo?
-En San Miguel de Tucumán. Maternidad Nuestra Señora de las Mercedes.
-Se acuerda la fecha…
-20 de septiembre de 1978. Yo estaba destacado como Coronel Médico Pediatra en esa institución. Su madre lo tuvo por parto espontáneo a las 15:30 horas, sin complicaciones para ella o el neonato.
Era impresionante como ciertos datos surgían, precisos, del barro de la demencia que poco a poco lo iba tapando.
-¿Hay fotos, filmaciones, algo de la abuela embarazada?
-Nada. Todo se destruyó en el incendio del 81. No quedó nada. Para verificar fechas, se sugiere consultar el libro de inscripciones del Registro Civil de San Miguel de Tucumán.

NUEVE
Epílogo
Ser el narrador de una historia tiene sus privilegios.
Es él quien elige el tono, la extensión, la intensidad que debe tener el texto.
Es él quien elige cómo se cuenta la historia, si desde lo testimonial, si desde lo verosímil o lo fantástico, si desde el pasado, el presente o incluso desde el futuro.
Pero sobre todo es el narrador quien decide hasta dónde se cuenta.
Es él, pequeño dios presuntuoso, quien define qué tipo de final le da a la historia.
Es él quien determina con crueldad, arbitrariamente, hasta con indolencia, que esta historia finalice con la mirada de Gonzalves clavada en el cartel de la sede cordobesa de Abuelas mientras se pregunta si se pueden heredar los recuerdos.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Digo yo


Yo no sé si alguien va a leer esto.
Tal vez me importe o tal vez no.
Tal vez sea importante o tal vez no.
A mí me pareció importante poder decir algo pensado y elaborado, no una simple respuesta a un posteo en Facebook o alguna otra red antisocial de esas. Me interesa compartir unas pocas palabras y que a quien le interese las lea también y las comparta, o las refute o las ignore.
No para que me puteen.
No para que me bardeen.
No para que me ninguneen.
Y sobre todo para que las respuestas no sean gritadas. No me voy a tomar la molestia de leer acotaciones escritas todas con mayúscula.
Porque nadie es mejor que nadie.
Nadie es más que nadie.
Nadie es más sano o más inteligente o merece más por el solo hecho de haber tenido la suerte de, en su momento, quedar del lado bueno de la raya.
Nadie elige ser excluido. Nadie quiere quedarse afuera. Nadie quiere, si puede elegir.
Si se puede elegir, nadie quiere la limosna.
Si se puede elegir, nadie tiene diez pibes para cobrar una asignación.
Si se puede elegir, nadie prefiere trabajar en negro.
Si se puede elegir, nadie busca una vida peor.
Si se puede elegir, todos seremos mejores. Todos y cada uno de nosotros.
Porque nadie es sin los demás.
Porque nadie es aislado.
Porque nadie es si el de al lado no es.
Puede sonar a frase hecha, y probablemente lo sea.
No importa.
No quiero ser original.
No quiero ser creativo.
No quiero conmover a nadie.
No es esa la idea.
La idea es aprender.
La idea es saber que la democracia es el disenso organizado. El consenso forzoso nunca es bueno.
La democracia está bien siempre, no sólo cuando gano yo. Nadie discutió la validez de los votos de Alfonsín en el 83, o los de Menem las dos veces que ganó, o los de De la Rúa.
Nadie.
Nadie dijo que eran ilegítimas esas elecciones. Como nadie discutió elecciones legales con candidatos proscriptos.
No me interesa pelearme con nadie por el solo hecho de que no compartamos una idea política.
No me interesa tampoco que alguien se considere con derecho a insultarme o agredirme o a ponerme en tela de juicio porque defiendo una ideología diferente.
No soy mejor ni peor que quien interpreta la realidad de una manera diferente.
Simplemente pienso de otra manera. Y no por eso pido la muerte de nadie. Ni la proscripción de persona alguna.
No me enojo porque alguien que no piensa como yo se manifieste. Al contrario. Aplaudo a la democracia, donde todos podemos decir lo que se nos ocurra.
Aplaudo a la democracia, donde tenemos el derecho a no estar de acuerdo.
Aplaudo a la democracia, aunque muchas veces me tocó estar en la vereda de los que eran minoría.
Aplaudo a la democracia, donde cada persona, a la hora de elegir, vale lo mismo: uno.
Agradezco además haber tenido la suerte que muchos no tuvieron, de poder comer todos lo días de mi vida, de haber completado los tres niveles educativos, de poder trabajar de lo que me gusta y para lo que estudié.
Agradezco que muchos pibes que hace diez años no tenían esa posibilidad ahora la tengan.
Agradezco a la democracia.
Porque es mucho más justo que todos resignemos algo, para que nadie deba carecer de todo.
Nadie me paga por pensar así.
No recibo asignaciones porque tengo la suerte de no necesitarlas, pero agradezco que existan, porque muchos pibes van a la escuela y reciben atención médica gracias a este sistema.
Seré mucho más feliz cuando este sistema ya no sea necesario, o sea superado.
Seré feliz cuando alguien traiga una mejor idea para todos.
Buen provecho.

jueves, 23 de agosto de 2012

PALO DE NOCHE


Rossi se da vuelta lentamente, como buscando un efecto. Siempre hace lo mismo. Espera a escuchar el chasquido de la puerta y gira el sillón de a poco. Pocas veces se sorprende, y no es esta la excepción.
El otro es un tipo común. Se nota que ha hecho un esfuerzo por parecer preparado especialmente para esta ocasión. El pulóver negro de hilo sobre la camisa gastada, el jean casi flamante. Hasta los zapatos.
Rossi lo mira, lo mide, lo cataloga. Nada diferente. Nada que no haya visto antes.
El otro no sabe qué hacer. Nunca estuvo en un lugar así. Nunca vio la plaza desde arriba. Nunca vio un ventanal de ese tamaño. Tal vez por eso es que decide hablar. Una vez que empieza ya no puede parar.
El otro habla, y dice
“Buenas tardes, señor Rossi. Veo que no me reconoce. Está bien, hace mucho que no nos vemos. O que yo no lo veo. No sé. No recuerdo muy bien cuándo fue la última vez. De todos modos no creo que usted se acuerde de mí.”
El otro toma aire.
Rossi sigue imperturbable.
“Es raro de qué se acuerda uno” dice el otro. “Son como fotos que se te quedan grabadas en la cabeza. Un atardecer en el mar, un muelle de pescadores, una pelea entre un gato a rayas y un perro overo. El espejo rosa con las tres estrellas blancas le diría mi hermana. Las puertitas de colores de la casa de Ana…”
El otro se da cuenta de que Rossi se aburre, se dispersa.
“Mis recuerdos son más difíciles. Más oscuros. Dicen que empezamos a acordarnos de cosas que nos han pasado a partir de los tres años más o menos. Debe ser cierto. Yo tenía tres años cuando vi el árbol. Anochecía, porque el fondo de la imagen fue siempre azul. Con el tiempo le fui agregando detalles. Nunca sabré si eran reales, o si salían de las historias que me iban contando o que iba descubriendo por mi cuenta. Nunca se habló mucho del tema en casa.”
El otro carraspea.
Rossi le señala la jarra y el vaso.
“Gracias. Con el tiempo me acordé de las espinas, y supe que era un palo borracho. Cuando vi la rama que salía hacia la derecha me di cuenta que era uno de los árboles del cantero de Avenida del Libertador, cerca de la plaza. Mi viejo no podía aclararme nada, por supuesto. Lleva varios años muerto, pero eso usted ya lo sabe, o lo va a saber cuando se de cuenta de quién soy yo. Mi vieja nunca quiso entrar en detalles. Nunca me quiso explicar mucho. Decía que para qué, que saber la historia no me iba a ayudar en nada, que mi viejo no iba a volver y que el hijo de puta nunca iba a pagar lo que había hecho. Que no había cómo demostrarlo.”
Rossi se inclina hacia delante. Apoya los codos en el escritorio. Resopla lentamente. Percibe que la cosa se está por poner interesante.
El otro sigue:
“El tiempo pasó. Mi vieja nos bancó como pudo. Nunca nos faltó lo esencial, pero nunca tuvimos un lujo. Nunca unas vacaciones de verdad. Nunca una marca. Pobreza digna dirían los pelotudos. Humildad de laburantes dirían los garcas y los explotadores como usted Rossi.”
Rossi se endereza. El insulto entra como trompada.
El otro no se conmueve. Sabe que ha llegado al punto sin retorno.
“Hace un año mi mamá se murió. No fue una muerte heroica ni romántica. Se le rompió una vena en el cerebro, duró una semana en la terapia del Hospital. Se fue casi en silencio, sin joder a nadie. No como vos, Rossi”
Rossi parece no percibir al cambio en el trato. Se abstrae. No junta esa cara con su historia. No puede, no hay manera.
El otro sigue, áspero. Sabe que está llegando. Que todo llega, aunque a veces no.
“Y ahí fue cuando empecé a entender algo. O todo, pero de a poco. De a pedazos. Como la foto del árbol. Como otra foto, pero eso no se lo voy a contar ahora.”
Ahora es Rossi el que carraspea. Se sirve de la jarra.
Se da vuelta, mira por el ventanal. No sabe, pero está por entender.
El otro abre el bolso que trae colgado del hombro. Por primera vez arrima una silla al escritorio y se sienta.
Saca una carpeta verde.
“Acá está todo, Rossi. Desde la carta que dejó mi viejo antes de ir a colgarse del palo borracho hasta cada documento. Todo. Los papeles, las escrituras. Los recibos. Todo, Rossi. Ahora sabés quién soy. Y si no sabés, acá tenés la foto del cadáver ahorcado, del fondo azul del anochecer y del árbol.”
Mientras se da vuelta, Rossi alcanza a ver la pistola que se asoma en el fondo del morral. No necesita revisar el material. Sabe qué hay ahí, palabra por palabra. Sabe qué trata cada documento.
Sabe, también, qué pasaría si el contenido de esa carpeta se difundiera.
Mientras hojea, comienza a analizar las alternativas.
El otro espera, en silencio.
Vuelve a hablar
“De más está decir que hay otras copias de este material. Una la tiene Láinez, el periodista y otra el fiscal Fabrizzi, con instrucciones de difundirlas si a mí me pasa algo.”
El otro cierra el bolso, mientras se levanta.
“Chau, Rossi. Suerte.”
Se da vuelta.
Enfila hacia la salida.
Rossi le pregunta si lo va a matar.
“Quién sabe” dice el otro y se va.

lunes, 4 de junio de 2012

EL SEÑOR GARCÍA


En mi casa vive un señor que se llama García.
En mi casa vive un señor que se llama García, que es bajito y de rulos.
En mi casa vive un señor que se llama García, que es bajito y de rulos y que usa traje oscuro y moñito a lunares.
En mi casa vive un señor que se llama García que es bajito y de rulos, que usa traje oscuro y moñito a lunares y que tiene una costumbre muy particular.
A este señor le gusta comer prendas de vestir.
Ustedes dirán, entonces, que el señor García, lejos de ser tal cosa es una simple y vulgar polilla.
Pues no, nada de eso.
Una polilla come cualquier prenda.
El señor García come… medias.
Pero no cualquier media.
El señor García que vive en mi casa come sólo una media de cada par. La otra media queda allí, solitaria y huérfana.
El por qué de esta conducta, yo no lo conozco.
Lo que sí sé es que a veces no gusta de la media que ha probado, por lo que la abandona, agujereada, en el cajón correspondiente.
Otras veces se confunde, y muerde una remera, o un calzoncillo.
Puaj.

En mi casa vive un señor que se llama García que come medias, y que a veces no llega al baño.
Entonces se agacha y hace caca en el rincón que queda detrás de la puerta más cercana.
Como se darán cuenta, el señor García no hace soretitos comunes y corrientes como los nuestros.
No señores.
El señor García hace caca en pelusas del color de las medias que se ha comido.
Si no me creen, fíjense detrás de las puertas.
El señor García tiene un pariente que vive en el cajón de las medias de cada casa de cada barrio de cada ciudad de cada provincia de cada país de cada continente de este mundo que nos tocó pisar.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Sabiduría


Los dos hombres abandonan sus transportes a la vera del sendero mayor.
Han superado ya, o por lo menos eso creen, las pruebas requeridas para ser admitidos en el selecto grupo de los discípulos.
Penetran en el recinto vedado para ellos hasta ese momento, pero del que han oído historias desde tiempos inmemoriales.
Conocen también, desde niños, la existencia del maestro.
Hoy el día indicado.
La tradición así lo determina.
Saben que el maestro concede sólo una respuesta.
Buscan, en el recinto, el sitial del maestro.
No es difícil orientarse.
Las historias escuchadas hacen sencillo el encuentro.
El maestro está en su lugar de siempre.
El altar se les presenta tal cual en el relato de los mayores.
La mano izquierda del maestro rodea la base del cáliz que contiene el negro néctar de mediterránea índole y áurea corona.
La mano derecha sostiene la oscura antorcha del destino.
Toda la presencia del maestro irradia el desprecio por las convenciones sociales más comunes y arraigadas.
El aire todo huele a sabiduría.
Los discípulos se acercan.
Saben, o así les ha sido referido, que el maestro sólo brinda una respuesta.
-Maestro…
-¿Sí?
-Tenemos la pregunta.
-¿Ajá?
-Queremos saber, maestro, cómo elegir. Queremos conocer la opción más sabia…
El maestro calla.
Dirige su mirada al sendero mayor.
Liba su néctar.
Aspira el humo de la antorcha.
Finalmente, sentencia:

-La blonda persigue al poderoso, mas el fuego eterno reside en la morena. Solamente a quien ella crea merecedor revelará su misterio la cobriza.

Los discípulos depositan el óbolo correspondiente sobre el altar.
Bajan la mirada mientras se retiran en silencio.

jueves, 3 de mayo de 2012

VIERNES A LA TARDE


Para mi amigo, él sabe quién es.

El viejo del Quique era milico. Coronel, o algo así. Había estado por el sur, después en Buenos Aires, hasta que el azar de los destinos lo trajo a la Fábrica Militar de Ciudad Insaurralde un par de años antes de que empezáramos la primaria en la Escuela Normal Superior Dr. Nicolás Avellaneda.
El Quique había sido al principio un tipo bastante difícil de tratar. Como era hijo del coronel tenía ciertos privilegios que el resto de los mortales sólo podíamos envidiar. Un colimba morocho y flaco, con tonada que después sabríamos correntina, lo pasaba a buscar todos los días, a las cinco de la tarde, en una camioneta verde oscura.
Nos hicimos amigos recién en tercer grado. A los dos nos gustaba leer. La primera vez que hablamos en serio casi terminamos a las trompadas, porque él decía que Sandokán era un héroe de verdad, y no un salame de cuarta piojoso como Tom Sawyer. Que su hermano más grande se lo había dicho y que era cierto, porque su hermano jamás le habría mentido.
Al poco tiempo, y cuando ya éramos casi mejores amigos, la maestra llamó a mis viejos y al coronel. Parece que el Quique venía medio quedado en su ”rendimiento académico”  o algo así, y que sería una pena que un chico tan bueno como Enrique tuviera que repetir el grado. Mucho después comprendí que la cara del coronel no había sido de susto, sino de asco. Expresión que se agravó cuando la Señorita Marta sugirió que una vez a la semana el Quique y yo nos juntáramos en mi casa para hacer los deberes. Parece que por lo que había pasado con el hermano lo mejor para él era salir un poco de ese ambiente.
Fue una de esas tardes la que cambiaría para siempre mi vida.
La tarde de viernes en la que el Quique trajo los binoculares.

En esa época Ciudad Insaurralde no era lo que es ahora.
Pocas casas había entre la Rural y la Torre del Agua. Yo en realidad vivía en el Barrio Sarmiento, pero mi casa quedaba muy lejos de la Ruta 19. Además, necesitábamos un lugar alto para ver venir la camioneta.
Así que hablamos con el Chacho Mastronardi, que era el capo de Obras Sanitarias, como se llamaban en esa época y le pedimos permiso para subir a la Torre.
La Torre daba y sigue dando a la ruta, así que era, y sigue siendo, el mejor mangrullo posible. Le dijimos que necesitábamos subir para hacer un trabajo para la Escuela. No se si lo convencimos del todo, pero al viernes siguiente estábamos ahí el Quique, yo y los binoculares.
-Vos tenés que mirar para allá.- me dijo el Quique señalando para el lado de Córdoba.- Y avisarme si viene una camioneta grande con una luz en el techo.
-¿Para allá?
-Sí, para allá.
-Che, Quique…
-¿Qué?
-¿Y para qué te venís hasta acá?
-Porque es alto.
-Pero ahí en la Fábrica Militar también tenés como una torre, ¿No es más cómodo?
-No, el Coronel no me deja.
-¿Le preguntaste?
-No.
-¿Por?
Varias veces tuvimos este diálogo, hasta este mismo punto. Yo sabía que el Quique contestaba hasta donde él quería, así que no le insistía nunca. Cuestiones de hombres, que había que respetar. Así que nos pasábamos las tardes ahí arriba, mirando al este.
Esperando.
Esperando una camioneta grandota con una luz en el techo.
Nunca le pregunté qué había en esa camioneta. Alguna vez el Quique me lo contaría. O no.
El Quique nunca hablaba de lo que no quería.
De lo que había pasado con el hermano, por ejemplo.

El tiempo pasó.
El Quique fue abanderado.
Yo no figuré ni en el cuadro de honor.
Ya éramos casi hermanos.
El primer viernes de diciembre nos juntamos como siempre en mi casa.
Esa vez no nos fuimos en bici.
Tal vez porque sabíamos que era la última, y quisimos que durara un poco más fuimos caminando.
Subimos como siempre. El Chacho Mastronardi ya no era más el capo de Obras Sanitarias. El Coronel ya no mandaba a nadie. Ya era mil novecientos ochenta y tres.
Habíamos llevado sánguches de milanesa y una botella de coca.
La tarde estaba espléndida. Un día peronista decía el loco Ponderosa, y todos nos cagábamos de risa.
-Así que te vas.- empecé como podía una conversación que sabía áspera. A los doce uno no sabe como es irse para siempre de un lugar.
-Sí. Lo trasladan al Coronel a Córdoba.
-¿Y vos qué vas a hacer?- Siempre en esas circunstancias se preguntan pelotudeces, así que la no respuesta del Quique no me sorprendió.
-Te quiero contar algo.- dijo el Quique.
-Te escucho.
-A mi hermano lo vinieron a buscar de noche. Unos hombres que parecían conocer al Coronel. Por lo menos, él los dejó pasar. Hasta les abrió la puerta. Mi hermano no se resistió. Lo único que pidió antes de que se lo llevaran fue permiso para hablar conmigo.
-¿Con vos?
-Sí. Se metió a mi pieza y me dio una caja de cartón que tenía guardada en su placard. La abrimos y adentro estaban estos largavistas. Me dijo que no llorara, que él se iba pero que no se iba a olvidar de mí o de mamá, y ni que hablar del Coronel. Me dijo también que iba a volver. Que iba a volver en una camioneta grandota por la ruta, desde Córdoba. En una camioneta grandota con luces en el techo. Que lo espere en la Torre del Agua, y que nos íbamos a ir a pescar a Santa Fe. Me dejó los binoculares para que fuera yo el primero que lo viera.
-Pero no vino.
-Pero va venir, yo sé que va a venir. Él nunca me mintió.
-Pero vos ahora te vas a Córdoba, así que por ahí te lo encontrás allá…
-Sí, y entonces le voy a contar de vos. Y te vamos a venir a buscar.
-En una camioneta.
-Grandota, sí.
-Con luces en el techo…
-Eso.
-A mí no me gusta pescar…
-No importa, vos te quedás leyendo debajo de un árbol, alguna mariconada de ésas que te gustan a vos de Tom Sawyer…
-Dale.
Los hombres no lloran. Pero nosotros teníamos doce años.

El tiempo pasó.
Cada uno empezó y terminó la secundaria.
Cada uno eligió y terminó una carrera universitaria.
La ruta 19 fue para mí huella que me llevaba y me traía. Cada vez que pasaba por la torre del agua no podía dejar de imaginarme a dos pibes que, trepados a su techo, buscaban una camioneta grandota viniendo de Córdoba, con luces en el techo.
Muchas veces elegí ventanilla del otro lado del colectivo.
Muchas veces me forcé a llegar dormido a Ciudad Insaurralde.
Muchas veces simplemente cerré los ojos.
Después me fui a Buenos Aires.
Después la ruta 19 tenía otro cabo, que venía desde Santa Fe y donde no había Torre de Agua.
En alguna parte perdimos el contacto con el Quique.
Pasamos a ser, supongo, una buena historia más en la memoria de cada uno de nosotros.

Ya había vuelto a Ciudad Insaurralde con mi título en un tubo de plástico. Ya tenía mujer, hijos y gatos cuando leí la noticia. Habían encontrado el lugar exacto de las tumbas clandestinas del Cementerio de San Vicente, en Córdoba.
Al otro día me fui a Casa Marchetti Camping y outdoors (esta parte del cartel era nueva) y me compré un largavistas espectacular, alemán, con un montón de cosas que nunca supe hacer funcionar.
No sé cuántos viernes pasaron.
No me acuerdo a quién tuve que coimear para poder subir a la Torre.
Hasta que al final lo vi.
La tarde del último viernes de diciembre vi venir por la ruta 19, del lado de Córdoba, una camioneta grandota con luces en el techo. Antes de que llegara al cruce supe que la manejaba el Quique. En el semáforo del Maxi Mercado supe que me había visto.
Cuando me subí supe que íbamos a viajar a Santa Fe.

martes, 1 de mayo de 2012

BASTA MESSINA


I- El exorcismo

Sábado a la noche, sobremesa.
Kramer cabecea. Goldberg saluda.
-¿Fernet? (Kramer)
-Fernet (Goldberg)
La mesa se tambalea. La espuma se arrima peligrosamente al borde del vaso.
Goldberg mira para abajo y diagnostica.
-Regatón gastado.
Pela victorinox de la riñonera y dice:
-Esperame.
Kramer se espanta y llama a Rivas, su compañera:
-¡Susy! ¡Volvió!
-¡Nooooooo!- dice ella desde la cocina.
-Sí, reencarnó.
-¿En quién?
-En Goldberg.
-¡Rápido, el exorcismo!
-Dale. Salvia, tomillo, cedrón y aceite de oliva en una taza de café hirviendo con dos gotas de esencia de cardamomo. ¿Listo? Goldberg, aspirá.
-NI en pedo.- se queja Goldberg.
-Aspirá te digo.
-Jamás.
-Aspirá la puta madre que te parió.
El tono de Kramer no admite réplica. Goldberg absorbe el humo maloliente que brota del tazón. Estornuda un moco espeso y violeta que se pega en el vidrio del ventanal. Rivas se apura a quemarlo con un aerosol y un encendedor, mientras repite como un mantra:
-Andate.
-Tomátelas sucio espíritu utilitario.- Conjura Kramer.
Cuando todo se calma, Goldberg y Kramer salen al parque.
-¿Y eso? (Goldberg)
-¿Qué cosa? (Kramer)
-El exorcismo ese.
-Bastamessina.
-¿Perdón?
-Sentate, te cuento.

II- Clasificación de Kramer del Hombre según su Desempeño Doméstico
-Hay (dice Kramer) varios tipos de hombre según como se desempeñan en el hogar.
-¿Sexualmente? (Pregunta Goldberg)
-No, domésticamente hablando, a saber: (Dice Kramer y enumera)
1) El Inútil Absoluto: no sabe cambiar un cuerito, jamás corta el pasto, no conoce el punto justo del agua para el mate, no te hace un asado, no tiene la más mínima noción de mecánica. No sólo eso. Ninguna de estas actividades le despierta el menor interés, y  hace alarde de su situación.
2) El Domesticado: ha ido adquiriendo capacidades a lo largo de la vida, y sobre todo a partir de su matrimonio. De a poco ha debido arriar algunas banderas, y eso lo mortifica un poco. Suele encontrar una explicación semántica adecuada a su situación actual que es siempre coyuntural, ya que se encuentra en un aprendizaje (forzado) constante.
3) El Idóneo: hace lo que puede conociendo sus limitaciones. No se mete donde no le toca, por ejemplo con la electricidad o el gas.
4) El Habilidoso: tiene un galponcito con tablero de herramientas. En su casa funcionan todos los tomacorrientes, no gotean las canillas, los zócalos están todos completos, el pasto está cortito. No hay goteras ni filtraciones. Es un tipo que se da maña para todo, pero que se limita a su hogar. Jamás cometería la imprudencia de meterse en reparaciones en casa ajena, salvo que se lo pidan.
5) El Voluntarioso: tiene todas las respuestas y todas las soluciones. Pero sobre todo tiene la capacidad para detectar los problemas, o de resolver cuestiones antes de que se produzcan. Sobre todo, y esto es lo fundamental, -antes de que alguien le pida ayuda. El tipo tiene victorinox, gepeese y compresor. El mundo es su patio de luz. Es el que sabe dónde encontrar el repuesto que a vos te falta. Conoce todas las rutas y cada trayecto, y te los cuenta antes que se lo preguntes.
-Bastamessina era un voluntarioso.

III- Bastamessina
-¿Me seguís?- (Pregunta Kramer)
-Te sigo.- (Responde Goldberg).
-Bastamessina. Juan Carlos Bastamessina era el Charly García, el Favaloro, el Maradona de los voluntariosos.
-Un hinchapelotas.
-Más que eso. Juan Carlos Bastamessina tenía en su casa la herramienta que se te ocurra. Del material, forma y tamaño que te puedas imaginar. Tenía algunas en su envoltorio original como si fueran muñecos oficiales de Star Wars, porque no tenía la más puta idea de para qué servían. Actualizaba el GPS una vez por semana. Conocía cada pozo de ceda ruta con nombre, apellido y apodo. Te podía indicar un trayecto con ciudades intermedia y kilometrajes con un margen de error de quinientos metros. Tenía una aplicación en el teléfono que te decía cuántas ferretería y concesionarios oficiales de electrónica había en cinco mil metros a la redonda.
Pero no era ese el problema.
-¿No?
-No. Cuando venía a tu casa no frenaba la actividad. Cortaba los yoyos de los bordes, a mano. Podaba ramas hasta la altura de su brazo. Pasaba el rastrillo por el pasto. Juntaba ramitas para el fuego, y si te descuidabas te lo prendía antes de que vos te dieras cuenta.
-Un grano en el culo.
-Un grano en el culo.
-¿Y venía seguido?
-Por lo menos una vez por semana. Después se le dio por tomarse sus vacaciones acá. No sólo eso. Tuvo una época en la que parecía que se anotaba tareas para la próxima vuelta. Una vez se trajo un taladro y colocó estantes para libros por toda la casa.
-No te puedo creer.
-Creelo. Otra vuelta se trajo el chirimbolo ese para soldar, y arregló la puerta de la galería.
-Un garrón.
-Un garrón. Encima te hacía sentir mal. Parecía que le gustaba demostrarte tu inutilidad. No podía ver a alguien buscando algo, que se ofrecía inmediatamente a colaborar. O decía “Eso que vos buscás yo lo vi colgado del perchero de los paraguas”.
-¿Y quién le puso el apodo?
-¿Qué apodo?
-Basta Messina.
-Ningún apodo. El tipo se llamaba así. Quintana decía que más que un apellido era un destino lo que cargaba el chabón.
-¿Y el exorcismo?

IV- Manuscrito de Juan Carlos Bastamessina
“Yo, Juan Carlos Bastamessina, a 19 días del mes de diciembre de 2001, en pleno uso de mis facultades mentales, digo y dejo asentado por escrito lo siguiente:
1)     Que sabiéndome envidiado por el común de la gente (en adelante “la mersa”) en razón de mis múltiples habilidades y aptitudes.
2)     Que sabiendo que existen en el mundo mentes perversas y vengativas.
3)     Que temiendo ser víctima de represalias fundadas en los puntos antes mencionados.
Anuncio que en caso de sufrir violencia física o mental por parte de la mersa, la cual llevare a la muerte del infrascripto, volveré a encarnar en cualquier persona que me hubiera conocido o, en su defecto, en seres cercanos a los mismos.
Atentamente.
Juan Carlos Bastamessina.

V- El final

-¿Y? ¿Qué pasó?
-Nadie lo supo muy bien. Una noche de lluvia Bastamessina subió al techo a limpiar los desagües, antes de que el agua empezara a filtrar, cuando se vino en banda y se desnucó contra el piso de la subida de la cochera. Bah, esa fue la versión que se supo…
-¿Y la autopsia?
-No hubo. Se comentó que la mujer, viuda ya a esta altura de los acontecimientos, le pagó muy buena guita al forense para que certificara muerte por accidente. Desde entonces, cada vez que aparece un voluntarioso, hacemos el exorcismo.
-¿Y funciona?
-A veces sí.
-¿Y otras veces?
-Nada es infalible.

viernes, 30 de marzo de 2012

SÁBADO

No necesita mirarse al espejo para saber que esta noche la rompe, pero igual lo hace. Pequeñas vanidades sin un significado puntual. Sólo eso, vanidades.
Mira su pelo, el ondulado justo. Como a él le gusta. Ninguna fantasía, ningún artilugio de peluquería. El toque justo de champú y enjuague, alguna crema para peinar y nada más. Nada superfluo. Nada que moleste.
El maquillaje justo. No es necesario ser una puerta. Los ingredientes justos. Todo en su medida y armoniosamente, como decía el General. Nada estrafalario. Además, a él le gusta así. Tonos tenues, sutiles.
Después la remera. Lo suficientemente ajustada como para marcar las formas, sin revelar nada. La exuberancia disimulada por la discreción. Hasta un toque humilde si no fuera por el estampado de la espalda. Sexy mas no berreta, tal como a él le gusta.
El pantalón, como corresponde, resalta las piernas torneadas. Horas de gimnasio justifican la inversión. Más que ajustado parece pintado sobre la piel, como una propaganda de jeans de los ochenta. A él le gusta así, y con eso le basta.
El perfume sí. El perfume es salvaje. Llama al instinto desde algún lugar recóndito de la animalidad ancestral. Sabe que ese perfume lo puede. Sabe que estimulando ciertas glándulas logrará lo que se propone.
Sale al comedor. El viejo ritual infantil se repite.
“Beso a mamá”
“Beso a papá”
La noche del sábado es suya.
La noche de Ciudad Insaurralde le pertenece.
Su papá, el famoso Chacho Gargano, mecánico por herencia y por vocación le dice a la Mirta, su mujer:
-Me banco que viva con nosotros con casi treinta años, me banco que no se haya recibido, me banco hasta que sea puto. Ahora, ¿qué necesidad tiene de vestirse así?

jueves, 29 de marzo de 2012

CURIOSIDAD

Las historias nacen en alguna parte.
Son pocas las historias de ficción absoluta: las que tienen en el medio extraterrestres o dartveideres varios, y algunos cuentos infantiles que en general son muy malos y producen la repulsa de los pequeños, cuando no el tal vez merecido ajusticiamiento literario de su malhadado autor. No vamos a profundizar aquí en cuanto a los merecimientos de tal situación, pero todos hemos sufrido amistades y amores imposibles entre seres no sólo de diferente especie, sino de reinos incompatibles entre sí. No abundaré en ejemplos específicos para no aburrir al lector.
En nuestra insigne Ciudad Insaurralde, más conocida por todos como Este Pueblo, la cuestión es mucho más sencilla. Una historia, para ser contada como real necesita solamente eso, ser contada. A partir de ahí el cuento sigue su rumbo sin importar la fuente, el origen e incluso la verosimilitud del mismo. Para demostrar tal afirmación yo, Salomón Antonio Kramer, paso a relatar a ustedes  hechos recientemente ocurridos en nuestra ciudad. De más está decir que tales acontecimientos se han desarrollado tal cual se relatan. Quien dude de esta afirmación tiene dos opciones: joderse, o defender su postura mediante sus puños. A vos te digo jetón. Te espero donde ya sabés a la hora que quieras.
A continuación, los hechos.

Martes 09:30 hs.
Bar de institución de salud. Poca gente.
-Che, Kramer, ¿es verdad que se separó el Cuervo?
-Qué se yo, no soy la madre del Cuervo.
-Pero laburás con él…
-Si, pero primero se fue él de vacaciones y ahora recién vuelvo yo, así que hace como un mes que no lo veo…
-Porque a mí me contaron que se separó, por eso te pregunto a vos.
-¿Quién te contó?
-Eeeeeeeeeeeehhhhhhhhhhhhhhh
-Y no te dijeron por qué…
-Una mina parece.
-¿Una mina?
-Sip, lo vieron de la mano en el centro con una mina.
-¿Al Cuervo?
-Tal cual.
-¿Al Cuervo Schultz?
-Como lo oís.
-Raro, es muy discreto el Cuervo.
-Hasta que dejó de serlo.
-Y bueh, a todos nos toca alguna vez.
-Si sabés algo ¿me contás?
-Ni en pedo.
-Kramer…
-¿Sí?
-El Diego me lo contó.
-El Diego Márquez.
-Ese.

Jueves 14:00
Vestuario Club de Tenis
Aclaración necesaria: las conversaciones que se reproducirán a continuación adolecen de originalidad en cuanto a su contenido general, por lo que extraeré de las mismas solamente lo que considere pertinente para el relato que nos ocupa. Es una decisión absolutamente arbitraria y que se orienta a lograr una mayor agilidad en la lectura del texto. Para quien pretenda una versión más amplia de las charlas citadas, se sugiere repasar el párrafo anterior o dirigirse a los sitios mencionados al inicio de cada fragmento y escuchar cualquier conversación habitual. Hecha esta aclaración, continuamos.
Gracias.
Salomón Antonio Kramer.

-Dice el Gordo que vos le dijiste que fue por una mina, que lo vieron en la calle de la mano y a mí me llamó la atención. El Cuervo es un tipo muy discreto.
-Es que no lo vieron por la calle.
-¿Ah no?
-Nop.
-Ya me parecía.
-Fue en la casa.
-¿En la casa suya de él?
-Tal cual. La mujer entró y los agarró a los apretones en los sillones del comedor. Ahí nomás los sacó cagando y se tuvo que ir el Cuervo con la cola entre las patas. A mí me lo contó el Gringo Bringas.
-¿El de la librería?
-Ese.

Sábado 10:00
Local Librería Comercial Bringas

-¿Y estaba buena por lo menos la mina?
-¿Qué mina?
-LA que estaba con el Cuervo cuando la mujer le dio la cana…
-¿Qué mina?
-No sé, a mí me contó el Diego Márquez.
-Te contó mal.
-¿Entonces?
-El Cuervo estaba con un pibe.
-Nooooo…
-Posta, y no sé si no era menor de edad.
-Mirá vos el Cuervo.
-Tal cual. A mí me lo contó el Bocha Nanini.
-¿El acompañante terapéutico?
-Ese.

Lunes 16:00
Servicio de Asistencia Espiritual
Hospital Interzonal José Carlos Insaurralde

-Bocha, ehhhh dame pelota Bocha.
-¿Cómo?
-Te preguntaba por el Cuervo.
-Se separó.
-Eso ya me lo contaron.
-Se separó por un tipo.
-Un menor de edad.
-No.
-¿Entonces?
-El personal trainer de la mujer.
-Upa…
-Sip. Parece que el Cuervo llegó tarde una noche, y los encontró enroscados en el sillón del comedor.
-¿Y vos cómo sabés?
-A mí me lo contó el Nacho Fornari.
-¿El golfista?
-Ese.

Miércoles 15:00
Golf Club de Ciudad Insaurralde
Hoyo 7

-¿Y entonces?
-Yo tengo la posta pendejo. Escuchá al que sabe.
-Te escucho.
-En todo este asunto del Cuervo hay una cuestión muy turbia. El personal trainer es en realidad un dealer uruguayo que trae la merca para toda la zona desde Tacuarembó vía Gualeguaychú. Su principal contacto acá es el Cuervo Schultz. Parece que lo de la separación es toda una maniobra para tapar una operación de tráfico muy grossa. Marihuana camuflada en potes de crema de Lácteos La Marcheggiana. La operación Bagnacauda Verde. Millones y millones. El Cuervo armó todo el circo de la separación, pero ya tendría todo arreglado para tomársela con la familia a una isla en la Polinesia Occidental.
-Uhhhh, qué grosso… ¿Estás seguro vos de todo eso?
-Papi, sabés con quién estás hablando…
-Con el Nacho Fornari.
-Ese.

Jueves 12:00
Esquina Sureste de la Plaza del General
Ciudad Insaurralde

-Cuervo querido.
-Kramer, ¿todo bien?
-Dentro de límites normales. Che, si no es indiscreción, ¿vos te separaste?
-No, ¿por?
-Nada, curiosidad.