sábado, 23 de octubre de 2021

Dos

 Cae la tarde sobre el Este cordobés. El klezmer concurre con el cachorro segundo a aupar al sobrino mayor por línea paterna, en la dura porfía futbolera puberal y arrabalera. La muchachada suda el sintético que cubre los torsos pero no, evidentemente los hados no nos sonreirán, como tampoco lo harán nuestros bravos players. Los llamativo es que tampoco demuestran gozo alguno los contrincantes, por lo menos mientras se desarrollan las acciones en el verde césped. 

Primera parte de un día atravesado por descargas variadas de neurotransmisores estimulantes, si se perdona la disgresión pretendidamente fisiológica. 

Un héroe cumple setenta, y dios se ha sentado a disfrutar.

Finalizado el match, el klezmer del este cordobés debe hacer efectivo su rol progenitor, y trasladar al futuro de la patria hasta la casa de un amigo, en la cual el muchacho deberá hacerse cargo de la nutrición de los concurrentes al evento. El hogar del anfitrión se encuentra en una zona de casas sin revoque, con calles mal iluminadas, cercana al margen construido del conurbano que habitan. Una vez allí, son recibidos por la madre del festejado, quien explica que el barrio no debería generar ansiedad alguna al klezmer, y que el ágape se desarrollará, íntegramente, en los intramuros del solar familiar. El remitente agradece la preocupación, y exime a la comadre de toda justificación, posteriormente a lo cual se retira hacia su hogar, mientras barrunta la tristeza de sentir que vivimos en un mundo en el cual alguien siente la necesidad de pedir perdón a otro por no ser ABC 1 y no vivir en un barrio de casas con pileta y carros de doble tracción. Tristeza que muda, casi inmediatamente, en furia, porque comprende que, para muchos sujetos que jamás podrán tener un plantín de chauchas en su patio de mosaicos, esa conducta es no solamente digna, sino que es, además, recomendable.

El klezmer del este cordobés comprende que la peor clase de ser vivo es aquel que cree merecer un esfínter ubicado una cuarta más al norte.

Y se va a escuchar a García. Porque si la solución es lejana, siempre nos queda la belleza.

martes, 19 de octubre de 2021

Uno

 El mundo es un lugar hostil para las almas simples, piensa el klezmer del este cordobés. El mundo es un lugar extraño, además, para los que pretendan analizarlo desde los tradicionales cánones analógicos. En la tele, veintidós muchachones con ingresos muy por encima de los de sus espectadores porfían por ganar un trofeo que corona al campeón de un torneo europeo poblado de jugadores sudacas o africanos de primera o segunda generación, jóvenes atletas que, de carecer de las habilidades necesarias para triunfar en el reality futbolero, no habrían pasado de Lampedusa. Mientras tanto, la radio transmite el empate de Central y de Platense uno a uno. Ferro no juega en Primera.

Paradojas.

O no.

Blanqueo de modernos Espartacos, sin gloria para los amateurs. Nadie aplaude al segundo, el primero de los últimos de aquel doctor legendario. 

Melancolía de los noventas, de raros peinados nuevos y de básculas con dos cifras, cuando todos los pasados estaban por llegar. Nostalgia de los derrotados, del Diez de la península, de los primeros caídos nuestros. Todavía no teníamos muertos genuinos, la decadencia era ajena. Éramos inmortales, como corresponde.

Afuera la ruta, metáfora berreta de todo. Lo abstracto como base de lo transitorio. Nada es menos tangible que el traslado. Nada es menos violento que el destino.

Y así vamos. Predicadores invictos de lo etéreo, jueces imparciales de los extremos, catadores de la miseria. Pero siempre neutrales, por siempre objetivos, para siempre asépticos.

En la tele, un millonario postpúber hijo de ilegales festeja un gol. Otro millonario cuenta que se escruchó una bici para empezar su carrera legendaria en el balompié. Los caníbales dicen mirá qué bien, cómo la voluntad todo lo logra. Afuera, en el barro, se congratulan con los sicarios que le dicen a la madre del pibe que se afanó el celular que no, que pregunte en el otro local.

El klezmer del este cordobés mira por el ventanal cómo la carroza blanca del patrón entra a cargar gasoil y se pregunta qué nos queda de aquella década, cuando todo estaba por empezar.