martes, 24 de diciembre de 2013

RENCOR

UNO

CONTEXTO
Fue para la época de las quemazones, en el año aquel en el que se rompió lo que creíamos que podía ser para siempre. Tal vez la referencia cronológica no le aporte mucho sentido al relato, pero para mí es fundamental.
Por el fuego, por la quema de los pastizales. Por el año en el que dejé de creer en tantas cosas. Porque sólo situándome puedo relatar, puedo reproducir la historia que aquel viejo me contó una tarde áspera de agosto de 2013, una tarde de santa rosa.

RIBODINO
Esa tarde había salido, como siempre, al parque del Hospital a fumarme un cigarro. Lo de parque es una concesión que no hace justicia al yuyal abandonado en que se había convertido la parte de atrás del citado nosocomio, por el que pululaban toda clase de alimañas salvajes y domésticas. Algunas leyendas referían incluso la existencia de cadáveres nunca reclamados. Se explicaba la ausencia de olores nauseabundos por las propiedades momificantes de la sal de la laguna, arrastrada por los feroces vientos del norte que últimamente azotaban la región. Nunca se aclaró del todo el tema.
Esa tarde, entonces, eligió el viejo Ribodino para acercarse y manguear un pucho.
Ribodino había sido muy amigo de mi viejo. Decía que había sido él, el Doctor Kramer, el que lo había hecho nacer de nuevo. Cuando lo nombraba se le notaban las mayúsculas. Después de la muerte de mi padre el viejo se había encariñado conmigo, quién sabe por qué concepto de lealtad entre pecador y redentor.
Pero me estoy yendo del fondo, del meollo de la historia.
Fue para la época de las quemazones, decía.
Una tarde áspera de santa rosa.
El viejo Ribodino se me arrimó, me pidió un cigarro y me dijo
-Una tarde como esta puede ser fatal.-
-Ajá-
-Sí. No hay más que recordar lo que le pasó a Mastronardi una tarde como ésta.
-¿A quién?-
-A Mastronardi, ¿no te la contó tu viejo a la historia?
-¿El cabo Enfermero Juan Antonio Mastronardi? Hubiera jurado que era un mito urbano, uno de los personajes legendarios que se inventaba mi viejo.
-No pibe.- Ribodino insistía con llamarme así cerca de mis cuarenta.-Mastronardi existió y me contó lo que me contó parado casi donde estás vos ahora. Escuchá.

MASTRONARDI
El cabo enfermero Juan Antonio Mastronardi había nacido a la orilla de la Laguna, nunca se supo muy bien el lugar específico. El se definía como Lagunero. Así incluso llenaba los papeles burocráticos. Lugar de Nacimiento: A la orilla de la laguna. Si alguna vez tuvo un documento nadie lo vio. Por los tiempos de Illia consiguió entrar a la Policía, casi como una manera de tener un laburo fijo. Una vez ahí lo mandaron al Churruca en Buenos Aires, el hospital policial. De ahí le apareció la vocación por la enfermería. Él decía que era la primera vez que elegía algo.
En el Churruca la conoció a la Vasca, jefa de mucamas de extraña belleza como a él le gustaba decir. La persiguió durante dos años, hasta que la amansó. Dicen que el problema era el padre de la Vasca, un tal Fermín Asconzábal Ibarreta, que no lo quería a Mastronardi porque era negro y enfermero. Eso es laburo de minas y de putos decía. Más de una vez se lo dijo al Negro de frente y de mala manera, cuando la iba a buscar a la Vasca para salir.
Se lo remarcó el día que se fueron a vivir juntos, y al nacer cada uno de los tres hijos que tuvieron. Sobre todo cuando nació el más chico, el preferido del Negro por morocho y peronista decía. Las nenas eran rubias y bellas a la manera de la madre.
Salió a vos le dijo el viejo. Esperemos que no salga también puto y policía. Eso lo dijo mientras recibía el café que le servía la Vasca, como siempre, negro y con dos de azúcar.

RIBODINO
-Che, ¿en serio que tu viejo nunca te contó la historia?
-Sí, algo me contó. En realidad me contaba como anécdotas.
-Cuando se sentaba para contar, ¿te acordás?
-Cómo no me voy a acordar

EL DOCTOR KRAMER
-A veces me agarra que me quiero acordar de mi viejo pero no como médico. Es más, a veces me quiero acordar de él pero no como padre. A veces me agarra que me quiero acordar de mi viejo contando historias. Ni siquiera quiero acordarme de las historias que contaba sino cómo se ponía para contarlas. ¿Se acuerda Ribodino?
-Lo estoy viendo…
-Sentado en el silloncito de caño y madera
-¿Todavía lo tenés?
-Por supuesto.
-…
-Y entonces mi viejo se sentaba todo cruzado. Cruzaba las piernas y cruzaba los brazos con las manos para atrás y empezaba a contar. Era impresionante la capacidad de detalle que tenía…
-Y cuando se ponía medio en pedo…
-Sublime. Y se embalaba y sacaba primero una mano, la derecha y la agitaba por encima de la cabeza…
-¿Nunca se peinó?
-Nunca. Y después sacaba la otra mano y seguía y seguía hasta que señalaba con el índice derecho, y ahí los que los conocíamos sabíamos que se venía el remate…
-El decía que no era mentiroso.
-Los entrerrianos no mentimos decía, exageramos… Por eso se hacía difícil creerle, y por eso no le dábamos bola a las historias de Mastronardi.
-¿Qué te contaba?
-La de la regaderita por ejemplo. Ahí se ponía un poco más serio.

MASTRONARDI
Con el tiempo y los contactos Mastronardi había conseguido el traslado a Santa Fe primero, y después a Ciudad Insaurralde. Cuando llegaron el negrito ya tenía seis o siete años. Era la debilidad de Juan Antonio.
Igualito a él era. Morochón, el pelo duro. Caminaba igual. Cuando le preguntaban de dónde era decía De la orilla de la Laguna pues, como mi papá.
Asconzábal no dejaba un día de pasar a verlo, siempre en horarios laborales. Trataba de no cruzarse con El lumpen ese.
Recién llegados el viejo le regaló la bici.
La de cross a los ocho.
La moto a los doce.
Mastronardi sufría porque sentía que se le escapaba, que su hijo dejaba de a poco de ser su hijo. Se le hacía muy difícil competir con el suegro. El otro tenía toda la plata. La Vasca se le había escapado en la adolescencia para Buenos Aires y por eso el Negro la había encontrado como la había encontrado.
Esa primera y única rebeldía era la explicación para la falta de respuesta de la mujer frente a los desmanes de su padre.
Así que el Negro entró a buscar la moneda por dónde fuera, y así enganchó en la Fábrica Militar para el 75, 76. Entró como enfermero de guardia en una especie de dispensario que tenían los milicos.
Entraba a laburar a las diez de la noche hasta las seis de la mañana. Parece que al principio todo era bastante legal, aunque en negro. Así que nadie sabía nada. Solamente la Vasca.
Después fue peor. Lo que se inició oculto se hizo clandestino. El Negro vio pasar a mucha gente que salía de civil en autos sin chapa y volvían a cualquier hora. Veía bajar gente encapuchada. Veía armas largas. Escuchaba gritos, puteadas, golpes. Más de una vez lo llamaban para limpiar. Nunca preguntó nada. Hasta el día de la regaderita.

RIBODINO
-No fue Mastronardi. Él no podía inventar la regaderita.
-Mi viejo tenía la misma duda.
-No es una duda.
-…
-Primero: solamente un gran hijo de puta hubiera sido capaz de inventar una cosa así. Mastronardi podía ser rústico y simple hasta la bruteza, pero no era un hijo de puta.
-Ponele.
-Segundo, el que dijo que la regaderita había sido un invento del Negro fue Soria. Yo elijo creerle a Mastronardi. Pero esto es una cuestión de valoración decía tu viejo.
-Sí, así decía.
-Tercero, cuando el Negro quiso contar lo que pasaba lo amenazaron con boletearlo y por eso se tuvo que ir a Mendoza.
-¿No se había ido a Chile?
-No, justo fue lo del Sur y no pudo cruzar, pero estuvo escondido cerca de San Rafael. Bittar le dio una mano.
-¿Mi amigo?
-El abuelo.
-…
-Y cuarto y último, pibe. El mismo Mastronardi me contó que fue un accidente, y que a Soria se le ocurrió usarlo para lo que lo usaron después.

LA REGADERITA
Una de esas noches.
Habían traído uno que parecía que era importante, y se les había ido la mano con las trompadas. Parece que lo necesitaban vivo para mandarlo a Córdoba, pero el médico les dijo que eran todos unos pelotudos primitivos y descontrolados (Así lo contó Mastronardi). Que no lo habían boleteado de pedo. Que le tenían que poner un suero a ver si zafaba. Ahí fue que lo llamaron al Negro, que era el único que sabía como hacerlo. Cuando le pidieron al médico que lo hiciera él los miró con asco y ni siquiera contestó.
Así que allá fue el Juan.
Tan nervioso estaba que se le zafó el cañito de la aguja, y empezó a brotar un chorro de sangre que le dio justo en la cara al tipo éste. La cuestión es que el fulano se pegó tal cagazo al ver la sangre que se despabiló ahí nomás y empezó a cantar que parecía Horacio Guarany. Soria fue el primero que se avivó, así que frenó el chorro. Cuando el tipo aflojaba, el otro soltaba el dedo.
Así nació la regaderita. No fue Mastronardi.

RIBODINO
-Tiempo puto, ¿no pibe?
-Dicen que va a llover la semana que viene…
-Sí, a ver si le aciertan…
-Y bueno, si el clima no le da bola al pronóstico…
-Lo que pasa es que este clima te trastorna, te saca de las casillas. Mirá si no lo que le pasó a Mastronardi una tarde como esta.
-No sé, pero parece que viene larga la historia.
-Viste como es, uno quiere contar un cuento y termina con una nouvelle.

EL EXILIO
Cuando Mastronardi vio lo que pasaba se lo quiso contar a alguien, pero nadie lo escuchó así que se fue a lo del suegro, que tenía conexiones. Le contó. Con detalles.
A la semana una patota de la Fábrica le pateó la puerta de la casa. Le hicieron mierda todo. Le llevaron los pocos libros que tenía. Le pintaron las paredes. Se salvó porque se habían ido a visitar a una tía que vivía para el lado de Colón, en Entre Ríos.
Cuando volvieron el Negro se cagó todo.
Se armó un bolsito, lo llamó a Bittar y se rajó para San Rafael. La familia se quedó en Ciudad Insaurralde. No daba para que se fueran todos al principio, así que se quedaron en la casa de los Asconzábal Ibarreta. La sonrisa del viejo le dolió a Mastronardi más que la picana que nunca llegó a recibir.
Estuvo como diez años allá, escondido, laburando en un dispensario en el medio de la Cordillera. De vez en cuando la Vasca y los pibes iban a Mendoza, y se encontraban clandestinos. Más no se podía. No había banca para irse del país.
Cuando el negrito cumplió los doce ya no fue más. En ese cumpleaños el viejo le había regalado la primera moto. Después vendría otra, y finalmente la del accidente.


DOS

MASTRONARDI
Mastronardi toca el timbre antes de probar con la cerradura.
No sabemos si es un acto reflejo o si lo hace para regodearse porque conoce la imposibilidad de que alguien responda al llamado.
Después sí abre con la llave de la Vasca, la única que siempre tuvo. Nunca se quiso hacer una copia, incluso cuando ella todavía vivía con él. Desconoce si el manojo funciona como un talismán.
O como un recuerdo.
No le importa. Nada de eso le importa esta mañana de domingo de agosto, una mañana áspera de santa rosa.
Abre la puerta y explora con la mirada el comedor del departamento. Un hábito que le quedara de su tiempo de enfermero pero sobre todo un acto de defensa  de su época de fugitivo. Necesita comprobar la ausencia de amenazas.
Es domingo. Es el día de descanso de Elba, la enfermera, así que tiene todo el tiempo del mundo. Cruza el comedor pequeño, prende la tele, pone la carrera. La primera del día, la repetición de la Fórmula Uno que corrió de madrugada en oriente. Después vendrá el turismo nacional, el TC pista y finalmente el TC. Para la tarde el resumen del Rally. Siempre es así.
Recién ahora toma conciencia del ruido de los aparatos, el silbido ronco e intermitente del respirador. El sonido muelle que el viejo escucha todo el tiempo, desde el día del accidente. El sonido muelle que se escucha en el departamento desde que el viejo se hartó de la Terapia Intensiva del Hospital Insaurralde y pidió que se lo llevara a su casa para morirse ahí.
Cuántos años ya solamente el viejo y el Negro lo saben.
La vasca ya no está, el negrito tampoco.
A las gringuitas nunca les interesó.
Solamente Mastronardi y Asconzábal.
Y Elba, pero hoy está de franco.

EL PARQUE
Nunca fui bueno contando cuentos le dice Mastronardi a Ribodino en el parque del Hospital Insaurralde. Pero la historia que conté ese día no necesitaba grandes firuletes. El viejo y yo la conocíamos.
Yo no la sé dice Ribodino. Por lo menos en los detalles. Lo grueso lo conoce todo el mundo. El accidente, el negrito…
Te voy a contar lo que le conté al viejo esa tarde. Una tarde áspera de santa rosa dice Mastronardi.


LA HISTORIA
-Sabe qué día es hoy Asconzábal… Santa Rosa.- Mastronardi no lo mira pero sabe que el viejo se estremece. La mirada siempre dura se vuelve feroz. No hay piedad. No hay olvido.
El monólogo de Mastronardi es implacable, monótono. No quiere informar. Quiere golpear, herir.
El otro ya conoce la historia.
-Cinco años ya. Cinco. El negrito estaba feliz, hasta me había llamado para contarme de la moto nueva que le había regalado su abuelo por los dieciocho. Tres años hacía que no me hablaba, pero ese día me llamó. Lo saludé por el cumpleaños y ahí nomás me largo la novedad. La moto. La grande, la que él quería hacía tanto tiempo. Regalo suyo, Asconzábal. El negrito me dijo que la iban a probar en la ruta, usted en la suya y el en la nueva, que se iban a ir a Santa Fe. Que si todo salía bien capaz que se animaba y se iba para San Rafael.
Mastronardi hace un silencio. Trae el balde. Abre la válvula que deja escapar el pis de la bolsa.
-Si todo salía bien.
Ahora desengancha el sachet de la alimentación, le limpia el caño que conecta el estómago del viejo con el exterior. Coloca un recipiente nuevo.
-Pero todo salió mal. Por si no se acuerda, Asconzábal. Setentaicinco kilómetros hay desde ese cruce hasta Ciudad Insaurralde, cuarenta hasta Rafaela. El camionero no se enteró nunca. Usted sobrevivió.
Mastronardi reacomoda el respaldo de la cama ortopédica. Acomoda la cabeza del viejo de frente al televisor. Aparecen las primeras imágenes del Rally.
-Para cuando llegamos de Mendoza no había nada que hacer. El negrito frío en la heladera del Hospital, usted postrado de por vida. El papel pidiendo que lo traigan a su casa ya firmado por su apoderado.
Mastronardi desengancha el tubo que conecta el suero al antebrazo del viejo. Juguetea con la sangre que brota de la aguja.
-Poco aguantó la gringa. Me dejó una carta pidiéndome perdón y se las tomó. Se fue a vivir a Chile con las gringuitas, a Valdivia. De vez en cuando me escriben las mocosas. No la nombran, de ella no supe más nada. Así que así nos quedamos solos los dos, como viudos de quién sabe qué…
Mastronardi limpia la cánula de la traqueostomía, le aspira los mocos.
Se levanta.
Sale para la cocina.
Vuelve con la cafetera.
Desconecta el tubo del respirador.
Calza el embudo.
Sirve el café.
Le agrega dos cucharadas de azúcar.

FINAL CAJA NEGRA
-¿Y después?- La pregunta sale sola, Ribodino se ha quedado callado.
-¿Después qué?-
Me pide un cigarro.

Se lo doy.

martes, 17 de diciembre de 2013

PM

No me quiero dormir dice el viejo.
Por qué le pregunto.
Porque no, pero yo sé que no es esa la respuesta, hay algo más.
Lo miro.
Lo espero.
No me quiero dormir vuelve a decir.
No respondo.
Lo conozco, sé que si hay una segunda frase, una diferente, llegará a pesar de que el interlocutor pregunte y repregunte.
Algunos piensan que el viejo está demente (como un acróbata demente saltaré se me aparece indefectiblemente ese verso cuando aparece esa palabra, demente) pero yo sé que no. Nunca lo vi tan lúcido, tan rápido intelectualmente. Y eso que el viejo era una de las voces más temidas de su tiempo.
Ahora está achacado. No come casi nada. Casi no lee. Dice que lo último interesante se publicó antes de mil novecientos noventa y que todo se fue a la mierda después, hasta la literatura.
Le pregunto si quiere algo.
No.
No me quiero dormir.
Le acomodo la almohada. Le cambio de posición la lámpara. El viejo me mira como agradeciendo esos gestos inútiles que acompañan a la cortesía.
Gracias dice. Siempre fue educado. Aunque fuera redundante. Sólo castigaba la deslealtad.
Por eso lo de Helena, pero no vale la pena abundar en detalles. La última vez que le pregunté me miró desde la tristeza y nunca más toqué el tema.
Por eso lo de los hijos. No los echó. Fueron lo suficientemente inteligentes como para descubrir que ya no había vuelta atrás y se fueron uno por uno.
Cuentan que dijo el viejo que fue ése el último día, que todo lo demás fue epílogo.
Le gustan las metáforas, las analogías.
No me quiero dormir dice el viejo.
Espero.
La segunda frase no llega.
La noche se alarga, se estira.
No tengo obligación de quedarme.
La enfermera duerme en el comedor.
El timbre está al alcance de la mano del viejo. De la izquierda por supuesto, la otra para qué.
Al pedo dijo el viejo cuando le pusieron cuidadores y alarmas. Los timbres no suenan donde deberían. Nunca más mencionó el tema, pero lo aceptó. No tenía opción.
No me quiero dormir dice el viejo.
Ahora sí parece que ha llegado el delirio.
Lo miro.
Pero no, sigue ahí. Firme. Sereno.
Me mira.
No me quiero dormir dice. Si me duermo se termina el día.
Y viene otro.
Que puede ser el último.
O no.
Puede ser que éste sea el último.
No me quiero dormir dice el viejo.
Lo miro.
Saco un libro.

Leo en voz alta.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

EL PARTIDO

Mucho tiempo después el viejo seguía contando la historia.
Era una de esas historias simples, sin grandes héroes, sin grandes eventos. Una historia tal vez insignificante si la sacamos del contexto en el que ocurrió.
Pero nada pasa fuera de un contexto.
Nada es aislado.
Nada es inerte.
Nada es aséptico.

Hace frío. Este detalle no tiene tanto valor porque siempre hace frío en junio, especialmente en una zona como aquella a mitad de camino de todo en plena pampa gringa, sin un reparo decente, sin un refugio contra el viento y la lluvia. El viejo acaba de poner a calentar el agua para el mate. De fondo el locutor repasa los últimos partidos de la Selección en su camino a la magna tarde de hoy en la que se  redefine una identidad, una forma de sentir, un ser nacional. El viejo sonríe. Piensa en lo que diría el hijo si estuviera ahí con él. Pero el hijo no está. Se fue a Córdoba a estudiar para Doctor.
En esa memoria anda el viejo cuando escucha el llamado desde el portón. Se resiste a nombrar tranquera a lo que llama portón porque eso sería reconocer una cierta pertenencia rural. El viejo discute y discutirá hasta el día de su muerte su realidad urbana, aunque la casa esté a casi media legua de la última cuadra asfaltada del pueblo. Por eso, dice, su casa tiene portón. Tranquera tienen los ranchos. O las estancias.
El llamado viene, entonces, desde el portón. A la distancia el viejo adivina la forma de un hombre. Ya va grita mientras busca el saco gastado, el de todos los días. El otro lo guarda para el día que vuelva el hijo, porque el hijo va a volver. Mientras se acerca ve que quien golpea no se fija en él.
Quien golpea mira hacia los costados. Hacia atrás. Más allá del techo de la casa. Y tiembla.
De frío. Es junio, está fresco pa chancletas decía el hijo. El viejo no logra esquivar la sonrisa.
De miedo. Quien ha temblado de miedo pero de miedo real, de miedo definitivo, reconoce las miradas. Y el viejo tiembla cada noche, cuando piensa que en una de esas es verdad, y el hijo no va a volver.
Por las dudas vuelve rápidamente y manotea lo primero que encuentra. Una manta, un poncho, no importa. El recién llegado agradece el gesto desde que lo adivina.
El viejo franquea el paso. Los dos hombres caminan ahora en dirección al alero de chapa. Cuando llegan a la casa, se presentan. Parece que hubieran necesitado esa protección, salir de la intemperie.
-Soria- dice el viejo.
-Alfredo Elías Kramer- dice el recién llegado. Está sucio, huele mal. Se nota que no ha comido bien en los últimos tiempos, pero no por carencia sino por negación. Si el viejo fuera más indiscreto vería las marcas de los golpes.- Kramer, Alfredo Elías. Alfredo. Kramer. Alfredo Elías Kramer.- La voz repite sin parar como un mantra el nombre, el apellido completo. No hay descanso en la pronunciación. La voz sale de un tiempo anterior. Parece recién llegada, casi recién nacida.
El viejo vacía la pava y la vuelve a cargar. El agua para el mate no debe hervir.
-¿Gusta?- Ofrece.
-Sí- Acepta.
En la pantalla en blanco y negro está por empezar el partido. La cancha está al explotar de gente. Los bigotes gruesos del general presidente aparecen en primer plano. De un lado el marinero, del otro el aviador.
-Dicen que en Córdoba hay televisión a colores- dice Soria.
-Puede ser- duda Kramer.
El viejo convida pan. El recién llegado acepta. Come con avidez pero cuidando las formas. Se le ve la ciudad, pero en otra vida.
-Mi hijo se fue para Córdoba hace tres años, a estudiar para Doctor. La última vez que vino me dejó el carnet de la Biblioteca para que le devuelva unos libros.- Comenta Soria. Kramer asiente. Busca los libros con la vista. Los encuentra.
-Permiso- Pide.
-Adelante-
Soria ceba mate. La mirada de Kramer deja de huir. Repasa las portadas con ternura, con nostalgia. En la tele el matador mete el primero.
El mate pasa, va, viene.
La única voz es la del relator. La del relato. Del partido. Somos los mejores del mundo. Humanos. Derechos.
Soria ceba. Kramer toma, ofrece cortar más pan. Lo hace.
Empate. Alargue.
El matador un gol más. El del rojo otro gol. El general presidente festeja. El marinero y el aviador también. Soria y Kramer se miran, se dan la mano.
-Salud campeón-
-Salud-
Ya es de noche. El gran capitán recibe la copa.
-¿Se queda a cenar?- Pregunta Soria.
Kramer asiente.
-Si no es molestia…-
Soria no responde.
Kramer pone otra vez la pava a calentar.
-Éramos como veinte- dice- Éramos como veinte, de Córdoba y alrededores. Sobre todo estudiantes. De Medicina. Nos cargaron en un tren para llevarnos a Buenos Aires decían, para redistribuírnos. Necesitaban datos decían, nombres.-
El viejo trajina con la cena. Pero escucha atentamente.
-En un cruce de vías pedí para ir al baño. Salté por la ventana y corrí. Hace de anoche que corro para el sur.
El viejo piensa. La distancia al cruce de vías se cuenta en días, nunca en horas.
-Rápido habrá corrido-
-Mucho- dice Kramer- Es muy jodido ser más rápido que una bala. La noche ayudó.
Comen en silencio.
Soria acomoda la habitación del hijo. Kramer acepta y se acomoda.
-Buenas noches.-
-Buenas.-

Amanece. El viejo saca la chata del galpón.
Kramer se baja en el cruce de rutas, a la entrada del pueblo. Está afeitado, limpio.
En un bolso lleva dos mudas de ropa del hijo y los libros de la biblioteca.

Cuando se da vuelta para agradecer Soria ya no está.

martes, 22 de octubre de 2013

SIMETRÍA

Somos entes abstractos navegando en el mar de las circunstancias piensa Bermúdez mientras bate lentamente el café mirando a través de la ventana que daba al patio. La perra, una weimaraner vieja y sorda, se lame el culo a sus anchas despatarrada sobre el césped cuidadosamente cortado. Se ve que Riquelme sigue haciendo su trabajo a conciencia, como todos los veranos. Solamente él podría lograr una cosa así.
Poco había cambiado en los últimos años. El azúcar debería estar en la tercera puerta desde la derecha, al lado del especiero pensó Bermúdez sin equivocarse. A veces las circunstancias nos mecen. Nada peor que la calma chicha. Vuelve a mirar el parque. La pileta. La hamaca paraguaya colgada en los ganchos de siempre.
Toma el control remoto de la mesada. Apunta. POWER. Siempre le gustó el lado oscuro de la luna. Las monedas de la introducción resuenan en todo el ambiente. Las monedas de la introducción resuenan en su cabeza como no lo hacían desde la última resaca de merca, hace cinco años. Las monedas de la introducción resuenan en su cabeza como no lo hacían desde la última resaca de alcohol, hace veinte meses. Para qué mierda sirve la vida sana piensa Kraus mientras reconoce con sus manos el tacto de cuero del sofá. Cuando trata de levantarse toma conciencia de su desnudez. Mira buscando un punto de referencia temporoespacial. Recuerda vagamente ese living, pero no entiende cómo ha llegado allí. No tiene registro de la noche anterior, o de las horas previas. Cuando reconoce la silueta de Bermúdez a contraluz de la ventana del patio parece descubrir algo. Pero no. No lo logra. Todo es complejo, todo es abstracto. Somos entes abstractos en el mar de las circunstancias podría pensar Kraus si alguna vez hubiera leído algo más que las etiquetas de los vinos de la bodega del MaxiMercado.
Bermúdez reparte la pasta que ha logrado en dos tazas. Siempre sintió una especie de orgullo por sus cafés. De lo más pelotudo ese orgullo pero bueno, es lo que hay. Al título de médico lo colgó de la pared del baño del departamento. Alguna vez pensó en quemarlo, pero lo necesitaba para los trámites de la jubilación. La dignidad en pañales. De adulto.
Vuelca el agua caliente. Respira. Tose. Kraus no logra identificar el origen del carraspeo. Las monedas siguen martillando su cabeza aunque el tema se haya terminado. El lado oscuro de la luna es para él una vaga referencia astronómica.
Se enfrentan. Bermúdez vestido Kraus en pelotas.
Bermúdez le arrima la taza a las manos. Kraus trata de encontrar la lógica de la situación.
-¿Sabés quién soy?
-Tengo una puta idea.
-Ajá
-Sí
-¿Sabés qué lugar es éste?
-Tengo una puta idea.
-Ya me habían dicho que no eras de los más lúcidos.
-Para la mierda que te sirvió a vos la inteligencia.
Bermúdez se ríe. No esperaba esa respuesta. Le constaba que Kraus era una luz para los negocios pero no lo tenía catalogado como una luz en lances dialécticos.
-En eso tenés razón. Cinco años de facultad, cuatro de posgrado, maestría en Londres.
-Al pedo.
-Bueno, al pedo. Esa es una categoría muy abstracta.- Otra vez la palabra piensa Bermúdez. Lo abstracto y lo circunstancial.
-Al pedo Bermúdez, al pedo.- La sinonimia no era la principal fortaleza de Kraus. No la necesitaba.- ¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-¿Qué hago acá?
-Conversamos.
-¿Tema?
-La vaca.
-No sabía que te interesaba la agricultura.
-La ganadería Kraus, cómo hiciste para ganar toda esa guita explicame por favor.
-Talento Bermúdez. Quiero ir al baño.
-No.
-Me meo.
-Servite.- dice Bermúdez y le alcanza un florero de cristal.
-¿Acá?
-¿No te alcanza?
Algo en la mirada de Bermúdez lo convence de obedecer.
-Gracias.
-Tenelo, por ahí te vuelve a hacer falta.
-Ah, va para largo.
-Depende de vos.
-Si vos decís…
-Te voy a contar una historia. Cuando te aburras avisame.
-Dale. Rico café. Dicen que tu señora lo hace más rico.
-No sé, hace mucho que no lo pruebo. Por ahí vos me podés refrescar la memoria.
Lentamente y de a poco Kraus empieza a comprender.
-Quiero ir al baño.
-No.
-Me cago.
-Cagá.
Kraus busca algún recipiente. No lo encuentra.
-¿Acá?
-Sí.
-Es un asco.- Kraus trata de razonar.
-Yo siempre estudié. Desde chiquito. Siempre tuve el mandato de ser el mejor. El abanderado, el mejor promedio, el primero en el ingreso, el que ganara todos los concursos. El mejor marido el mejor padre el mejor profesional el mejor orador el que no tuviera errores de ortografía.
-¿Y?
-Esperá. Después me casé con la chica más linda del hospital porque como salía poco no había mucha variedad.
-Bermúdez, me cago.
-Cagá.
-Bueno.- dice Kraus y afloja. El cuero se mancha, el ambiente se impregna. A Bermúdez parece no afectarlo.
-Me casé con la chica más linda, la más inteligente, la más pulcra. La más prolija. La más adecuada.
-¿Me puedo limpiar?
-No te hace falta. Después vinieron los pibes. Otra vez, los más lindos. Los más educados. Los más prolijitos. Los más inteligentes.
-Me voy Bermúdez.
-No podés. Estás cagado hasta los tobillos, no tenés ropa. No hay gas ni agua.
-¿Y la del café?
-La traje yo, la calenté en la pava eléctrica.
-Una vez fue, Bermúdez. Un par de polvos que ni siquiera fueron gran cosa.
-Esperá, no te apures.
-Me quiero ir.
-Y entonces sos el marido ideal hasta que en algún momento la cagás. Una palabra, un gesto, una omisión…
-¿Una qué?
-Una omisión, cuando te olvidás de algo.
-Ah, pensamiento palabra obra y omisión. Ahora caigo.
-Pero siempre respetando el espacio, el lugar. La oportunidad. Y sobre todo la simetría. Siempre la misma calidad.
-No te entiendo.
-Ya sé. Por eso te lo voy a explicar. Con una mina más linda o más inteligente hubiera sido deslealtad. Con una más fea o más pelotuda hubiera sido…
-Claro, habría sido…
-Hubiera Kraus, hubiera sido un desperdicio… ¿Entendés ahora el concepto?
-No, la verdad que no.
-Ahí está la explicación, Kraus. Somos entes abstractos navegando en el mar de las circunstancias. Vos te cogiste a mi ex.
-Pero ustedes están separados hace más de un año.
-Es verdad.
-Y vos tuviste tus historias…
-Es verdad.
Kraus se pone nervioso, patea la mesa, derrama el café. Cuando quiere limpiar no encuentra con qué. Bermúdez no parece alterarse.
-No te pongas nervioso Kraus.
-No me digas que estás celoso.
-¿Yo? Ni ahí. Me rompe un poco las pelotas que te haya traído a la casa.
-Me dijo que no importaba…
-No, como importar… No es para tanto.
-¿Entonces?
-La simetría Kraus.
-Pero… A mí me va bien, tengo guita, una empresa…
-Ajá.
-Es más, si tendrías un poco de sentimientos no estuvieras haciendo esto…
-Ya está Kraus. No hables más.
-¿Qué vas a hacer?
-Yo nada.- Bermúdez abre el cierre del bolso que recién ahora entra en escena. Saca una pistola y se la da a Kraus que se asombra de los guantes del otro.
-¿Me vas a matar?
-No. Vos te vas a matar.
-¿Y cómo me vas a obligar?
-Si no te matás vos te mato yo.- dice Bermúdez sacando un cuchillo gigantesco.
-¿Hacés esto porque me cogí a tu ex?

-No Kraus. Lo hago porque ella te cogió a vos.

lunes, 23 de septiembre de 2013

EXPRESATE COMO QUIERAS (Si te dejan)

Vivimos tiempos muy contemporáneos Don Inodoro.
Una de las tantas genialidades del gran Negro Fontanarrosa nos sirve para empezar.
Vivimos tiempos en los cuales cualquiera con un mínimo de interés por la realidad tiene un acceso múltiple al conocimiento de la misma.
Múltiple en cuanto a fuentes.
Múltiple en cuanto a contenidos.
Es de esperar que cuando se aplique plenamente la Ley de Medios esta situación sea todavía mejor, y el acceso a la información sea realmente democrático y libre.
La plena libertad de expresión, un concepto muy meneado y bastante toqueteado últimamente por quienes controlan la agenda de información a la que puede acceder cada uno de nosotros.
Estas corporaciones, que saltan escandalizadas ante cualquier retruque que intente contradecir lo que ellos expresan o transmiten hablando de leyes de control de medios o de ataques a la libertad parecen no haberse enterado de una serie de hechos más o menos recientes en los cuales la Libertad de Expresión estuvo en serio riesgo. En uno de ellos incluso hubo que hablar de un muerto. Uno de verdad, uno que ya no está. Uno que no puede defenderse. Uno que no puede reclamar.
Adams Ledesma dirigía Mundo Villa, grupo multimedia que comprendía una publicación impresa, una radio y un canal de televisión destinado a ser una herramienta comunicacional para los habitantes de las Villas del Gran Buenos Aires. Cualquier descripción que se haga se queda corta. Cuando Adams hizo saber que disponía de información comprometedora para las clases privilegiadas fue brutalmente asesinado a escasos metros de su casa. Alguien cayó preso por el crimen, Cristian Espínola. Alguien que cobró repentina fama cuando se fugó de la cárcel hace pocos días. Ningún medio dominante salió a romper lanzas en nombre de la libertad de expresión. Parece que responderle a Morales Solá violenta este concepto, pero matar a un periodista villero no.
A veces nos preguntamos, o yo me pregunto si estoy/estamos tan equivocados.
A veces parece que estuviéramos del lado equivocado.
Entonces vemos que si Lanata arma un show berreta y poco confiable es un periodista jugado que conjuga la información con el entretenimiento, conceptos que deberían caracterizar al periodismo contemporáneo según la visión de Eduardo Van der Kooy (http://www.clarin.com/opinion/Ojala-calzas-problema_0_998300185.html, 23/09/13), pero si el que denuncia corrupción policial, narcotráfico y demás es Tomás Méndez, periodista cordobés, se trata de una operación de prensa del Gobierno Nacional dirigida a desprestigiar a uno de los principales opositores al mismo.
Lo más notable es que tal tesis ha sido sostenida no solamente por quienes integran el oficialismo provincial sino también por múltiples comunicadores integrantes del staff de medios que responden a grupos como Clarín y Cadena 3. Estamos esperando que la brutal agresión a la libertad de expresión sea destacada por quienes se rasgan las vestiduras frente a Ministros que se expresan para responder a las críticas que estos conglomerados vociferan de manera constante. Para eso disponemos de un silloncito bien mullido, así que no se preocupen.
Entonces buscamos refugiarnos en el humor, que suele ser la mejor editorial que existe. Quien se expone en una actividad pública sea cual fuera ésta se arriesga a ser objeto de atención por parte de quienes se dedican a tales menesteres, por lo que deberían tener las espaldas y la tolerancia suficiente para bancarse lo que venga, siempre que no se lesionen cuestiones personales que hacen a la vida privada de cada quién. Esto también forma parte de la libertad de expresión, y debe ser defendida por todos en general y por los comunicadores en particular.
Ya pasaron los tiempos en los cuales un señor de uniforme sacaba de circulación una revista porque no le gustaba la tapa, o una jueza de la Nación prohibía que se la nombrara en un programa de humor político. Y si esto volviera a ocurrir, todos a patalear. ¿Verdad? Parece que no.
La ¿justicia? Condenó recientemente a la revista Barcelona a pagar una suma de dinero a Cecilia Pando, militante por la reivindicación del terrorismo de estado, a quien disgustó una contratapa de tal publicación en la cual se reían de una protesta que esta señora había realizado como parte de su lucha. Es de recordar que la revista había sido retirada de exhibición a pedido de Pando, quien no conforme con tal censura consiguió que Barcelona sea castigada monetariamente.
Como vemos, la libertad de expresión se ve agredida permanentemente por quienes dicen carecer de tal libertad.
No quiero ser original. No se puede serlo a esta altura del debate. No hace falta serlo tampoco.
Defendamos lo conseguido.
Simplemente eso.
In memorian de Adams Ledesma.
En defensa de Tomás Méndez.
Para que no nos prohíban el humor.

Buen provecho.

miércoles, 21 de agosto de 2013

COMPARACIONES

A todos los mocosos insurrectos que me gastan porque dicen que estoy viejo, que la tecnología me supera, que no entiendo los nuevos dispositivos, que me mareo con el 3D, que no me desespera el HD y se creen mejores que yo, les digo:
El Alfonsín de nuestra generación fue éste:













El de ustedes es éste.













Buen provecho.

sábado, 17 de agosto de 2013

COMO DE QUIÉN VIENE

Tomalo como de quién viene es una frase que me ha tocado escuchar con cierta frecuencia en estos dos últimos días, en referencia a los tremendos comentarios rebuznados por Chiche Duhalde, ex senadora de la Nación en representación de la Provincia de Buenos Aires y esposa de quien fuera el último presidente de facto, Eduardo Duhalde, de siniestra memoria.
Tomalo como de quién viene se dice, en un intento de desmerecer a una persona que no necesita tal esfuerzo. Se arregla solita para demostrar cuál es el andamiaje que sostiene sus terribles afirmaciones.
Algunos incluso han referido la cuestión del propio género como un agravante, como si esto fuera necesario. Quien tales cosas afirma es un ser despreciable sea hombre o mujer. O eso me parece a mí.
Y entonces, una vez puestos en situación, entramos a mirar para todos lados y encontramos que este tipo de afirmaciones se unen indefectiblemente a hechos y decires muy recientes. Se empieza por decir burradas para desmerecer a una presidenta y se termina por embarrar otras historias de lucha y militancia.
Así, se denigra la historia de Susana Trimarco, cuando además se descubren intendentes en prostíbulos, que justifican la existencia da tales antros porque “contienen a los jóvenes o brindan soporte espiritual a los camioneros”. En un país en el cual es delito la trata de personas por una ley promovida por la misma presidenta a quien se cuestiona. Una ley que debería llevar el nombre de Susana Trimarco, a quien nunca se le hará la justicia suficiente.
Así, se denigra la lucha de Estela, Hebe, Taty y todas las Madres y Abuelas que fueron la más espléndida resistencia a la última dictadura. Una resistencia expresada a través de lo único que tenían y lo único que podían perder, el cuerpo en la Plaza.
Así, se denigra la historia de Margarita Barrientos, de Graciela Magario, de las Mujeres Emprendedoras de la Puna.
Así corremos el riesgo de que se siga naturalizando la violencia de género que termina con la vida de una mujer cada día en nuestro país. Alguien que es inferior, que está sometida al proyecto de alguien, merece ser descartada cuando no es funcional a ese proyecto. Mientras Ángeles sea una noticia y no una oportunidad de discutir las cuestiones de fondo Chiche Duhalde y quienes piensan como ella habrán ganado la batalla.
Así corremos el riesgo de que siga naturalizado el hecho de que muera una mujer cada dos días en nuestro país a consecuencia de complicaciones de abortos clandestinos.
Así corremos el riesgo de que las mujeres no accedan a la planificación familiar que les corresponde por ley porque un médico no quiere brindar tales beneficios o porque el sistema muchas veces se encarga de ofrecer trabas por burocracia o por ignorancia o por fallas en sus efectores.
Mientras las mujeres vean dificultado el acceso a las posiciones de poder y decisión, mientras no sean adecuadamente remuneradas, mientras no se reconozcan sus derechos laborales Chiche Duhalde habrá ganado la batalla.
Tomalo como de quién viene.
Por supuesto.
Por eso es que estas aberraciones no pueden dejarse pasar.
Y sobre todo porque estas aberraciones no vienen solamente de un tiempo que creíamos o que queríamos saber superado. Estas declaraciones vienen de esta época, aunque nos cueste aceptarlo.

lunes, 22 de julio de 2013

ESPECIALISTAS

Kramer camina.
Kramer piensa.
Kramer piensa mientras camina.
El clínico le dijo que haga actividad física. Y le dio unas pastillas para los triglicéridos. Y nuevos análisis.
Kramer piensa que antes se decía gimnasia. O deporte. O algo así.
Ahora no.
Ahora se dice actividad física.
El sadismo de los facultativos no tiene límites piensa Kramer. El sadismo de sus colegas no tiene límites. Kramer evalúa entonces sus propias recomendaciones.
El clínico le indicó actividad física. El cardiólogo le recomendó actividad física. Nadie recomienda intensificar la actividad mental.
Leer.
Música.
Cine.
No. Actividad física. ¿Sexo? No, actividad física aeróbica. Joder.
La actividad física le produjo un dolor en el pie. El traumatólogo le preguntó si le dolía la cabeza del quinto.
Kramer lo miró y le dijo que el especialista era él. Que para Kramer quinto era el que sigue al cuarto embarazo.
La cabeza del quinto, acá. ¿Acá duele?
Sí dice Kramer, pero con más sufrimiento que el que permite describir la simple gramática castellana.
Vamos a rayos dice el O y T (ortopedia y traumatología le dicen ahora) Tenés una entesitis.
Kramer no sabe si alegrarse más por la ausencia de fractura o por haber aprendido una palabra nueva.
Frená un poco con la actividad física le dice el artesano médico.
Y es ahí, en ese momento, cuando Kramer se da cuenta de que ya está mayor. Ahí advierte que ha dejado de ser la gran esperanza blanca de la Salud en Ciudad Insaurralde. Ahí entiende que ya no es un joven audaz sino que ya forma parte de los viejitos copados, o que por lo menos le gustaría serlo.
Porque cuando sos chico te atiende un solo médico, el pediatra.
La adolescencia es territorio de la consulta aleatoria e informal sobre todo cuando uno es, como Kramer, médico en segunda generación.
Más tarde se consulta en calidad de acompañante de la pareja (consulta parteril) o para resolver edipos y otros complejos.
Hasta ahora, los tratamientos no son tales. Se toma una pastillita o un jarabe que resuelve por sí solo el problema.
Pero ahora no.
Ya no.
Ahora la consulta lleva a la derivación que lleva a hacerse estudios que llevan a tomar remedios que llevan a nuevos estudios de control.
Todo esto para que, finalmente, y como certificado de caducidad inminente, dos especialistas recomienden, casi al unísono, conductas opuestas.

lunes, 1 de julio de 2013

SPORTIVO ES LA INFANCIA

Y entonces un día estás en un estadio de ciudad chica, sin codos y con tribunas de madera, con doce mil personas alrededor que de repente se han quedado en silencio. Un silencio que no sólo se escucha sino que también se ve. Un silencio de gol contrario cuando era solamente eso, un gol, lo que toda esta gente había venido a buscar. Un gol, pero en el otro arco. Y es tal vez ese silencio el que te hace mirar a tu alrededor y ves que el más grande se traga los lagrimones, porque llorar no es de hombres. Y el más chico, medio metro por debajo de la multitud te pregunta y ahora qué pasa, cómo sigue esto.
Y entonces ahí, en ese momento, te das cuenta de que Sportivo es eso.
Sportivo es la infancia.
Y entonces te acordás de vos chiquito con tu viejo en la platea, justo en frente del lugar que ocupás ahora. Era natural ir a la cancha, que entonces no se llamaba Estadio y mucho menos Oscar C. Boero o por lo menos vos no lo sabías. Sí era extraño y remoto el Barrio Alberione. Ahora te das cuenta de que lo extraño era que tu viejo, intelectual ferozmente racional, te llevara al fútbol. Que jamás te compraba camisetas, gorro bandera o vincha.
Pero eso no importa ahora. Lo importante era ir y putear a Belgrano, a Talleres, a Unión San Vicente, el de la camiseta naranja. La primera que viste, antes de la de Holanda.
Y entonces Sportivo ganaba campeonatos provinciales, descendía y ascendía. Los goles en la vereda los hacía Julio Bon y Piergentile atajaba los penales.
Y entonces un día te fuiste de San Francisco, a Córdoba primero y a Buenos Aires después. La infancia había quedado atrás y lo mismo pasaría con Sportivo. Las metrópolis dejan que los recuerdos sean tan sólo eso. La realidad se hace forzosamente más urgente. El federalismo es una leyenda. Lo que pasa en el interior se queda en el interior. Así es, y así seguirá siendo.
Y entonces un día volvés. Es año nuevo, y festejás una nueva realidad, otra vida.
Y entonces Sportivo juega el Argentino B. Sufre, gana, pierde.
Y entonces los pequeños van a la cancha. No les queda mayor elección.
No les queda elección.
Y comen choripanes y toman gaseosas. Pero no dan mucha pelota. Uno es de Boca y el otro también. Tienen camisetas de Sportivos, y gorras. Pero no se conmueven. No sufren los casi ascensos, las finales perdidas. En la tele ven a Boca, al Barsa, a la Selección.

Y entonces un día estás en un estadio de ciudad chica, sin codos y con tribunas de madera, con doce mil personas alrededor que de repente se han quedado en silencio. Un silencio que no sólo se escucha sino que también se ve. Un silencio de gol contrario cuando era solamente eso, un gol, lo que toda esta gente había venido a buscar. Un gol, pero en el otro arco. Y es tal vez ese silencio el que te hace mirar a tu alrededor y ves que el más grande se traga los lagrimones, porque llorar no es de hombres. Y el más chico, medio metro por debajo de la multitud te pregunta y ahora qué pasa, cómo sigue esto.
Y entonces ahí, en ese momento, te das cuenta de que Sportivo es eso.
Sportivo es la infancia.

Y entonces llega el penal que patea el que le firmó el yeso al de los lagrimones y es gol y es grito y aunque hay doce mil más vos sólo querés abrazarte con ellos, con los más tuyos de todos.
Porque esa es, para vos, la felicidad que más te importa.

miércoles, 5 de junio de 2013

PADRES

Sentado en la platea número 69 del Social y Deportivo La Flor Nacional de Ciudad Insaurralde Kramer piensa.
La butaca no es mullida, pero tampoco es cómoda. Para nada hospitalaria. En resumen, un lugar hostil.
En el rectángulo de juego, diez seres humanos de ocho años juegan.
Van.
Vienen.
Se chocan.
Se pelean.
Juegan a ser basquetbolistas.
Un gordo de silbato juega a ser referí.
Hasta acá todo bien.
Los pibes juegan.
Kramer piensa que el mundo debe ser así, o debería.
Los pibes juegan, no hacen la revolución.
Es precisamente ese el momento en el que todo se va, por decirlo eufemísticamente, al mismísimo carajo.
Aparece en el universo onírico de Kramer un sonido.
Un sonido humano. O subhumano.
O mejor aún, prehumano. Un grito.
Kramer piensa.
Y se da cuenta de que existen varios tipos de padre de hijo deportista, a saber:
1) El ausente: no en el sentido geográfico o necrológico del término. El chabón no está. No se sabe donde está, se desconoce su paradero. Se las tomó. No está.
2) El sufrido: sabe que sus hijos no serán trompetistas, pero los acompaña en el esfuerzo recordando tal vez su propia historia. Kramer recuerda, y honra en el recuerdo a su propia torpeza.
3) El hedonista: sabe que su querubín es habilidoso, y se sienta a disfrutarlo estéticamente hablando. Para él la táctica es secundaria. El tanteador es secundario. Su éxtasis es la finta, no el punto.
4) El solidario: no es un padre, es un patriarca. Es el que llega con ocho críos de premini en el asiento trasero del sufrido Corsa 98. No trae más porque el baúl está lleno con los bolsos con la ropa y las palotas. En el asiento del acompañante viajan la patrona, la matera y los criollitos. Kramer brinda por él, y le pide un mate. O se lo ceba.
5) El pelotudo: no acompaña al pibe, es el manager. El representante. El guillote de salita verde, que pretende que el prepúber sea la megastar de la dosmilcinco.
El pelotudo se para al costado de la cancha con sus lentes, su campera de jean y sus zapatillas blancas de cuero a monitorear la evolución de su pupilo.
Le grita.
Lo aconseja.
El peor pecado que puede cometer el hijo del pelotudo es pasarle la pelota a un compañero poco hábil en el manejo de la misma.
No le interesan a Kramer las motivaciones que subyacen a la conducta de este tipo de sujetos para quienes lo importante es competir.
Y competir, piensa Kramer, es importante cuando uno quiere vender ravioles, ganar elecciones o imponer un Dios.

Para el resto, piensa Kramer, y sobre todo a la edad que sea, lo importante es jugar.

jueves, 30 de mayo de 2013

KRAMER PIENSA

Kramer piensa.
Desde su silloncito bajo la pérgola Kramer piensa.
Kramer piensa.
Kramer divaga, dileta. Kramer meditaría si fuera zen. Rezaría si fuera creyente. Analizaría si fuera cientista social.
Pero no.
Kramer no es nada de eso.
Kramer es solamente un señor leido, con sobrepeso y una tendencia feroz al sedentarismo que está sentado en su silloncito bajo la pérgola mirando al noreste, a noventa grados de Rantés.
Y en su silloncito piensa.
Piensa en silencio.
Antes dialogaba, pero sus hijos empezaron a tomarlo para la joda y dejó de hacerlo.
Piensa en calma.
Antes gesticulaba, pero su compañera lo detectaba e interrumpía sus elucubraciones para mandarlo a comprar pan, ravioles, crema y salsa pero esta vez sin pescetto.
Definitivamente, el silencio y la quietud favorecen al intelecto del hombre austero.

Y allí, en la austeridad absoluta de su silloncito bajo la pérgola, mirando al noreste, Kramer piensa.

viernes, 24 de mayo de 2013

Bipolaridad del 25 o Por qué festejo yo


Este año voy a festejar el 25 de Mayo, lo voy a celebrar, lo voy a disfrutar.
Este comentario, el que abre esta reflexión, no le importa a nadie.
O no debería importarle a nadie, porque es una actitud que tomo en cuanto ciudadano libre de un país maravillosamente democrático. Una actitud que, por cierto, no vulnera ninguna disposición legal vigente.
Hecha la aclaración continúo.
El 25 de mayo ha sido una celebración bipolar.
¿Qué pasó el 25 de Mayo de 1810?
¿Por qué fue tan importante?
¿Qué originó el 25 de Mayo?
Desde el principio se nos vende a la Revolución de Mayo como un hecho aislado, desencadenado en pocos días a raíz de ciertas noticias que llegaban de Europa. Esta afirmación niega o por lo menos oculta los siglos de lucha y resistencia de los pueblos originarios primero, y de los primeros patriotas criollos después.
Celebremos entonces a Juan Chalimín, a Tupac Amaru. Recordemos el Taki Ongoy. Brindemos por Chuquisaca. Salud.
Se nos dijo también que la Revolución había sido pacífica. Una buena manera de matar desde el huevo cualquier intento de resistencia activa posterior. Una buena forma de ignorar a French, Beruti, Monteagudo y tantos otros. O a Moreno, Castelli y Belgrano, que además de comprar paños a los ingleses querían un país nuevo y democrático. Brindo por ellos. Salud.
Es cierto, el 25 de Mayo no se declaró la Independencia. Pero la Independencia no se hubiera declarado si no hubiera habido un  25 de Mayo.
Una independencia que fue bastardeada en todos los aspectos imaginables. La lista es larguísima.
La guerra de la triple infamia, el genocidio de Roca, la ley de residencia, la generación del ochenta. El 25 de mayo pasó a ser una fecha tan decorativa que durante muchos años los presidentes asumían el 12 de octubre. Símbolos sobran en nuestra historia. Brindo por esto también, porque forma parte de aquello que nos debe hacer pensar qué no queremos. Salud.
Y entonces todo se vuelve vertiginoso. El 25 de Mayo fue siempre una fiesta de ellos. La joya del primer centenario fue la visita de la infanta de España. Se modificó el himno para no ofender a quienes habían provocado un etnocidio total y absoluto. Nadie antes y nadie después arrasó un continente como lo hizo España. Nadie fue tan codicioso. Nadie fue tan salvaje.
Mientras en el país de los alimentos la gente moría de hambre.
Brindo porque nunca más equivoquemos el homenaje. Salud.
Mucho pasó.
El  25 de Mayo siguió siendo una fiesta ajena.
Los obreros conmemoraron y luego festejaron el 1 de mayo.
Después fue el 17 de octubre.
El 25 era de fanfarrias y te deums.
Hasta 1973.
Ese fue el primer 25 realmente popular. El primer 25 con gente en la calle celebrando porque al fin sabía de qué se trataba.
Brindo por el conocimiento. Salud.
Después, importó y mucho el después. La venganza fue terrible. Los usurpadores de siempre se cobraron esa alegría, y cómo.
Muchos muertos, la independencia olvidada.
Y otro 25 de mayo.
Hace 10 años.
Una nueva esperanza.
Una historia que se empezó a transitar.
Una historia en la que todos tenemos un espacio. Si es más grande o más chico depende de cada uno de nosotros.
Una historia con pibes en la escuela, con hospitales abiertos, con conocimiento y salud.
Brindo por ese 25 de mayo.
Salud.
Y brindo por el 25 del bicentenario. Por toda esa gente que salió a festejar. Porque ese festejo fue de cada uno de nosotros. Porque no se lo robamos a nadie, sino que lo recuperamos.
Y porque mañana se cumplen muchos aniversarios de muchos 25 de Mayo, brindo por todos ellos.
Salud.