Cuentan que el primero de la estirpe acostumbraba
pasearse por las calles de Ciudad Insaurralde con una soga con nudo corredizo
al cuello para recordar que era humano, y que era breve. Tan siniestra corbata
no fue heredada por ninguno de sus hijos. Tampoco su concepto ético. Todos sus
descendientes, cada uno a su manera, encarnaron alguno de los nueve círculos
del infernal poema. Algún damnificado por ellos diría que no les daba la estofa
para el Dante y limitaban su piné a los tristes umbrales de Cacodelfia. Tal vez
fuera así. Tal vez esta distinción careciera de importancia a la luz de los
daños por ellos causados.
Lo que nadie podría negar es la capacidad, la
inteligencia y la lucidez estratégica de los herederos, que en dos generaciones
llegaron a dominar todos los estamentos sociales, culturales y económicos de la
ciudad. Así, el hijo mayor fue médico y conservador, el segundo fue cura y
administrador diocesano, el tercero fue abogado y radical. El más chico fue
artista plástico, puto y anarquista. “Pa que vean que somos tolerantes” decía
el doctor en las tertulias del Deportivo Insaurralde.
La tercera generación supo diversificarse y dominar el
comercio y la industria. Fueron ellos los que fundaron la Asociación Económica
Insaurraldense. Fueron ellos los que acapararon los terrenos linderos al
trazado del futuro Ferrocarril Mitre, convenientemente asesorados por los
descendientes del fundador.
En lo único que no lograron ventaja directa fue en el
agro. No les hizo falta. Los tres hijos del médico comprendieron que el amor no
siempre sigue al ideal ético o a la belleza clásica. Pero esto no podrá nunca
ser demostrado. Carbonell solía decir que lo que natura non da Insaurralde lo
acepta.
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