“El gran problema es que los pelotudos no son discretos”
dicen que dijo el primer Salomón Antonio Kramer cuando el Barletta chico le
recriminó que nunca había laburado.
“Para que veas” siguió Kramer “yo una vez usé una pala”
y contó la vieja historia que nosotros ya le conocíamos.
Contó que de pibe, en un campamento sionista, le habían
dado la herramienta y le habían indicado el tamaño de la zanja que debía
realizar.
Ante tamaño desafío el primer Salomón Antonio Kramer
pidió el justificativo, el por qué debía cavar esa extensión.
“Porque después nos vamos a Israel a pelear contra los
árabes”
“Pero a mí los árabes no me hicieron nada” dijo Kramer.
“Sos un burgués” decía que le había dicho su encargado.
“Será che” terminaba Kramer la anécdota mientras se
servía una cucharada de keppe crudo sobre una rodaja de pan casero en la casa
de su suegra. Después se servía un vino y brindaba por el sincretismo
gastronómico.
Cuenta la leyenda que el primer Salomón Antonio Kramer
conoció la historia de Gomilka a través de Marcos Carbonell.
En efecto, el primer trabajo publicado por el
historiador local se basaba en su tesis doctoral: “Oleadas inmigratorias en
Ciudad Insaurralde: La segunda marejada”.
Kramer y Carbonell compartían pensión en Córdoba, una
pieza bastante ruinosa en la calle Santa Rosa. Cuentan los contemporáneos que
Kramer fue el primer lector del manuscrito original del texto carboneliano
mientras le cebaba mates de cuño entrerriano al investigador piamontés. Los
detractores de tal teoría sostienen que el litoraleño jamás en su vida cebó un
mate o preparó un asado. Detalles que solamente interesan a seres de mala
intención. El resto de la historia no permite discusiones, ya que es el mismo
Carbonel quien se ha encargado de difundirla.
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