Tras recorrer innumerables poblaciones de la Pampa Gringa finalmente
llegaría Gomilka a la Estación San
Juan Bautista. Allí conoció al más chico de la segunda generación. Dicen los
memoriosos que la discusión ideológica entre los dos ácratas duró casi doce
horas. Finalmente, el local convenció al polaco para quedarse en Ciudad
Insaurralde. Necesitaba un compañero para fecundar la aridez intelectual de los
criollos pero sobre todo la crudeza de los fundadores. “De los compradores”
dijo con una risita que a Gomilka le resultó sumamente extraña.
Así fue como Gomilka decidió quedarse, pero clandestino
y camuflado. Los piamonteses que lo acompañaban estuvieron de acuerdo con la
ubicación elegida y rápidamente se le unieron.
No se quiso cambiar el nombre, pero adoptó una
figuración social menos arriesgada. Así que se asumió como radical y
simpatizante del Club Atlético River Plate. El siguiente paso fue la panadería.
Cuenta la tradición que en el mismo tren llegaron las primeras máquinas para el
emprendimiento del filósofo y una bella mujer que buscaba el trigo perfecto:
Yamila Abdala.
Aparentemente no fue amor a primera vista ni nada
parecido. La fogosa libanesa persiguió al intelectual europeo durante casi un
año, ya olvidada de su objetivo primigenio. Finalmente lo convenció y juntos
fundaron el primer comedor árabe de la región. Al poco tiempo se casaron.
Cuando Kramer supo de la historia buscó inmediatamente
la manera de conocer al viejo anarquista.
Fue Carbonell quien lo invitó a viajar a Ciudad
Insaurralde para la Fiesta
de los Inmigrantes.
Fue Carbonell quien le presentó a Gomilka, a la turca y
a la hija menor de la pareja, ya comprometida con el Barletta grande.
“Nadie la obligó” decía Kramer muchos años después.
“Comportate Kramer” decía la polaca muerta de risa.
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