jueves, 8 de mayo de 2014

HISTORIA UNIVERSAL- TRES

El poeta ucraniano Isaac Kramer decía que el alemán es el ídish sin los violines. Cuando se le preguntaba entonces qué era el ídish respondía que éste era el ruso sin los garrotazos.
Isaac enseñaba en una escuela en Odessa para mantener a su mujer y sus siete niños. “La necesidad es un cosaco con síndrome de abstinencia” se lamentaba risueño en las sobremesas de la cena de los jueves, mientras brindaba a la salud del Zar Nicolás. “Que Dios le dé larga vida y muchos hijos.”
Parece que Dios estaba ocupado en otras cuestiones. O apoyaba al bando contrario, porque los cosacos se dedicaban a pasar por la casa de Isaac en cada pogrom para recordarle su origen, y sobre todo para remarcarle que el Zar era el heredero del Señor. Cuando usaron la Torah para iniciar el incendio de su casa el vate decidió que ya estaba bien, que mejor Norteamérica.
No pudo ser.
Para familias numerosas solamente Sud América le dijeron.
Sarita le hizo cara fea.
“En Brasil se come solamente arroz” dijo Sarita. “En Méjico solamente hay indios”
“En Buenos Aires hay una colectividad enorme, tienen templo de la Calle Libertad para ir y otro en Camargo para no ir, y dicen que hay un lugar que se llama Miramar que es la playa que mana leche y miel” dijo Isaac.
Allá fueron.
Nunca se supo bien si fue un error, un problema idiomático o una estafa.
Los Kramer nunca llegaron a establecerse en Buenos Aires, por lo menos en esa generación.
El caso es que terminaron viviendo en Entre Ríos, donde Isaac fundó una escuela hebrea y siguió escribiendo poesía mientras Sarita cultivaba la huerta y criaba por igual y con el mismo rigor hijos y animales. Dice la leyenda que la mujer se propuso hacer difícil la vida del poeta. Dicen también que si a éste le hubiera importado el carácter de su compañera sin duda habría sufrido bastante. Parece que no fue así.
Cierto día se encontraba alambrado de por medio comentando los avatares de la política mundial con su vecino el ruso Wendychansky cuando su hijo Jonas se acercó para avisarle que Sarita tenía el puchero listo hacía media hora y ya se estaba poniendo cabrera (así dijo). “La casualidad es la madre de los refranes” pensaba Kramer. En este caso la casualidad hizo que al mismo tiempo y con un mensaje similar se asomara Rebeca, la hija mayor del vecino en cuestión. Miles de veces se habían visto, vivían uno al lado del otro. Pero ese día fue diferente.
Un mes después estaba todo listo (casamentera, dote y demás).
Dos meses después estaban casados.
Un año después nacía el primer Salomón Antonio Kramer que en este mundo fue. Llegó al mundo de culo, y no es una metáfora. Vino de culo en una áspera noche de junio y solamente la pericia de la María logró que ese harapo azul y fláccido pegara el primer grito, el primigenio alarido de la segunda generación de la estirpe. Dicen que la secuela fue la total destrucción de su capacidad comercial. Puede ser. Nunca se dejó evaluar al respecto. Su íntimo amigo el siquiatra rafaelino Judas Krause dijo alguna vez que no hacía falta.
Así que Kramer, el primero de varios hermanos, no pudo nunca realizarse económicamente hasta que se ganó la grande después de seguir el mismo número durante 17 años.

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