miércoles, 5 de junio de 2013

PADRES

Sentado en la platea número 69 del Social y Deportivo La Flor Nacional de Ciudad Insaurralde Kramer piensa.
La butaca no es mullida, pero tampoco es cómoda. Para nada hospitalaria. En resumen, un lugar hostil.
En el rectángulo de juego, diez seres humanos de ocho años juegan.
Van.
Vienen.
Se chocan.
Se pelean.
Juegan a ser basquetbolistas.
Un gordo de silbato juega a ser referí.
Hasta acá todo bien.
Los pibes juegan.
Kramer piensa que el mundo debe ser así, o debería.
Los pibes juegan, no hacen la revolución.
Es precisamente ese el momento en el que todo se va, por decirlo eufemísticamente, al mismísimo carajo.
Aparece en el universo onírico de Kramer un sonido.
Un sonido humano. O subhumano.
O mejor aún, prehumano. Un grito.
Kramer piensa.
Y se da cuenta de que existen varios tipos de padre de hijo deportista, a saber:
1) El ausente: no en el sentido geográfico o necrológico del término. El chabón no está. No se sabe donde está, se desconoce su paradero. Se las tomó. No está.
2) El sufrido: sabe que sus hijos no serán trompetistas, pero los acompaña en el esfuerzo recordando tal vez su propia historia. Kramer recuerda, y honra en el recuerdo a su propia torpeza.
3) El hedonista: sabe que su querubín es habilidoso, y se sienta a disfrutarlo estéticamente hablando. Para él la táctica es secundaria. El tanteador es secundario. Su éxtasis es la finta, no el punto.
4) El solidario: no es un padre, es un patriarca. Es el que llega con ocho críos de premini en el asiento trasero del sufrido Corsa 98. No trae más porque el baúl está lleno con los bolsos con la ropa y las palotas. En el asiento del acompañante viajan la patrona, la matera y los criollitos. Kramer brinda por él, y le pide un mate. O se lo ceba.
5) El pelotudo: no acompaña al pibe, es el manager. El representante. El guillote de salita verde, que pretende que el prepúber sea la megastar de la dosmilcinco.
El pelotudo se para al costado de la cancha con sus lentes, su campera de jean y sus zapatillas blancas de cuero a monitorear la evolución de su pupilo.
Le grita.
Lo aconseja.
El peor pecado que puede cometer el hijo del pelotudo es pasarle la pelota a un compañero poco hábil en el manejo de la misma.
No le interesan a Kramer las motivaciones que subyacen a la conducta de este tipo de sujetos para quienes lo importante es competir.
Y competir, piensa Kramer, es importante cuando uno quiere vender ravioles, ganar elecciones o imponer un Dios.

Para el resto, piensa Kramer, y sobre todo a la edad que sea, lo importante es jugar.

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