No me quiero dormir dice el
viejo.
Por qué le pregunto.
Porque no, pero yo sé que
no es esa la respuesta, hay algo más.
Lo miro.
Lo espero.
No me quiero dormir vuelve
a decir.
No respondo.
Lo conozco, sé que si hay
una segunda frase, una diferente, llegará a pesar de que el interlocutor
pregunte y repregunte.
Algunos piensan que el
viejo está demente (como un acróbata demente saltaré se me aparece
indefectiblemente ese verso cuando aparece esa palabra, demente) pero yo sé que
no. Nunca lo vi tan lúcido, tan rápido intelectualmente. Y eso que el viejo era
una de las voces más temidas de su tiempo.
Ahora está achacado. No
come casi nada. Casi no lee. Dice que lo último interesante se publicó antes de
mil novecientos noventa y que todo se fue a la mierda después, hasta la
literatura.
Le pregunto si quiere algo.
No.
No me quiero dormir.
Le acomodo la almohada. Le
cambio de posición la lámpara. El viejo me mira como agradeciendo esos gestos
inútiles que acompañan a la cortesía.
Gracias dice. Siempre fue
educado. Aunque fuera redundante. Sólo castigaba la deslealtad.
Por eso lo de Helena, pero
no vale la pena abundar en detalles. La última vez que le pregunté me miró
desde la tristeza y nunca más toqué el tema.
Por eso lo de los hijos. No
los echó. Fueron lo suficientemente inteligentes como para descubrir que ya no
había vuelta atrás y se fueron uno por uno.
Cuentan que dijo el viejo
que fue ése el último día, que todo lo demás fue epílogo.
Le gustan las metáforas,
las analogías.
No me quiero dormir dice el
viejo.
Espero.
La segunda frase no llega.
La noche se alarga, se
estira.
No tengo obligación de
quedarme.
La enfermera duerme en el
comedor.
El timbre está al alcance
de la mano del viejo. De la izquierda por supuesto, la otra para qué.
Al pedo dijo el viejo
cuando le pusieron cuidadores y alarmas. Los timbres no suenan donde deberían.
Nunca más mencionó el tema, pero lo aceptó. No tenía opción.
No me quiero dormir dice el
viejo.
Ahora sí parece que ha
llegado el delirio.
Lo miro.
Pero no, sigue ahí. Firme.
Sereno.
Me mira.
No me quiero dormir dice.
Si me duermo se termina el día.
Y viene otro.
Que puede ser el último.
O no.
Puede ser que éste sea el
último.
No me quiero dormir dice el
viejo.
Lo miro.
Saco un libro.
Leo en voz alta.
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