Kramer piensa.
Desde su silloncito bajo la
pérgola Kramer piensa.
Kramer piensa.
Kramer divaga, dileta.
Kramer meditaría si fuera zen. Rezaría si fuera creyente. Analizaría si fuera
cientista social.
Pero no.
Kramer no es nada de eso.
Kramer es solamente un
señor leido, con sobrepeso y una tendencia feroz al sedentarismo que está
sentado en su silloncito bajo la pérgola mirando al noreste, a noventa grados
de Rantés.
Y en su silloncito piensa.
Piensa en silencio.
Antes dialogaba, pero sus
hijos empezaron a tomarlo para la joda y dejó de hacerlo.
Piensa en calma.
Antes gesticulaba, pero su
compañera lo detectaba e interrumpía sus elucubraciones para mandarlo a comprar
pan, ravioles, crema y salsa pero esta vez sin pescetto.
Definitivamente, el silencio
y la quietud favorecen al intelecto del hombre austero.
Y allí, en la austeridad
absoluta de su silloncito bajo la pérgola, mirando al noreste, Kramer piensa.
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