miércoles, 11 de diciembre de 2013

EL PARTIDO

Mucho tiempo después el viejo seguía contando la historia.
Era una de esas historias simples, sin grandes héroes, sin grandes eventos. Una historia tal vez insignificante si la sacamos del contexto en el que ocurrió.
Pero nada pasa fuera de un contexto.
Nada es aislado.
Nada es inerte.
Nada es aséptico.

Hace frío. Este detalle no tiene tanto valor porque siempre hace frío en junio, especialmente en una zona como aquella a mitad de camino de todo en plena pampa gringa, sin un reparo decente, sin un refugio contra el viento y la lluvia. El viejo acaba de poner a calentar el agua para el mate. De fondo el locutor repasa los últimos partidos de la Selección en su camino a la magna tarde de hoy en la que se  redefine una identidad, una forma de sentir, un ser nacional. El viejo sonríe. Piensa en lo que diría el hijo si estuviera ahí con él. Pero el hijo no está. Se fue a Córdoba a estudiar para Doctor.
En esa memoria anda el viejo cuando escucha el llamado desde el portón. Se resiste a nombrar tranquera a lo que llama portón porque eso sería reconocer una cierta pertenencia rural. El viejo discute y discutirá hasta el día de su muerte su realidad urbana, aunque la casa esté a casi media legua de la última cuadra asfaltada del pueblo. Por eso, dice, su casa tiene portón. Tranquera tienen los ranchos. O las estancias.
El llamado viene, entonces, desde el portón. A la distancia el viejo adivina la forma de un hombre. Ya va grita mientras busca el saco gastado, el de todos los días. El otro lo guarda para el día que vuelva el hijo, porque el hijo va a volver. Mientras se acerca ve que quien golpea no se fija en él.
Quien golpea mira hacia los costados. Hacia atrás. Más allá del techo de la casa. Y tiembla.
De frío. Es junio, está fresco pa chancletas decía el hijo. El viejo no logra esquivar la sonrisa.
De miedo. Quien ha temblado de miedo pero de miedo real, de miedo definitivo, reconoce las miradas. Y el viejo tiembla cada noche, cuando piensa que en una de esas es verdad, y el hijo no va a volver.
Por las dudas vuelve rápidamente y manotea lo primero que encuentra. Una manta, un poncho, no importa. El recién llegado agradece el gesto desde que lo adivina.
El viejo franquea el paso. Los dos hombres caminan ahora en dirección al alero de chapa. Cuando llegan a la casa, se presentan. Parece que hubieran necesitado esa protección, salir de la intemperie.
-Soria- dice el viejo.
-Alfredo Elías Kramer- dice el recién llegado. Está sucio, huele mal. Se nota que no ha comido bien en los últimos tiempos, pero no por carencia sino por negación. Si el viejo fuera más indiscreto vería las marcas de los golpes.- Kramer, Alfredo Elías. Alfredo. Kramer. Alfredo Elías Kramer.- La voz repite sin parar como un mantra el nombre, el apellido completo. No hay descanso en la pronunciación. La voz sale de un tiempo anterior. Parece recién llegada, casi recién nacida.
El viejo vacía la pava y la vuelve a cargar. El agua para el mate no debe hervir.
-¿Gusta?- Ofrece.
-Sí- Acepta.
En la pantalla en blanco y negro está por empezar el partido. La cancha está al explotar de gente. Los bigotes gruesos del general presidente aparecen en primer plano. De un lado el marinero, del otro el aviador.
-Dicen que en Córdoba hay televisión a colores- dice Soria.
-Puede ser- duda Kramer.
El viejo convida pan. El recién llegado acepta. Come con avidez pero cuidando las formas. Se le ve la ciudad, pero en otra vida.
-Mi hijo se fue para Córdoba hace tres años, a estudiar para Doctor. La última vez que vino me dejó el carnet de la Biblioteca para que le devuelva unos libros.- Comenta Soria. Kramer asiente. Busca los libros con la vista. Los encuentra.
-Permiso- Pide.
-Adelante-
Soria ceba mate. La mirada de Kramer deja de huir. Repasa las portadas con ternura, con nostalgia. En la tele el matador mete el primero.
El mate pasa, va, viene.
La única voz es la del relator. La del relato. Del partido. Somos los mejores del mundo. Humanos. Derechos.
Soria ceba. Kramer toma, ofrece cortar más pan. Lo hace.
Empate. Alargue.
El matador un gol más. El del rojo otro gol. El general presidente festeja. El marinero y el aviador también. Soria y Kramer se miran, se dan la mano.
-Salud campeón-
-Salud-
Ya es de noche. El gran capitán recibe la copa.
-¿Se queda a cenar?- Pregunta Soria.
Kramer asiente.
-Si no es molestia…-
Soria no responde.
Kramer pone otra vez la pava a calentar.
-Éramos como veinte- dice- Éramos como veinte, de Córdoba y alrededores. Sobre todo estudiantes. De Medicina. Nos cargaron en un tren para llevarnos a Buenos Aires decían, para redistribuírnos. Necesitaban datos decían, nombres.-
El viejo trajina con la cena. Pero escucha atentamente.
-En un cruce de vías pedí para ir al baño. Salté por la ventana y corrí. Hace de anoche que corro para el sur.
El viejo piensa. La distancia al cruce de vías se cuenta en días, nunca en horas.
-Rápido habrá corrido-
-Mucho- dice Kramer- Es muy jodido ser más rápido que una bala. La noche ayudó.
Comen en silencio.
Soria acomoda la habitación del hijo. Kramer acepta y se acomoda.
-Buenas noches.-
-Buenas.-

Amanece. El viejo saca la chata del galpón.
Kramer se baja en el cruce de rutas, a la entrada del pueblo. Está afeitado, limpio.
En un bolso lleva dos mudas de ropa del hijo y los libros de la biblioteca.

Cuando se da vuelta para agradecer Soria ya no está.

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