¿Qué hace que una
generación sea diferente de las anteriores?
¿Somos muy distintos a
nuestros padres y a nuestros hijos?
No hay muchas dudas de que
sí. Somos muy diferentes. Ni mejores ni peores. De otra manera. Con otros
modos. Con otras preguntas que exigen otro tipo de respuestas.
Cada uno de nosotros es
pollo del huevo de su tiempo.
Para nosotros, señores
cuarentones, ya la cigüeña era un pájaro feo que poco tenía que ver con la
reproducción. El repollo era algo que nuestras madres intentaban infructuosamente
hacernos comer. Por suerte el concepto de mujer maceta empezaba a perder vigor.
No quiero decir con esto que aún no haya FASTAsmas que lo sostengan, ni
civilizaciones? retrógradas que lo defiendan.
No nos dispersemos. Es otro
el tema.
En mi caso personal debo
agradecer a mi padre médico y a mi madre docente, que me ayudaron a comprender
ciertas cuestiones de una manera simple y para nada traumática en un contexto
difícil. No debe haber sido fácil educar a un niño durante la (ojalá) última dictadura.
Entonces.
Todos nos hemos hecho
preguntas.
Preguntas biológicas.
Preguntas políticas.
Preguntas técnicas.
Preguntas innecesarias.
Preguntas retóricas.
Preguntas capciosas.
Preguntas permitidas.
Preguntas correctas.
Preguntas incómodas.
A mis nueve años, en 1981,
no era mucho lo que se podía preguntar.
Entonces la duda llegaba a
cómo se hacían los bebés.
Hoy, 2 de noviembre de
2012, comprobé que, afortunadamente, la generación que nos sigue será mucho
mejor de lo que pudimos ser nosotros.
Mi hijo de nueve años me
preguntó cómo hacía el papá para poner en el cuerpo de la mamá la semillita
necesaria para hacer un bebé.
Traté de explicárselo de
una manera sencilla, limitado por el hecho de que iba manejando en hora pico
por el centro de mi ciudad, la entrañable San Francisco.
De más está decir que el
pibe conoce casi todo el hardware necesario, con términos bastante lejanos a
pirulito, chochita, cuchufleta y otras pavadas similares.
Hasta ahora, nada
sorprendente.
Tampoco sorprendió su
manifestación de desagrado al conocer los detalles del intercambio bastante
suavizados por el padre de la criatura, es decir yo.
Lo increíble, lo genial, lo
movilizador vino después.
Después de este diálogo que
lejos de ser original viene repitiéndose de generación en generación desde
tiempos tal vez inmemoriales, tal vez desde cuando bajamos del árbol, mi hijo
hizo la pregunta que señala feroz, certera y felizmente el cambio de paradigma.
Después de este diálogo mi
hijo de nueve años me hizo, con total naturalidad, una pregunta que demuestra que los que vienen serán sin lugar
a dudas superiores a nosotros.
Después de este diálogo mi
hijo de nueve años me hizo la pregunta que demuestra que por más que traten de
contenerlos no lo lograrán y que serán ellos, estos pibes, los que harán algo
mejor.
Con toda la naturalidad del
mundo mi hijo de nueve años me preguntó cómo hacen para tener hijos (textuales
palabras) las parejas gay.
Buen
provecho.
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