jueves, 11 de octubre de 2012

PIEDRAS AL TECHO


UNO
Prólogo
¿Cómo contar una historia?
O mejor, ¿cómo situar una historia dentro de un género?
El autor o el relator siempre es, necesariamente, tramposo.
Él conoce por dónde va la trama, los personajes, los giros.
Él sabe, forzosamente, lo que va a pasar.
Indudablemente, la forma de contar la historia va condicionada por el argumento en sí, por la verosimilitud del mismo, por la relación espaciotemporal que se da entre los hechos y el narrador.
Cómo contar entonces una historia que tiene su anclaje en un pasado más o menos remoto, cuyo nudo podría estar transcurriendo en este tiempo pero que se va a resolver en un futuro más o menos próximo.
Cómo lograr también que ese relato, pretendida obra más o menos artística, no pierda vigencia una vez que se igualen los tiempos.
Porque la historia que yo les quiero contar tiene esas características.
Está pasando.
Está teniendo lugar en una de sus etapas.
Ya empezó, las causas y los desencadenantes de la historia ya han marcado su influencia.
Las circunstancias que desencadenarán o no el drama final se encuentran en plena etapa de maduración.
El desenlace espera, inexorable pero no determinado.
¿Es ciencia ficción?
¿Es anticipación?
¿Es ucronía?
La ucronía nos cuenta algo que habría pasado si la historia hubiera seguido la otra  rama de la encrucijada. Entonces uno se da cuenta de que todo cuento que se cuenta es una ucronía ya que se relata algo extraordinario, algo que sale de lo común, algo que no sigue el hilo narrativo habitual. Siempre que contamos algo partimos de una premisa, el “Qué pasaría/ Qué hubiera pasado si”…
Tal vez esta introducción sirva para algo o no, no me toca a mí decirlo.
Tal vez sea solamente un justificativo para contar una historia que ya empezó, que está pasando pero que se va a definir en un punto allá adelante.
Tal vez se defina de la manera en la que será contada.
O tal vez no.

DOS
La memoria es un lugar extraño.
Los recuerdos suelen aparecer de las maneras más raras, en los momentos más inoportunos. Son piedrazos que caen sobre el techo de chapa del silencio. Dicen algunos que en el momento final, justo antes de morir, la memoria se disgrega, se desintegra y los recuerdos se vuelven simultáneos, se juntan y se mezclan en un solo flashback monumental.
No lo sé, todavía no me he muerto como para tener una referencia de primera mano.
De qué nos acordamos.
Por qué recordamos lo que recordamos.
¿Recordamos solamente cosas que nos han pasado a nosotros?
¿Recordamos recuerdos de otros?
¿Se hereda la memoria como se hereda el color de pelo o de ojos o la forma la cara?
No hablo de mandato.
No hablo de ser tercera generación de médicos, como yo.
O de futuro médico, en mi caso puntual ya que todavía no me recibí.
Pero que es como si fuera.
Mi viejo dice que a partir de tercer año ya somos colegas. Será, no me parece trascendente.
La pregunta es si se puede heredar un sabor, un aroma, una música pero no como elemento concreto sino como manera de percibirlos. La pregunta es si se puede heredar una preferencia, una predilección.
La pregunta es si se puede heredar una repugnancia.
La pregunta es si esa herencia, de existir, es lineal o, como algunas enfermedades, puede saltarse una generación y aparecer en la que sigue.

TRES
De chiquito me gustó entrar a la cocina cuando la Tata sazonaba el guiso. Ahora que lo recuerdo aparece la imagen de los azulejos, la ventana al patio que en ese entonces no tenía rejas y el perfil de la Tata, que ya era un monumento, un tótem, uno de los pegamentos de nuestra identidad familiar.
Lo que más me gustaba de ese momento era cuando la Tata tomaba con sus manos sabias el tarro (ni el frasco ni el recipiente, el tarro) de los condimentos y espolvoreaba de amarillo la olla enorme donde flotaba la comida. El perfume que brotaba me transportaba a lugares extraños, con cerros y quebradas y colores y texturas que nunca había percibido en directo. Muchos años después sabría que eso era comino.
Más tarde, ya adolescente, tenía la misma sensación con ciertas músicas y con algunos poemas. Llorar por la suerte de Maturana nunca me pareció ajeno. Sólo con el tiempo comprendería lo ilógico de la situación. Lo extraño de esa nostalgia era que había nacido y vivido toda la vida en plena pampa gringa.

CUATRO
-Che, Debenedetti, ¿Se pueden heredar los recuerdos?
-Profesor Debenedetti para usted Gonzalves.
Debenedetti era el mejor genetista de Córdoba.
Debenedetti era ayudante de cátedra en Medicina Legal en la Facultad e Medicina en Córdoba.
Debenedetti era amigo de mi viejo de toda la vida. Debo aclarar que para mi viejo “toda la vida” es un concepto bastante etéreo. Para él, el ser humano es tal “a partir de que puede pagarse los forros por sí mismo”. La infancia es, según sus propias palabras, una etapa signada por la ternura que despierta en un grupo de adultos una serie de respuestas estereotipadas producidas por seres que aún no han desarrollado completamente su dentadura. Un tipo difícil mi viejo. Algunos dicen que heredó el sentido del humor de mi abuelo, el coronel médico Gonzalves. No me parece. El abuelo es un tipo seco, áspero y rubio.
Ese es otro tema. A mí, de chico, cuando me preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, me salía siempre la misma respuesta: “Rubio y coronel como mi abuelo”
Pero no nos disgreguemos. La dispersión, en estos relatos, suele ser contraproducente.
Debenedetti tenía la mala costumbre de hacerme sentir la autoridad todo el tiempo, sobre todo cuando le hacía preguntas incómodas o ante situaciones “pajeramente poéticas”, como él decía.
Por eso su reacción no me sorprendió, aunque no supe muy bien a cuál de las dos opciones correspondía.
-No sea pelotudo Gonzalves. El recuerdo se origina por la creación de un circuito interneuronal que es único y personal de cada sujeto.
-¿Está seguro profesor?
-Seguro Gonzalves. Los cubanos ya experimentaron con eso en 1987.
-¿Me pasa el artículo para leerlo?
-Búsquelo por usted mismo, Gonzalves.-
Obviamente, el texto de cuestión era de muy difícil acceso. Pero lo conseguí. No me aclaró mucho las cosas, ya que las conclusiones del estudio científico eran confusas y enredadas.

CINCO
-Viejo, ¿yo soy adoptado?
-No.
Apenas había girado la cabeza para mirarme. En el verde césped, los muchachos del Deportivo trataban de merecerse la calificación de jugadores de fútbol con bastante poco éxito, lo cual lo ponía de pésimo humor.
Igual insistí.
-¿Seguro?
-Sí. ¿Por qué lo preguntás?
-No me cierra mi apellido con mi cara viejo. El abuelo es rubio y yo no. Tengo medio cara de originario yo.
-Sí, un indio bárbaro sos vos. El gran cacique Gonzalves del este cordobés.
-¿Por qué me gusta el comino?
-Porque es rico.
-¿Por qué me gusta el folklore?
-Porque tenés mal gusto.- Cuando quería, mi viejo era feroz.
-Viejo, ¿Se heredan los recuerdos?
De todos modos, las preguntas eran para ponerle la vida difícil al viejo. En casa había toneladas de fotos de mi vieja embarazada. La ventaja de ser hijo único es que todas las fotos son tuyas o tienen que ver con vos.
Además, mi abuela tenía una cajita que ella llamaba de la memoria, con un mechón de pelo, un diente y una tripa de porquería que ella decía que era “el pupito del bebe”. A veces, la familia es un ejercicio de paciencia y de búsqueda de paz interior.

SEIS
Ni la iconografía ni los testimonios de primera o de segunda mano habían logrado cerrar, para mí, la discusión.
Hasta Debenedetti había confirmado la teoría de mi relación biológica con el Doctor Gonzalves hijo y señora, con soporte audiovisual que incluyó filmaciones de mi madre embarazada, puérpera y durante la lactancia de un protomamífero que, por la cara parecía ser mi primera versión.
No alcanzaba.
Las fotos se pueden trucar.
Las filmaciones se pueden editar.
Quién te dice que mi vieja no podría haber perdido un embarazo avanzado y luego completar ese espacio con un pobre chino halladito. Tal vez el niño original había tenido una muerte trágica y prematura, quién sabe.
Por eso, cuando le pedí la dirección del laboratorio de Canestrari me miró no sé si con pena o con resignación.
-No me creés.
-¿Qué cosa?
-Que sos biológico.
-Qué se yo… Nada es cierto hasta que se demuestra lo contrario.
-Y tu viejo, ¿sabe?
-………
-¿No le dijiste?- Debenedetti sabía, tanto como yo, de mi incapacidad eterna para la mentira.
-No.
-Tranquilo.- completó mientras me daba el papel con los datos pedidos.

SIETE
Canestrari no salía de su asombro cuando me vio en la sala de espera.
-¿Qué hacés acá?
-Vine por el análisis…
-¿Qué análisis?
-El análisis de ADN.
-¿Para qué?
-Para saber.
-…
-¿Se heredan los recuerdos?
-Qué se yo, preguntale a Debenedetti…- Canestrari era el tercero del grupo, por lo que también conocía a mi viejo de toda la vida.
-¿Por qué me gusta el comino?
-Porque es rico…
-¿Por qué me gusta el folklore?
-Porque tenés mal gusto.
Canestrari había iniciado a los otros dos en el Jazz y el rock sinfónico. Evidentemente tenían rutinas humorísticas similares.
De todos modos, me sacó los centímetros suficientes de sangre como para demostrar con casi un 100 % de probabilidad que el doctor Gonzalves y señora eran, efectivamente, mis padres biológicos.
Carne de mi carne.
Sangre de mi carne.
Ser de mi ser.

OCHO
-Hola abuelo…
-…
-¿Coronel?
-…
-¡Señor Coronel Médico Gonzalves, permiso para saludar!
-Recluta Gonzalves, autorizado para saludar.
-¡Señor Coronel Médico Gonzalves, buenos días!
-Buen día recluta. Descanse.
El saludo con el coronel siempre había sido severo, pero desde que mi viejo y la hermana lo metieron al Jardín del Retiro todo se había vuelto mucho más marcial.
El coronel respetaba las jerarquías.
Él era el coronel.
Mi viejo, que no era milico, era el soldado raso Gonzalves.
Yo, simple estudiante, era el recluta.
-Coronel, ¿se heredan los recuerdos?
-No sea pajero, tagarna.
En estos casos lo mejor era dejar pasar unos minutos.
-Coronel…
-¿Sí?
-¿Dónde nació mi viejo?
-En San Miguel de Tucumán. Maternidad Nuestra Señora de las Mercedes.
-Se acuerda la fecha…
-20 de septiembre de 1978. Yo estaba destacado como Coronel Médico Pediatra en esa institución. Su madre lo tuvo por parto espontáneo a las 15:30 horas, sin complicaciones para ella o el neonato.
Era impresionante como ciertos datos surgían, precisos, del barro de la demencia que poco a poco lo iba tapando.
-¿Hay fotos, filmaciones, algo de la abuela embarazada?
-Nada. Todo se destruyó en el incendio del 81. No quedó nada. Para verificar fechas, se sugiere consultar el libro de inscripciones del Registro Civil de San Miguel de Tucumán.

NUEVE
Epílogo
Ser el narrador de una historia tiene sus privilegios.
Es él quien elige el tono, la extensión, la intensidad que debe tener el texto.
Es él quien elige cómo se cuenta la historia, si desde lo testimonial, si desde lo verosímil o lo fantástico, si desde el pasado, el presente o incluso desde el futuro.
Pero sobre todo es el narrador quien decide hasta dónde se cuenta.
Es él, pequeño dios presuntuoso, quien define qué tipo de final le da a la historia.
Es él quien determina con crueldad, arbitrariamente, hasta con indolencia, que esta historia finalice con la mirada de Gonzalves clavada en el cartel de la sede cordobesa de Abuelas mientras se pregunta si se pueden heredar los recuerdos.

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