UNO
Prólogo
¿Cómo
contar una historia?
O
mejor, ¿cómo situar una historia dentro de un género?
El
autor o el relator siempre es, necesariamente, tramposo.
Él
conoce por dónde va la trama, los personajes, los giros.
Él
sabe, forzosamente, lo que va a pasar.
Indudablemente,
la forma de contar la historia va condicionada por el argumento en sí, por la
verosimilitud del mismo, por la relación espaciotemporal que se da entre los
hechos y el narrador.
Cómo
contar entonces una historia que tiene su anclaje en un pasado más o menos
remoto, cuyo nudo podría estar transcurriendo en este tiempo pero que se va a
resolver en un futuro más o menos próximo.
Cómo
lograr también que ese relato, pretendida obra más o menos artística, no pierda
vigencia una vez que se igualen los tiempos.
Porque
la historia que yo les quiero contar tiene esas características.
Está
pasando.
Está
teniendo lugar en una de sus etapas.
Ya
empezó, las causas y los desencadenantes de la historia ya han marcado su
influencia.
Las
circunstancias que desencadenarán o no el drama final se encuentran en plena
etapa de maduración.
El
desenlace espera, inexorable pero no determinado.
¿Es
ciencia ficción?
¿Es
anticipación?
¿Es
ucronía?
La
ucronía nos cuenta algo
que habría pasado si la historia hubiera seguido la otra rama de la encrucijada. Entonces uno se da
cuenta de que todo cuento que se cuenta es una ucronía ya que se relata algo
extraordinario, algo que sale de lo común, algo que no sigue el hilo narrativo
habitual. Siempre que contamos algo partimos de una premisa, el “Qué pasaría/
Qué hubiera pasado si”…
Tal
vez esta introducción sirva para algo o no, no me toca a mí decirlo.
Tal
vez sea solamente un justificativo para contar una historia que ya empezó, que
está pasando pero que se va a definir en un punto allá adelante.
Tal
vez se defina de la manera en la que será contada.
O
tal vez no.
DOS
La
memoria es un lugar extraño.
Los
recuerdos suelen aparecer de las maneras más raras, en los momentos más
inoportunos. Son piedrazos que caen sobre el techo de chapa del silencio. Dicen
algunos que en el momento final, justo antes de morir, la memoria se disgrega,
se desintegra y los recuerdos se vuelven simultáneos, se juntan y se mezclan en
un solo flashback monumental.
No
lo sé, todavía no me he muerto como para tener una referencia de primera mano.
De
qué nos acordamos.
Por
qué recordamos lo que recordamos.
¿Recordamos
solamente cosas que nos han pasado a nosotros?
¿Recordamos
recuerdos de otros?
¿Se
hereda la memoria como se hereda el color de pelo o de ojos o la forma la cara?
No
hablo de mandato.
No
hablo de ser tercera generación de médicos, como yo.
O
de futuro médico, en mi caso puntual ya que todavía no me recibí.
Pero
que es como si fuera.
Mi
viejo dice que a partir de tercer año ya somos colegas. Será, no me parece
trascendente.
La
pregunta es si se puede heredar un sabor, un aroma, una música pero no como
elemento concreto sino como manera de percibirlos. La pregunta es si se puede
heredar una preferencia, una predilección.
La
pregunta es si se puede heredar una repugnancia.
La
pregunta es si esa herencia, de existir, es lineal o, como algunas
enfermedades, puede saltarse una generación y aparecer en la que sigue.
TRES
De
chiquito me gustó entrar a la cocina cuando la Tata sazonaba el guiso. Ahora que lo recuerdo
aparece la imagen de los azulejos, la ventana al patio que en ese entonces no
tenía rejas y el perfil de la
Tata , que ya era un monumento, un tótem, uno de los
pegamentos de nuestra identidad familiar.
Lo
que más me gustaba de ese momento era cuando la Tata tomaba con sus manos sabias el tarro (ni el
frasco ni el recipiente, el tarro) de los condimentos y espolvoreaba de
amarillo la olla enorme donde flotaba la comida. El perfume que brotaba me
transportaba a lugares extraños, con cerros y quebradas y colores y texturas
que nunca había percibido en directo. Muchos años después sabría que eso era
comino.
Más
tarde, ya adolescente, tenía la misma sensación con ciertas músicas y con
algunos poemas. Llorar por la suerte de Maturana nunca me pareció ajeno. Sólo
con el tiempo comprendería lo ilógico de la situación. Lo extraño de esa
nostalgia era que había nacido y vivido toda la vida en plena pampa gringa.
CUATRO
-Che,
Debenedetti, ¿Se pueden heredar los recuerdos?
-Profesor
Debenedetti para usted Gonzalves.
Debenedetti
era el mejor genetista de Córdoba.
Debenedetti
era ayudante de cátedra en Medicina Legal en la Facultad e Medicina en
Córdoba.
Debenedetti
era amigo de mi viejo de toda la vida. Debo aclarar que para mi viejo “toda la
vida” es un concepto bastante etéreo. Para él, el ser humano es tal “a partir
de que puede pagarse los forros por sí mismo”. La infancia es, según sus
propias palabras, una etapa signada por la ternura que despierta en un grupo de
adultos una serie de respuestas estereotipadas producidas por seres que aún no
han desarrollado completamente su dentadura. Un tipo difícil mi viejo. Algunos
dicen que heredó el sentido del humor de mi abuelo, el coronel médico
Gonzalves. No me parece. El abuelo es un tipo seco, áspero y rubio.
Ese
es otro tema. A mí, de chico, cuando me preguntaban qué quería ser cuando fuera
grande, me salía siempre la misma respuesta: “Rubio y coronel como mi abuelo”
Pero
no nos disgreguemos. La dispersión, en estos relatos, suele ser contraproducente.
Debenedetti
tenía la mala costumbre de hacerme sentir la autoridad todo el tiempo, sobre
todo cuando le hacía preguntas incómodas o ante situaciones “pajeramente
poéticas”, como él decía.
Por
eso su reacción no me sorprendió, aunque no supe muy bien a cuál de las dos
opciones correspondía.
-No
sea pelotudo Gonzalves. El recuerdo se origina por la creación de un circuito
interneuronal que es único y personal de cada sujeto.
-¿Está
seguro profesor?
-Seguro
Gonzalves. Los cubanos ya experimentaron con eso en 1987.
-¿Me
pasa el artículo para leerlo?
-Búsquelo
por usted mismo, Gonzalves.-
Obviamente,
el texto de cuestión era de muy difícil acceso. Pero lo conseguí. No me aclaró
mucho las cosas, ya que las conclusiones del estudio científico eran confusas y
enredadas.
CINCO
-Viejo,
¿yo soy adoptado?
-No.
Apenas
había girado la cabeza para mirarme. En el verde césped, los muchachos del
Deportivo trataban de merecerse la calificación de jugadores de fútbol con
bastante poco éxito, lo cual lo ponía de pésimo humor.
Igual
insistí.
-¿Seguro?
-Sí.
¿Por qué lo preguntás?
-No
me cierra mi apellido con mi cara viejo. El abuelo es rubio y yo no. Tengo
medio cara de originario yo.
-Sí,
un indio bárbaro sos vos. El gran cacique Gonzalves del este cordobés.
-¿Por
qué me gusta el comino?
-Porque
es rico.
-¿Por
qué me gusta el folklore?
-Porque
tenés mal gusto.- Cuando quería, mi viejo era feroz.
-Viejo,
¿Se heredan los recuerdos?
De
todos modos, las preguntas eran para ponerle la vida difícil al viejo. En casa
había toneladas de fotos de mi vieja embarazada. La ventaja de ser hijo único
es que todas las fotos son tuyas o tienen que ver con vos.
Además,
mi abuela tenía una cajita que ella llamaba de la memoria, con un mechón de
pelo, un diente y una tripa de porquería que ella decía que era “el pupito del
bebe”. A veces, la familia es un ejercicio de paciencia y de búsqueda de paz
interior.
SEIS
Ni
la iconografía ni los testimonios de primera o de segunda mano habían logrado
cerrar, para mí, la discusión.
Hasta
Debenedetti había confirmado la teoría de mi relación biológica con el Doctor
Gonzalves hijo y señora, con soporte audiovisual que incluyó filmaciones de mi
madre embarazada, puérpera y durante la lactancia de un protomamífero que, por
la cara parecía ser mi primera versión.
No
alcanzaba.
Las
fotos se pueden trucar.
Las
filmaciones se pueden editar.
Quién
te dice que mi vieja no podría haber perdido un embarazo avanzado y luego
completar ese espacio con un pobre chino halladito. Tal vez el niño original
había tenido una muerte trágica y prematura, quién sabe.
Por
eso, cuando le pedí la dirección del laboratorio de Canestrari me miró no sé si
con pena o con resignación.
-No
me creés.
-¿Qué
cosa?
-Que
sos biológico.
-Qué
se yo… Nada es cierto hasta que se demuestra lo contrario.
-Y
tu viejo, ¿sabe?
-………
-¿No
le dijiste?- Debenedetti sabía, tanto como yo, de mi incapacidad eterna para la
mentira.
-No.
-Tranquilo.-
completó mientras me daba el papel con los datos pedidos.
SIETE
Canestrari
no salía de su asombro cuando me vio en la sala de espera.
-¿Qué
hacés acá?
-Vine
por el análisis…
-¿Qué
análisis?
-El
análisis de ADN.
-¿Para
qué?
-Para
saber.
-…
-¿Se
heredan los recuerdos?
-Qué
se yo, preguntale a Debenedetti…- Canestrari era el tercero del grupo, por lo
que también conocía a mi viejo de toda la vida.
-¿Por
qué me gusta el comino?
-Porque
es rico…
-¿Por
qué me gusta el folklore?
-Porque
tenés mal gusto.
Canestrari
había iniciado a los otros dos en el Jazz y el rock sinfónico. Evidentemente
tenían rutinas humorísticas similares.
De
todos modos, me sacó los centímetros suficientes de sangre como para demostrar
con casi un 100 % de probabilidad que el doctor Gonzalves y señora eran,
efectivamente, mis padres biológicos.
Carne
de mi carne.
Sangre
de mi carne.
Ser
de mi ser.
OCHO
-Hola
abuelo…
-…
-¿Coronel?
-…
-¡Señor
Coronel Médico Gonzalves, permiso para saludar!
-Recluta
Gonzalves, autorizado para saludar.
-¡Señor
Coronel Médico Gonzalves, buenos días!
-Buen
día recluta. Descanse.
El
saludo con el coronel siempre había sido severo, pero desde que mi viejo y la
hermana lo metieron al Jardín del Retiro todo se había vuelto mucho más
marcial.
El
coronel respetaba las jerarquías.
Él
era el coronel.
Mi
viejo, que no era milico, era el soldado raso Gonzalves.
Yo,
simple estudiante, era el recluta.
-Coronel,
¿se heredan los recuerdos?
-No
sea pajero, tagarna.
En
estos casos lo mejor era dejar pasar unos minutos.
-Coronel…
-¿Sí?
-¿Dónde
nació mi viejo?
-En
San Miguel de Tucumán. Maternidad Nuestra Señora de las Mercedes.
-Se
acuerda la fecha…
-20
de septiembre de 1978. Yo estaba destacado como Coronel Médico Pediatra en esa
institución. Su madre lo tuvo por parto espontáneo a las 15:30 horas, sin
complicaciones para ella o el neonato.
Era
impresionante como ciertos datos surgían, precisos, del barro de la demencia
que poco a poco lo iba tapando.
-¿Hay
fotos, filmaciones, algo de la abuela embarazada?
-Nada.
Todo se destruyó en el incendio del 81. No quedó nada. Para verificar fechas,
se sugiere consultar el libro de inscripciones del Registro Civil de San Miguel
de Tucumán.
NUEVE
Epílogo
Ser
el narrador de una historia tiene sus privilegios.
Es
él quien elige el tono, la extensión, la intensidad que debe tener el texto.
Es
él quien elige cómo se cuenta la historia, si desde lo testimonial, si desde lo
verosímil o lo fantástico, si desde el pasado, el presente o incluso desde el
futuro.
Pero
sobre todo es el narrador quien decide hasta dónde se cuenta.
Es
él, pequeño dios presuntuoso, quien define qué tipo de final le da a la
historia.
Es
él quien determina con crueldad, arbitrariamente, hasta con indolencia, que
esta historia finalice con la mirada de Gonzalves clavada en el cartel de la
sede cordobesa de Abuelas mientras se pregunta si se pueden heredar los
recuerdos.
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