martes, 15 de marzo de 2011

Irina

Irina es un ser inerte, aunque suene cacofónico.
Sale de su casa todos los días a las dos menos cuarto de la tarde y encara para el Instituto Provincial de Salud Juan Antonio Insaurralde que está exactamente al lado del Carrasco, célebre geriátrico local. Una vez allí, se calza el ambo verde que identifica a las celadoras del lugar y los zuecos de plástico y pone la pava de lata al fuego. La misma pava de lata de hace quince años, en el mismo anafe ya oscuro por el fuego del gas de la garrafa. Después, escucha las mismas historias de los pacientes que deberá atender durante las próximas ocho horas. Irina sabe que no es así, pero para ella el viejo que se cagó en la siete está allí desde hace diez años y todavía no tuvo la decencia de morirse.
Después controla temperaturapresiónfrecuenciacardíaca de cada uno, y las anota en cada hoja de cada carpeta.
Irina tiene extrañas fobias. Teme con fervor traspasar umbrales. Esto le viene de chiquita, cuando acompañaba a su viejo, portero de la Escuela Márquez, institución señera en la educación de nivel inicial del glorioso Pueblo Insaurralde, que diera entre sus figuras más notables al doctor Ovidio Godoy.
A las diez de la noche Irina cuenta que la guardia transcurrió sin novedades y  que el viejo de la siete sigue exactamente igual, tal cual está hace diez años. Sus compañeras la miran extrañadas, pero ninguna arriesga comentario alguno. Tal vez una sonrisa disimulada, un gesto de desdén, pero nada más.
Irina se cambia, se saca el ambo verde y los zuecos y se va para su casa. Llega a las diez y media. Se prepara un té con galletas de arroz con sal marina. Desde la pieza llega el ronquido de su marido, contundente, violento. El mismo traqueteo de hace veinte años, persistente e ininterrumpido.
Irina se despierta a las ocho. La casa está silenciosa. Pasa al baño, se lava y se peina. Sale de su casa. Llega a la peluquería. Pide rojo bermellón. ¿Seguro Irina? Rojo bermellón dije. La mini te hace lindas piernas. Gracias.
Sale de la peluquería. Se manda al CineCasino local. Se revienta los ahorros de la familia, que ha tenido la precaución de retirar por ventanilla en la Sucursal local del Banco Nación, cajero Goldberg como siempre. ¿Todo Irina? Todo Daniel.
A las dos menos cuarto encara para el Instituto Provincial de Salud Juan Antonio Insaurralde que está exactamente al lado del Carrasco, célebre geriátrico local. Una vez allí, se calza el ambo verde que identifica a las celadoras del lugar y los zuecos de plástico y pone la pava de lata al fuego. La misma pava de lata de hace quince años, en el mismo anafe ya oscuro por el fuego del gas de la garrafa. Después, escucha las mismas historias de los pacientes que deberá atender durante las próximas ocho horas. Irina sabe que no es así, pero para ella el viejo que se cagó en la siete está allí desde hace diez años y todavía no tuvo la decencia de morirse.
Después controla temperaturapresiónfrecuenciacardíaca de cada uno, y las anota en cada hoja de cada carpeta.
Entonces saca de su bolso un paquete de cigarros negros, un disco de cumbia y una botella de tequila, que abre con los dientes y al grito de que se arme la joda canejo desencadena una parranda como no se había conocido en el nosocomio, que termina con un estríp total parada en el escritorio del Jefe Supremo.
La Policía se la llevó acusada de escándalo, exhibición obscena y homicidio agravado por el vínculo del señor de la siete. Cuando la ficharon, se declaró viuda.

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