Kramer
piensa.
Kramer
camina observando el Atlántico y piensa.
Pronto
42. Ya. En un rato. La semana que viene.
Piensa
Kramer.
Analiza.
Contextualiza.
Cronologiza.
Ya
pasaron los 40. Crisis. Cambio. La crisis de los 40.
La
crisis de los 40 es un cambio. O por el cambio de los 40 se produce la crisis.
O por los 40 se cambia y se produce la crisis.
Piensa
Kramer.
Se
enrosca porque no sabe si decir enreda o enrieda y a su edad queda mal andar
con dudas ortográficas.
De
las otras no, parece que no. Las otras dudas son justificadas, incluso
bienvenidas. Parece ser que la crisis de los 40 habilita. Y entonces los
chabones cambian algo o todo.
Entonces
a alguno se le da por las minas, a otro por el deporte extremo, a otro por los
autos y cambian de mujer, de coche o de estilo de vida.
A
Kramer no.
A
Kramer la crisis de los 40 le da por el existencialismo. Se da cuenta de que es
cierta la frase de Houellebecq que dice que un hombre víctima de la crisis de
los 40 sólo quiere vivir, vivir un poco más; pide solamente una pequeña
ampliación del plazo.
Y
entonces Kramer piensa.
Y
se pregunta por el final, por lo que queda y sobre todo por cuánto queda.
Entonces,
cuándo se pregunta el por qué del final, Kramer descubre que la pregunta está
incompleta.
A
ver.
Todos
alguna vez nos preguntamos por qué tiene que haber un final (filosóficamente
hablando).
Kramer
analogiza.
Es
como el jugador que es retirado del campo a causa de su torpeza. La pregunta,
el reproche siempre será por qué me sacaste, nunca por qué me pusiste.
Y
entonces Kramer se da cuenta que en realidad la pregunta del final es absurda
porque es absurda la probabilidad de que cada uno de nosotros sea en cuanto
identidad.
A
ver.
Pensemos
matemáticamente.
Miles
de millones de años han pasado desde que apareció la primera piedra que luego
explotó porque como dice su hijo pequeño Dios no creó nada, fue el Big Bang
(dice el niño). Kramer piensa en la libertad de las creencias, pero eso da para
otro post.
Miles
de años han pasado desde que el mono bajó del árbol.
Cientos
de años han pasado desde que el hombre se organizó en grupos que se organizaron
para masacrarse unos a otros.
Varias
décadas han pasado desde que algunos grupos se trasladaron desde un país al
otro.
Todo
esto llevó a que se produjeran las conjunciones necesarias para que los padres
de Kramer coincidieran en el mismo lugar la misma noche en el mismo metro
cuadrado de boliche. No vamos a entrar en detalles de presentaciones y demás
que no vienen al caso.
Kramer
piensa.
Y
se da cuenta de que no solamente son necesarias las grandes cuestiones.
Lo
trascendente es necesario pero es lo minúsculo lo suficiente.
Y
entonces la pregunta del final pierde valor.
Porque
no solamente somos cada uno de nosotros el espermatozoide más rápido del polvo
primigenio.
No
señor.
Kramer
piensa.
Si
esa noche mamá no quería.
O
le dolía la cabeza.
O
tenía frío.
O
estaba cabreada.
O
si esa noche papá no podía.
O
no quería (a veces pasa).
O
alguno de los dos estiraba un ratito más la lectura.
O
se tomaban otro vaso de cerveza y se quedaban dormidos.
O
si mamá estornudaba en el momento crucial a la mierda, caía un hermanito que no
eras vos.
A
Kramer lo intrigan las matemáticas. No lo desenfocan como le pasa con las
complicaciones mecánicas. A las matemáticas con esfuerzo y paciencia podría
desentrañarlas. A la mecánica no. Sobre todo a la del automotor.
Entonces
piensa.
Piensa
Kramer.
Y
se da cuenta de que ponerse a calcular la probabilidad de que cada uno de
nosotros sea es absurdo.
No
existe.
Estadísticamente
es casi imposible que cada uno de nosotros sea en cuanto identidad.
Es
decir.
La
posibilidad de que surja un ser humano de un polvo fecundante está estudiada y
determinada. Ahora, la probabilidad de que ese ser humano sea cada uno de
nosotros es imposible incluso de imaginar.
Kramer
piensa.
Y
saluda.
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