Es
un lugar común el hecho de que Ciudad Insaurralde no produce nada fuera del
campo industrial, comercial o agropecuario. No sólo es frecuente tal afirmación
sino que es absolutamente injusta. Tal vez la omnipresencia mediática de
Viviana Mastrosimone, poetisa de dudosa índole y compradora compulsiva de
distinciones artísticas, sea un argumento a favor de quienes sostienen ese
concepto.
Los
defensores de esa teoría no hacen más que relegar al olvido a figuras como el
gran goleador del fútbol oriental Juan Carlos Arzuaga o Fermín Lencinas,
ganador de la mayor distinción literaria de República Dominicana.
Es
tiempo ya de terminar con ese mito, es hora de reivindicar a aquellos que
intentaron construir un acervo cultural y científico digno de quienes hicieron
de la Ciudad
lo que hoy es. Es tiempo de rescatar la memoria de Juan Andrés Beltrán
Insaurralde.
Juan
Andrés Beltrán Insaurralde era el heredero de una casta de hombres sensibles
pero duros, de gente severa en el trato y en las costumbres. Son legendarias ya
las peregrinaciones del padre de nuestro héroe en busca de la fuente de la
eterna juventud. Algunos dicen que la encontró, pero eso nunca fue demostrado
del todo.
Otro
hecho legendario se refiere al origen del apellido de Juan Andrés. Ninguna
relación unió jamás a su familia con la del fundador de la ciudad, Juan
Bautista Insaurralde. Cuentan los más viejos que durante los Años Felices
llegaron a la Ciudad
dos familias, los Beltrán Fornasari y los Beltrán a secas. Ante las frecuentes
confusiones los abuelos de Juan Andrés optaron por aclarar que ellos eran los
Beltrán de la calle Insaurralde. El tiempo y la costumbre acortarían las
explicaciones, y el primer Juan Beltrán pasaría rápidamente a ser Don Juan
Beltrán Insaurralde.
Era
Juan Andrés Beltrán Insaurralde, antes que nada, un gran preguntador. Antes que
investigador, antes que ingeniero, antes que escritor era un tremendo
preguntador. Solía decir que había llegado tarde a la Edad Media , que fue
según él el momento ideal ya que nada o casi nada se sabía, por lo que todas
las grandes preguntas estaban naciendo. De todos modos él se daba maña para
encontrar nuevos interrogantes en la era neopostmoderna que le había tocado en
suerte transitar. Fueron célebres sus ensayos “De las causas que determinan la
paradoja adherencial del teflón”, en el cual Beltrán trata de saber por qué si
nada se pega al teflón entonces cómo se logra que este elemento se adhiera a la
superficie de la sartén y “De la dualidad entre lo natural y lo artificial- De
jugos y detergentes”. En este último esquicio, Beltrán investiga por qué los
refrescos contienen esencia de frutas y los limpiadores incluyen jugos
naturales de cítricos diversos.
Fue
esta sobrenatural curiosidad la que lo llevaría a intentar demostrar que la
navegabilidad de las corrientes de agua estaba determinada por una conjunción
de inteligencia y maña y no solamente por la profundidad o la bravura de los
ríos. Tal conjetura surgió en su mente cierta tarde veraniega en la que
observaba a sus sobrinos disfrutar de la frescura del natatorio del Centro
Recreativo y Cultural San Genaro Virgen y Mártir. Los párvulos utilizaban para
desplazarse por el espejo artificial un dispositivo consistente en un cilindro
de espuma de polietileno de celdas cerradas conteniendo aire estanco, lo que
permite la flotación en el agua. Ni lerdo ni perezoso Beltrán interrogó a los
niños acerca del origen de tales implementos, respondiendo los mismos que
habían sido adquiridos en una juguetería local, y que respondían al vulgar
nombre de Flota Flota.
Dejando
de lado el desprecio que siempre le había producido la simpleza patronímica de
ciertos industriales Juan Andrés Beltrán Insaurralde se dedicó a elaborar lo
que sería su proyecto definitivo.
Comenzó
calculando, basándose en las características físico químicas del producto en
cuestión así como en sus conocimientos de náutica, cuál sería la superficie
óptima que debería tener una embarcación rústica confeccionada con tan
avanzados troncos. Definida la cantidad de cilindros necesarios nuestro hombre
se abocó a la tarea de descubrir cuál era la manera ideal de unirlos entre sí
para asegurar una adecuada flotabilidad y resistencia. Llegó a la conclusión de
que el adhesivo en aerosol 90 de 3M con aplicador en spray era el elemento
ideal.
Una
vez lista la balsa era menester determinar en qué momento iba a ser presentada
en sociedad. La ocasión no se hizo esperar. El desafío del Xanaes de 2014,
competencia en la cual una serie de embarcaciones surcarían el río del mismo
nombre en dirección norte hacia la
Laguna de Mar Chiquita sería sin lugar a dudas la ocasión
propicia. Así que allá partió nuestro bravo nauta, a demostrar que la porfía y
la inteligencia todo lo pueden.
El
resultado por todos conocido fue casi óptimo. La balsa resistió todo el
trayecto fluvial, teniendo que lamentar solamente la grave quemadura que afectó
a Beltrán Insaurralde en su magramente poblado cuero cabelludo. Una vez más,
las previsiones técnicas habían superado notablemente al sentido común. Juan
Andrés no llegó a escuchar el consejo de su abuela Virtudes acerca de la
conveniencia de portar un sombrero.
Fue
durante la convalecencia forzada que siguió a aquella primera travesía que
surgió la nueva obsesión de Beltrán, la que sería la definitiva: unir con su
balsa la ciudad argentina de Goya con el balneario uruguayo de Punta del Este.
Lo que los escépticos definirían como locura y los militantes seriales como
snobismo se transformaría para Juan en la razón de su vida, en el Monte del
Destino de su existencia.
Rediseñó
la embarcación con parámetros acordes a la exigencia que supondría la
navegación del Río Paraná. El mayor costo de los materiales necesarios hizo
necesarios los aportes de numerosos contribuyentes voluntarios, entre ellos los
amigos de Shorton carnes y Vinos, El Tacho de Compost Vegetalería Natural y
Grasso Hermanos Servicios Fúnebres LA casa del Último Descanso. Este último
apoyo sería premonitorio según la interpretación de los integrantes más
fundamentalistas de la Sociedad
Insaurraldense de Estudios Paranormales (SIEPa) La
embarcación ya ensamblada y convenientemente bautizada como Marilú, los efectos
personales de Beltrán y nuestro bravo navegante fueron trasladados desde Ciudad
Insaurralde hasta Goya gracias a los
amigos de Carballo y Veronesi que facilitaron un vehículo del porte suficiente
para tal travesía.
La
botadura de la Marilú
no presentó inconveniente alguno. Tampoco hubo sobresaltos durante los primeros
dos días de navegación. La balsa se mostraba dócil obediente a los mandos de
Beltrán que ya parecía Thor Heyerdahl a bordo de la
Kon Tiki. La cercanía de las costas hacía
redundante la utilización de dispositivos de posicionamiento global. Además
éstos podían interferir con el espíritu de la prueba, al decir de Juan Andrés.
Juan
Andrés Beltrán Insaurralde fue visto por última vez surcando el Río Paraná a la
altura del puente Rosario Victoria, una noche de enero de la segunda década del
nuevo siglo. Nunca llegó al punto de control de San Nicolás. Escasos restos de
espuma de polietileno de celdas cerradas fueron hallados en las costas de San
Pedro, cerca de la Histórica
vuelta de Obligado, lo que fue interpretado por muchos como un símbolo del
espíritu libertario de Beltrán. Algunos incluso retienen esas reliquias con un
fervor cercano a la mística.
Los
escépticos dicen que el pegamento no resistió el efecto corrosivo de las aguas
altamente contaminadas cercanas al Puerto de Rosario.
Los
fundamentalistas del SIEPa dicen que Beltrán fue abducido por extraterrestres.
Los registros de actividad paranormal del CREP (Centro Rosarino de Estudios
Parapsicológicos) así lo corroborarían.
Los
militantes seriales dicen que el padre río se vengó de la temeridad de nuestro
héroe en la forma de un cardumen de salvajes palometas. La ausencia de un
cuerpo identificable abona sus
suposiciones.
Los
malpensados de siempre dicen, por su parte, que Beltrán habría inventado toda
la historia para fugarse con una antigua novia, con quien explota un puesto de
carnada a la vera de la Autopista Rosario
Buenos Aires.
Lo
cierto es que ninguna teoría ha podido ser demostrada o refutada de manera
contundente.
Cuentan
los isleños que al fondo de un monte en la costa entrerriana vive un gringo
raro, con una espantosa cicatriz como de quemadura en la cabeza, que mira con
nostalgia al río.
Nada
dice.
Nada.
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