domingo, 5 de enero de 2014

Beltrán

Es un lugar común el hecho de que Ciudad Insaurralde no produce nada fuera del campo industrial, comercial o agropecuario. No sólo es frecuente tal afirmación sino que es absolutamente injusta. Tal vez la omnipresencia mediática de Viviana Mastrosimone, poetisa de dudosa índole y compradora compulsiva de distinciones artísticas, sea un argumento a favor de quienes sostienen ese concepto.
Los defensores de esa teoría no hacen más que relegar al olvido a figuras como el gran goleador del fútbol oriental Juan Carlos Arzuaga o Fermín Lencinas, ganador de la mayor distinción literaria de República Dominicana.
Es tiempo ya de terminar con ese mito, es hora de reivindicar a aquellos que intentaron construir un acervo cultural y científico digno de quienes hicieron de la Ciudad lo que hoy es. Es tiempo de rescatar la memoria de Juan Andrés Beltrán Insaurralde.
Juan Andrés Beltrán Insaurralde era el heredero de una casta de hombres sensibles pero duros, de gente severa en el trato y en las costumbres. Son legendarias ya las peregrinaciones del padre de nuestro héroe en busca de la fuente de la eterna juventud. Algunos dicen que la encontró, pero eso nunca fue demostrado del todo.
Otro hecho legendario se refiere al origen del apellido de Juan Andrés. Ninguna relación unió jamás a su familia con la del fundador de la ciudad, Juan Bautista Insaurralde. Cuentan los más viejos que durante los Años Felices llegaron a la Ciudad dos familias, los Beltrán Fornasari y los Beltrán a secas. Ante las frecuentes confusiones los abuelos de Juan Andrés optaron por aclarar que ellos eran los Beltrán de la calle Insaurralde. El tiempo y la costumbre acortarían las explicaciones, y el primer Juan Beltrán pasaría rápidamente a ser Don Juan Beltrán Insaurralde.
Era Juan Andrés Beltrán Insaurralde, antes que nada, un gran preguntador. Antes que investigador, antes que ingeniero, antes que escritor era un tremendo preguntador. Solía decir que había llegado tarde a la Edad Media, que fue según él el momento ideal ya que nada o casi nada se sabía, por lo que todas las grandes preguntas estaban naciendo. De todos modos él se daba maña para encontrar nuevos interrogantes en la era neopostmoderna que le había tocado en suerte transitar. Fueron célebres sus ensayos “De las causas que determinan la paradoja adherencial del teflón”, en el cual Beltrán trata de saber por qué si nada se pega al teflón entonces cómo se logra que este elemento se adhiera a la superficie de la sartén y “De la dualidad entre lo natural y lo artificial- De jugos y detergentes”. En este último esquicio, Beltrán investiga por qué los refrescos contienen esencia de frutas y los limpiadores incluyen jugos naturales de cítricos diversos.
Fue esta sobrenatural curiosidad la que lo llevaría a intentar demostrar que la navegabilidad de las corrientes de agua estaba determinada por una conjunción de inteligencia y maña y no solamente por la profundidad o la bravura de los ríos. Tal conjetura surgió en su mente cierta tarde veraniega en la que observaba a sus sobrinos disfrutar de la frescura del natatorio del Centro Recreativo y Cultural San Genaro Virgen y Mártir. Los párvulos utilizaban para desplazarse por el espejo artificial un dispositivo consistente en un cilindro de espuma de polietileno de celdas cerradas conteniendo aire estanco, lo que permite la flotación en el agua. Ni lerdo ni perezoso Beltrán interrogó a los niños acerca del origen de tales implementos, respondiendo los mismos que habían sido adquiridos en una juguetería local, y que respondían al vulgar nombre de Flota Flota.
Dejando de lado el desprecio que siempre le había producido la simpleza patronímica de ciertos industriales Juan Andrés Beltrán Insaurralde se dedicó a elaborar lo que sería su proyecto definitivo.
Comenzó calculando, basándose en las características físico químicas del producto en cuestión así como en sus conocimientos de náutica, cuál sería la superficie óptima que debería tener una embarcación rústica confeccionada con tan avanzados troncos. Definida la cantidad de cilindros necesarios nuestro hombre se abocó a la tarea de descubrir cuál era la manera ideal de unirlos entre sí para asegurar una adecuada flotabilidad y resistencia. Llegó a la conclusión de que el adhesivo en aerosol 90 de 3M con aplicador en spray era el elemento ideal.
Una vez lista la balsa era menester determinar en qué momento iba a ser presentada en sociedad. La ocasión no se hizo esperar. El desafío del Xanaes de 2014, competencia en la cual una serie de embarcaciones surcarían el río del mismo nombre en dirección norte hacia la Laguna de Mar Chiquita sería sin lugar a dudas la ocasión propicia. Así que allá partió nuestro bravo nauta, a demostrar que la porfía y la inteligencia todo lo pueden.
El resultado por todos conocido fue casi óptimo. La balsa resistió todo el trayecto fluvial, teniendo que lamentar solamente la grave quemadura que afectó a Beltrán Insaurralde en su magramente poblado cuero cabelludo. Una vez más, las previsiones técnicas habían superado notablemente al sentido común. Juan Andrés no llegó a escuchar el consejo de su abuela Virtudes acerca de la conveniencia de portar un sombrero.
Fue durante la convalecencia forzada que siguió a aquella primera travesía que surgió la nueva obsesión de Beltrán, la que sería la definitiva: unir con su balsa la ciudad argentina de Goya con el balneario uruguayo de Punta del Este. Lo que los escépticos definirían como locura y los militantes seriales como snobismo se transformaría para Juan en la razón de su vida, en el Monte del Destino de su existencia.
Rediseñó la embarcación con parámetros acordes a la exigencia que supondría la navegación del Río Paraná. El mayor costo de los materiales necesarios hizo necesarios los aportes de numerosos contribuyentes voluntarios, entre ellos los amigos de Shorton carnes y Vinos, El Tacho de Compost Vegetalería Natural y Grasso Hermanos Servicios Fúnebres LA casa del Último Descanso. Este último apoyo sería premonitorio según la interpretación de los integrantes más fundamentalistas de la Sociedad Insaurraldense de Estudios Paranormales (SIEPa) La embarcación ya ensamblada y convenientemente bautizada como Marilú, los efectos personales de Beltrán y nuestro bravo navegante fueron trasladados desde Ciudad Insaurralde hasta Goya  gracias a los amigos de Carballo y Veronesi que facilitaron un vehículo del porte suficiente para tal travesía.
La botadura de la Marilú no presentó inconveniente alguno. Tampoco hubo sobresaltos durante los primeros dos días de navegación. La balsa se mostraba dócil obediente a los mandos de Beltrán que ya parecía Thor Heyerdahl a bordo de la Kon Tiki. La cercanía de las costas hacía redundante la utilización de dispositivos de posicionamiento global. Además éstos podían interferir con el espíritu de la prueba, al decir de Juan Andrés.
Juan Andrés Beltrán Insaurralde fue visto por última vez surcando el Río Paraná a la altura del puente Rosario Victoria, una noche de enero de la segunda década del nuevo siglo. Nunca llegó al punto de control de San Nicolás. Escasos restos de espuma de polietileno de celdas cerradas fueron hallados en las costas de San Pedro, cerca de la Histórica vuelta de Obligado, lo que fue interpretado por muchos como un símbolo del espíritu libertario de Beltrán. Algunos incluso retienen esas reliquias con un fervor cercano a la mística.
Los escépticos dicen que el pegamento no resistió el efecto corrosivo de las aguas altamente contaminadas cercanas al Puerto de Rosario.
Los fundamentalistas del SIEPa dicen que Beltrán fue abducido por extraterrestres. Los registros de actividad paranormal del CREP (Centro Rosarino de Estudios Parapsicológicos) así lo corroborarían.
Los militantes seriales dicen que el padre río se vengó de la temeridad de nuestro héroe en la forma de un cardumen de salvajes palometas. La ausencia de un cuerpo identificable  abona sus suposiciones.
Los malpensados de siempre dicen, por su parte, que Beltrán habría inventado toda la historia para fugarse con una antigua novia, con quien explota un puesto de carnada a la vera de la Autopista Rosario Buenos Aires.
Lo cierto es que ninguna teoría ha podido ser demostrada o refutada de manera contundente.
Cuentan los isleños que al fondo de un monte en la costa entrerriana vive un gringo raro, con una espantosa cicatriz como de quemadura en la cabeza, que mira con nostalgia al río.
Nada dice.

Nada. 

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