01/01/2022
En su libro Sapiens, de animales a dioses,
Yuval Noah Harari nos dice que la primera escritura fue lo que él llama parcial,
ya que se desarrolló para registrar las transacciones comerciales primitivas en
la Mesopotamia asiática. Dice, también, el historiador israelí, que tal forma
de escritura no sirve para describir sensaciones. Dice Harari que los números
no permiten, por ejemplo, escribir poesía. Me permito, humildemente, discrepar
con esta afirmación. Creo que las cifras no solamente nos describen pebeíses o
pesos al nacer o detenidos desaparecidos. Los números, puestos en contexto, son
mucho más que la sola base de la estadística. Los ejemplos mencionados son elocuentes.
Entonces.
Es primero de enero de2022.
Una cifra, un dato estadístico, un evento
cronológico. El inicio de un año más. El día siguiente al año que hemos
transcurrido, y que nos acerca a otra cifra.
Para un mundo que ya nunca volverá a ser, 2022
es el tercer año de una pandemia como no había conocido la humanidad en el
último siglo. Para los aficionados al fútbol, es el año en el que se va a jugar
un mundial que puede representar la última oportunidad de Lionel Messi. Para los
timberos, es la oportunidad de salir de pobres jugándole a los patitos. Las
posibilidades son múltiples.
Para algunos, este 2022 se apaloma con otra
cuestión determinada por el sistema decimal: el número redondo.
Entonces.
Los cambios de década suelen ser tiempos de
duda, de sismo cronológico. Se habla de crisis, de sacudón. Lo clásico es el
paso a la quinta década, los cuarenta que actúan como non plus ultra de la
decadencia de la persona, a partir de los cuales todo empieza a decaer. Así
como la adolescencia ha sido constituida en la edad dorada a la que muchos
añoran y quisieran volver. Personalmente, creo que esta es una etapa
sobrevalorada que tiene solamente dos elementos a rescatar: es breve y casi
siempre irreversible.
Entonces.
En este año, 2022, completo mi quinta década.
En marzo, como muchos saben, cumplo cincuenta. No me gusta hablar de balance,
porque creo que eso corresponde a ciclos cerrados, y no me parece que eso se pueda
aplicar a esta cuestión.
Para nuestro clan, esta década es cosa seria. Muchos
no lograron completarla, entre ellos mis viejos, por esas cosas de la
naturaleza y los contextos, que son crueles y maulas, como el gato del tango. Les
ha tocado ser las víctimas de sus propios cuerpos, de maneras brutales e
irreversibles. La muerte siempre es absurda e inoportuna, y nos deja con
proyectos incompletos, con libros sin leer, con sobremesas sin transcurrir.
Entonces.
Mientras miro el patio de mi casa a través de
las rejas de mi habitación, esperando un informe de laboratorio que, usando una
escritura completa al decir de Harari, me diga si formo parte de los afectados
por el virus de moda, pienso y escribo, sin pretensión alguna de talento o de
originalidad. Comienzo, en tres meses, mi sexta década, y se me llena el culo
de preguntas. ¿Era esto lo que esperaba? ¿Cuáles habrán sido las expectativas
que quienes me formaron tenían sobre mí? ¿Llegué a lo que debía? ¿Me quedé
corto? ¿Fui más allá? ¿Tiene sentido seguir insistiendo? No la tengo tan clara.
Creo que nadie tiene esa certeza. Sé que traté siempre de ir por el lado que me
marcaba la Historia familiar, con sus fusilados, sus exiliados, sus militantes,
sus docentes, sus sanadores. Sé que es un privilegio integrar una tribu en la
que la palabra es eje y sentido. Sé que cada charla con mis hijos, con el
militante, con el escritor y con el artista, así lo demuestra. Sé que la
compañera que encontré el primer sábado de este siglo es la que volvería a
elegir cada nuevo sábado de cada nueva semana, porque nos merecemos lo
transcurrido. Sé que la nostalgia es el pan en el huevo frito de la vida, ya
sea por lo pasado como por lo que vendrá.
Entonces.
Empieza otro año.
Empieza otra década.
La década.
Esperemos estar a la altura de los que no la
pudieron completar.
En su nombre, levantemos la lata, la copa, la
botella cortada, el vaso.
Y no le mezquinemos cuero.
Salú.
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