viernes, 2 de diciembre de 2011

DURA LEX

El viejo trata de adivinar qué pasa por detrás del foco de 200 que le quema las retinas a pesar de las cataratas mientras reconstruye todo lo que le pasó desde que adivinó las dos camisas verdes entre el gentío de la avenida. Al principio no lo pudo creer, pensó que sería un divague presenil. Cuando lo alcanzaron no pensó resistirse, pero le acomodaron el garrotazo igual. Ahora trata de acomodarse mientras la puerta se abre.
No lo ve nítido. Es apenas una sombra elástica vestida de verde. La voz es limpia y correcta. No debe ser uno de los de la avenida. De todos modos, al viejo se le hace difícil entender lo que le está pasando. El gobierno había difundido que las Brigadas Sanitarias habían sido desactivadas mucho tiempo atrás. Incluso se había decretado el Reseteo Final de todas las computadoras del Ministerio. Permanecieron las leyes, pero ya bajo el nombre de Dogma Saludable.
-¿Por qué estoy acá?- Pregunta.
Ni se imagina la respuesta que está por recibir.
-Por violación al Cuarto Teorema del Dogma Saludable.
-¿Perdón?
-¿Perdón por qué? ¿Por violar el Dogma?
-Eso es imposible. Estoy limpio después de la última…
-Perdón un carajo, si yo te digo que estás por lo que estás vos estás por lo que estás, eso no se discute-.El otro logra controlarse, y la voz vuelve a ser la misma de antes.-El Dogma es infalible y eterno, y el Gobierno también.
-Y el gran reseteo…
-No sé de qué me estás hablando. Tu archivo lleva el número 00001 en la memoria del Ministerio, y hace rato que te estamos buscando.
El viejo finalmente comprende. El Ministerio resetea pero no olvida, y a él no lo iban a perdonar. El de verde es de los nuevos, de los Comandos Preventivos que hasta ahora eran, al menos para él, una leyenda urbana. Se da cuenta también de que el tipo no conoce nada de lo que pasó antes del Gran Reseteo. Se apoya en el respaldo de la silla y empieza su relato:
-Vos no te acordás porque sos muy joven y a esta historia la agarraste empezada o cerca del final. Es como cuando prendés la tele y el partido ya empezó o está por terminar y ya está definido. Sabés más o menos lo que pasó, pero no cómo se llegó a ese resultado. Con esto pasa más o menos lo mismo.
Tal vez fue culpa nuestra porque no lo vimos venir o no nos dimos cuenta o tal vez estábamos como intoxicados y ellos tenían razón. Quién sabe. Lo que sí es seguro es que cuando salió la primera ley no creímos que se llegara a tanto.
La primera ley era la que prohibía la difusión del consumo en la tele y en las calles. Después se eliminó de todas partes.
No nos preocupamos demasiado porque los consumidores no necesitábamos publicidad. Todos conocíamos los efectos, los costos y las bocas de expendio, así que no necesitábamos carteles.
Lo jodido, lo bravo fue cuando salió la segunda ley. Cuando se prohibió el consumo en edificios públicos todos pensamos que era algo razonable y hasta lógico. No supimos ver que era la segunda etapa del avance del “Estado Saludable” sobre las libertades individuales. Esa cuestión inicialmente comunitaria y el hecho de que nuestro hábito fuera esencialmente personal no nos dejó vislumbrar cuál era la estrategia real atrás de todo esto. Ya en esta época empezaron a aparecer las que después serían las primeras víctimas, cuando todo se puso más severo. Vos los podías ver en las veredas o en los balcones o en los baños, tomando a escondidas, eliminando el desecho por la ventana. O en sus casa, alucinados y empezando uno atrás de otro.
Fue en este tiempo también que aparecieron nuestros enemigos más feroces: los militantes seriales y los arrepentidos.
Los arrepentidos habían tenido el hábito y lo habían dejado hacía tiempo, así que se creían con autoridad para contarte lo bien que estaban, cómo se sentían  mejor y lo bien que cogían ahora que estaban en sobriedad. Muchos de ellos después se calzaron la camisa verde.
Los militantes seriales se proclamaban herederos de los setenta y estaban a favor de todo lo que oliera a incienso: los pueblos originarios, el matrimonio igualitario, todas las despenalizaciones posibles y la abolición de los motores a explosión. Al principio nos refugiaron, pero terminaron negándonos y con el tiempo fueron captados subliminalmente por el régimen.
Los arrepentidos terminaron siendo colaboradores concientes. Los militantes seriales no, y cuando se quisieron retobar ya no tuvieron vuelta atrás. Pero esto pasó mucho después de la segunda ley. Creo que tomaron conciencia para la época de la ley de los espacios no intervenidos.
Porque la cosa siguió.
La tercera ley prohibió el consumo en cualquier espacio cerrado, fuera público o privado. La llamamos la ley de los bares. Después del café teníamos que salir a la vereda o aguantar. Los primeros brotes sicóticos aparecieron en comedores y restaurantes. La respuesta oficial fue la creación de las Brigadas Sanitarias Voluntarias que inicialmente contenían a los alienados. La invasión de las veredas por consumidores hizo que se dictara la cuarta ley. Y después la quinta.
La cuarta ley limitaba el consumo a todo espacio no intervenido por la mano del hombre en el territorio nacional. Ahí descubrimos el poder del lenguaje. No podíamos consumir en ninguna parte. El hecho de que una parcela estuviera escriturada entraba en la cuarta norma. Incluso su mención cartográfica.
Mientras los controles fueron más o menos laxos no hubo mayor inconveniente. La íbamos zafando como podíamos. Alguno cayó preso, hubo varios internados. Quizás el hecho de que casi todos fuéramos bastante mansos influyó. El tema fue cuando empezamos a rebelarnos. Alguien proclamó los derechos individuales, otro habló de Constitución y se produjeron los primeros choques con la policía. Cuando cortamos la primera calle fue una masacre. Ese día comenzamos a contar los muertos por la represión institucionalizada por la “Violación a las leyes de Consumos Saludables”, como era llamado ya el conjunto de normativas. Fue por ese tiempo que se empezó a hablar del Dogma No Tóxico.
Pocos días después apareció la quinta ley, la que creaba las Brigadas Sanitarias Oficiales y definía para sus agentes el uso de la camisa verde. Los arrepentidos hacían cola en los ministerios, comisarías y escuelas para anotarse. Los militantes seriales se opusieron al principio, pero cuando les garantizaron inmunidad en sus propios consumos artesanales también pasaron por los centros de ingreso. Sus camisas verdes tenían un brazalete multicolor en la manga derecha.
Los infractores fueron catalogados en tres grupos, y cada uno se merecía un castigo diferente.
Para los iniciales estaban los chips monofunción que se colocaban debajo de la piel conectados a un reservorio de antídoto específico de tóxico y los centros de autoayuda coordinados por un funcionario municipal.
Para los reincidentes se diseñaron los implantes bivalentes que intentaban, además de combatir el consumo, sedar al infractor y así poder llevarlo a los centros de rehabilitación periférica o granjas naturistas, coordinados por grupos de militantes seriales asimilados.
Para los definitivos se crearon las esposas tóxicas y los centros de confinamiento en cinco puntos secretos del territorio nacional.
La sexta ley prohibía la venta de material para consumo, y funcionaba como un anexo de la cuarta ley.
La séptima ley penaba con el fusilamiento el contrabando de material para consumo. Esto llevó a un enfrentamiento diplomático con los países vecinos, sobre todo con Paraguay. Aparecieron garitas por todos lados y se artillaron las fronteras. Cuando queríamos pasar las Brigadas Sanitarias de Frontera nos sometían a análisis de sangre para medir la cantidad de tóxico.
Todos los equipajes y vehículos eran desarmados y revisados. Se rompieron relaciones con todos los países vecinos, hasta que uno a uno se fueron adhiriendo al MercoSalud.
-¿Es verdad que trataron de formar comunidades de consumidores?
-Sí, pero al organizarnos y establecernos en algún lugar pasamos a violar la cuarta ley.
-¿No pensaron en producir ustedes lo que consumían?
-Pensamos, pero ahí nomás salió la octava ley, que autorizaba la plantación de especies no alimenticias exclusivamente a los militantes seriales… Les dieron armas y camiones, nos fueron acorralando y aislando. Nos prohibieron los teléfonos y las computadoras. Las comunidades fueron cayendo de a una. Los más ensañados fueron los rehabilitados. Esos tiraban con furia primero, después con odio y al último con placer.
-¿Y el Grupo de los Veinte?
-Ese fue el último grupo de resistencia. Cruzaron a nado el río en la última frontera descuidada y se trajeron una bolsa impermeable llena de paquetes. Recorrieron el país consumiendo de a uno día a día, hasta que se fueron terminando. En algún lugar de la Patagonia fueron delatados. Los camisas verdes consiguieron la data y fueron eliminando uno a uno hasta que quedaron dos. Después dijeron que se escaparon en un bote a Brasil, o en un avión a Norteamérica, porque nunca los pudieron alcanzar. El Estado Saludable no iba a reconocer ese fracaso. Oficialmente nunca nadie los pudo volver a encontrar.
-¿Es verdad lo de última tenida?
-Sí.
-¿Fue en una cueva?
-No. Fue en una plaza. En la Plaza San Martín. Uno de ellos sostuvo el último mientras el otro vigilaba. Cuando estaban por terminar se escucharon los tiros. El último consumidor pudo esquivar las balas. El anteúltimo no. Nunca se supo quién disparó. Nunca se blanqueó el final, por lo menos oficialmente. La última tenida fue negada hasta hoy. Solamente quien tiró y el último consumidor saben la verdad.
-¿Y vos como sabés que eso pasó así?
-Porque soy el 00001 del archivo del Ministerio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario