lunes, 14 de agosto de 2023

Justicia Social

Javier Milei, el candidato más votado en las elecciones PASO presidenciales del 13 de agosto, dice que va a terminar con la aberración de la Justicia Social, y con la fantasía de que donde hay una necesidad nace un derecho. Lo dice frente a un público enfervorizado. Lo dice festejando el hecho de que uno de cada tres votantes lo ha elegido. No me toca, porque no tengo las herramientas necesarias, analizar la composición detallada de quienes lo han hecho. Tampoco me toca definir como equivocado o equivocada a quien ha votado a este candidato. La superioridad autopercibida, cuando de política se habla, nos ha llevado a caer en abismos de los que, una y otra vez, hemos logrado salir. Heridos, rotos, maltrechos. Pero lo hemos conseguido.

Dice Javier Milei que va a terminar con la aberración de la Justicia Social, y la pregunta que me recorre, es a qué nos referimos cuando hablamos de Justicia Social.

Para los defensores del libre mercado (habría que ver quién se beneficia de esa pretendida libertad), o para cierto sector ya definido como Medio Pelo o Clase un cuarto, la Justicia Social es la distribución de dádivas, de manera indiscriminada, a personas que eligen subsistir de esta manera. Para un sector social más acomodado, la Justicia Social es una manera de exprimir a quienes han hecho grande al país.

Para mí, la Justicia Social es mucho más que eso.

Es garantizar el acceso a la Educación Pública, gratuita y de calidad.

Es garantizar una cobertura de salud de primer nivel para todos y todas.

Es garantizar el cumplimiento de derechos para cada persona y es, también, cuidar de aquellos que, por la razón que fuera, hayan estado excluidos, marginados, perseguidos y olvidados por la sociedad y por los sucesivos administradores del Estado.

Es garantizar la posibilidad de un retiro saludable para quienes así lo merezcan.

Es garantizar la seguridad para cada uno de nosotros y nosotras.

Pero es, también, garantizar que cada persona pueda acceder a desarrollar la tarea que cumpla con sus expectativas o con sus deseos, y que pueda formarse para alcanzar su mayor versión, basándose en sus capacidades y no en su capacidad de pago.

Es Justicia Social garantizar la infraestructura necesaria para el desarrollo de todos y todas.

Es Justicia Social poder acceder a los cuidados necesarios para vivir una vida plena, y que no sea esto limitado por la capacidad de pago de cada quién.

Sabemos qué pasa cuando es la mano del mercado, nada invisible, la que define el destino de cada persona. Ya vivimos esa tragedia, muchas veces.

Justicia Social es, también, que cada persona esté representada por un voto.

Nada está tan firme que no pueda ser borrado en un instante, y siempre es más fácil destruir. Cuidemos lo que tenemos, porque solamente así lograremos que esos derechos, que surgen de una necesidad, se amplíen cada día más.

Eso también es Justicia Social.

lunes, 18 de abril de 2022

Cuatro

No hay que discutir cuando se está enojado. No. Eso dicen las viejas de memoria larga que ya no usan batones. Ahora bailan zumba, toman cervezas artesanales y cuidan a los nietos cuando no tienen otra cosa que hacer. Las nuevas sabidurías vienen con varios gigas de reserva mnésica y pantallas a todo color. Todo tiempo presente es mejor.

Tampoco hay que pretender lógica en la reacción que es, por definición, el resultado muchas veces natural de una acción determinada. La reacción es inmediata, no da tiempo al pensamiento. No hay espacio posible entre el desencadenante y el efecto. Quien reacciona lo hace de la única manera posible.

De más está decir que no hay dios que explique un resultado empíricamente demostrable. No hay fundamento supramaterial que justifique la subversión de las leyes, del contrato social, de las normas más elementales de la convivencia civilizada. La casualidad es un mal fundamento para un mal resultado. Cuando dos piedras caen hacia el mismo punto del universo, el resultado es fatalmente irrebatible.

Amén.

Pues entonces, de qué vale enojarse. A quién hacer responsable del descalabro generado. Tal vez a los vectores, tal vez al espectro cromático, tal vez al huso horario, tal vez a las consecuencias derivadas de la vida cotidiana. Tal vez no haya responsabilidad atribuible. La pregunta final es qué nos queda.

La gradación.

Que es turra, porque es subjetiva. El sentido común es el hijo bastardo de la lógica, que es siempre hegemónica. Ese sentido común que genera frases hechas, razonamientos ramplones, conclusiones con fondos de cascadas y lánguidos teclados.

Todos sabemos que una lata traumatizada no se compara con el pibe que no está, con el futuro que desapareció, con el fondo de la olla cada vez más habitual, con el trapo y el vidrio, con la incerteza cotidiana.

Pero todos somos egoístas, en algún momento.

Todos pensamos que nuestro pequeño percance debería ser relatado por un Shakespeare del este Cordobés.

Un poco porque estamos convencidos de que el mundo gira alrededor de nuestro plexo.

Y un poco porque no nos gustan las frases evidentes.

Qué joder.

miércoles, 5 de enero de 2022

Diario de la Sexta- Dos

 05 01 2022

No hay tiempos mejores. Tampoco los hay, por consiguiente, peores. No hay manera confiable de categorizar las épocas, porque los testimonios son siempre sesgados. Para empezar, quien cronica debe poder hacerlo, ya sea por capacidades personales o por disponibilidad técnica. La meritocracia no es algo virtuoso. Es más, tiene el mismo sustento ideológico que la neutralidad. Pero dejemos las ramas para los cardenales.

Vivimos tiempos. Estos tiempos. Los que nos tocan. No hay manera posible de que esto no sea así. Cada uno de nosotros es una combinación genética única, una probabilidad estadística prácticamente nula para los parámetros de la biología. Cada uno de nosotros puede darse en un momento específico y no en otro. Cada uno de nosotros es el resultado de un número de flujos y de azares imposibles de repetir. Un estornudo, un mal día, una copa de más. Así de frágil puede llegar a ser nuestro origen.

Pero somos, también, en función de la comunidad. El contexto en el que vivimos nos sitúa, nos dirige, nos condiciona. Nada de esto es original, solamente es una mala cita de palabras mejores. Como siempre, la pretensión de originalidad es tan solo eso. La principal ventaja de leer mucho es que amplía el espectro de posibles apropiaciones, de plagios más elegantes.

Entonces.

Las profecías tienen el defecto de hablar, muchas veces, de un futuro posible, sin ver el barro en la suela de la alpargata. Es así que todos pensaron en un mundo en el que toda tecnología iba a ser dominante, en el cual las comunicaciones iban a ser omnipotentes, y donde el mérito iba a ser suficiente. El ser humano del siglo XXI iba a ser superior estética, social, cultural y económicamente.

Hasta que un chino se tomó una sopa de murciélago (la gran leyenda urbana de este milenio), y desató este Armagedón que nos toca transcurrir, y que es una especie de Aleph epidemiológico.

Porque todo lo que está pasando, ya pasó. Y las respuestas fueron más o menos las mismas.

Toda catástrofe afecta a sus víctimas de manera individual, por lo que las reacciones son, necesariamente, personales. En el caso de una pandemia, la consulta al sistema de salud lo es, el conocimiento de un resultado debería serlo. Acceder a una vacuna es un hecho personal, el aislamiento como primera medida de cuidado también lo es.

Ahora bien (si se permite el léxico científico social): aunque cada hecho es individual, sus consecuencias son comunes, y así deben ser tenidos en cuenta a la hora de pensar en un futuro más o menos sustentable, ya sea a un nivel macro como en cada comunidad. No dar vacunas a los países pobres tiene el mismo fundamento que agredir a quien nos cuida porque queremos pasar antes en la fila del hisopado. Es tan buller el país que acapara medicamentos como el simio que putea a un voluntario o a un profesional de la salud.

Gil Grissom dijo alguna vez, y la cita es aproximada, que el problema es que somos seres con genes precámbricos viviendo en una sociedad posmoderna. Tal vez sea esa la razón por la cual seguimos respondiendo a lo desconocido, o a lo que nos atemoriza, de la misma manera que hace 10.000 años.

No jodamos, entonces, a los que quieren hacer las cosas de otra manera. Alguna vez, el sapiens inicial aprendió a sumar y a escribir. Seamos algo más que eso.

 

sábado, 1 de enero de 2022

Diario de la Sexta

01/01/2022 

En su libro Sapiens, de animales a dioses, Yuval Noah Harari nos dice que la primera escritura fue lo que él llama parcial, ya que se desarrolló para registrar las transacciones comerciales primitivas en la Mesopotamia asiática. Dice, también, el historiador israelí, que tal forma de escritura no sirve para describir sensaciones. Dice Harari que los números no permiten, por ejemplo, escribir poesía. Me permito, humildemente, discrepar con esta afirmación. Creo que las cifras no solamente nos describen pebeíses o pesos al nacer o detenidos desaparecidos. Los números, puestos en contexto, son mucho más que la sola base de la estadística. Los ejemplos mencionados son elocuentes.

Entonces.

Es primero de enero de2022.

Una cifra, un dato estadístico, un evento cronológico. El inicio de un año más. El día siguiente al año que hemos transcurrido, y que nos acerca a otra cifra.

Para un mundo que ya nunca volverá a ser, 2022 es el tercer año de una pandemia como no había conocido la humanidad en el último siglo. Para los aficionados al fútbol, es el año en el que se va a jugar un mundial que puede representar la última oportunidad de Lionel Messi. Para los timberos, es la oportunidad de salir de pobres jugándole a los patitos. Las posibilidades son múltiples.

Para algunos, este 2022 se apaloma con otra cuestión determinada por el sistema decimal: el número redondo.

Entonces.

Los cambios de década suelen ser tiempos de duda, de sismo cronológico. Se habla de crisis, de sacudón. Lo clásico es el paso a la quinta década, los cuarenta que actúan como non plus ultra de la decadencia de la persona, a partir de los cuales todo empieza a decaer. Así como la adolescencia ha sido constituida en la edad dorada a la que muchos añoran y quisieran volver. Personalmente, creo que esta es una etapa sobrevalorada que tiene solamente dos elementos a rescatar: es breve y casi siempre irreversible.

Entonces.

En este año, 2022, completo mi quinta década. En marzo, como muchos saben, cumplo cincuenta. No me gusta hablar de balance, porque creo que eso corresponde a ciclos cerrados, y no me parece que eso se pueda aplicar a esta cuestión.

Para nuestro clan, esta década es cosa seria. Muchos no lograron completarla, entre ellos mis viejos, por esas cosas de la naturaleza y los contextos, que son crueles y maulas, como el gato del tango. Les ha tocado ser las víctimas de sus propios cuerpos, de maneras brutales e irreversibles. La muerte siempre es absurda e inoportuna, y nos deja con proyectos incompletos, con libros sin leer, con sobremesas sin transcurrir.

Entonces.

Mientras miro el patio de mi casa a través de las rejas de mi habitación, esperando un informe de laboratorio que, usando una escritura completa al decir de Harari, me diga si formo parte de los afectados por el virus de moda, pienso y escribo, sin pretensión alguna de talento o de originalidad. Comienzo, en tres meses, mi sexta década, y se me llena el culo de preguntas. ¿Era esto lo que esperaba? ¿Cuáles habrán sido las expectativas que quienes me formaron tenían sobre mí? ¿Llegué a lo que debía? ¿Me quedé corto? ¿Fui más allá? ¿Tiene sentido seguir insistiendo? No la tengo tan clara. Creo que nadie tiene esa certeza. Sé que traté siempre de ir por el lado que me marcaba la Historia familiar, con sus fusilados, sus exiliados, sus militantes, sus docentes, sus sanadores. Sé que es un privilegio integrar una tribu en la que la palabra es eje y sentido. Sé que cada charla con mis hijos, con el militante, con el escritor y con el artista, así lo demuestra. Sé que la compañera que encontré el primer sábado de este siglo es la que volvería a elegir cada nuevo sábado de cada nueva semana, porque nos merecemos lo transcurrido. Sé que la nostalgia es el pan en el huevo frito de la vida, ya sea por lo pasado como por lo que vendrá.

Entonces.

Empieza otro año.

Empieza otra década.

La década.

Esperemos estar a la altura de los que no la pudieron completar.

En su nombre, levantemos la lata, la copa, la botella cortada, el vaso.

Y no le mezquinemos cuero.

Salú.

martes, 9 de noviembre de 2021

Tres

El Klezmer del Este Cordobés mira por el ventanal de la estación de servicio de la multinacional, la que está en el cruce de la Avenida con la ruta y piensa, porque eso suele ser un buen hábito. O eso dicen. Y el Klezmer del Este Cordobés es muy respetuoso de los saberes populares.

Dicen, por ejemplo, que la cruz de sal corta la lluvia. Y que la sandía con vino es letal, peor que el neoliberalismo. Por lo menos en el corto plazo. Dicen, también, que no hay que batir mayonesa cuando manda la luna, porque eso acarrea resultados casi siniestros. Desconocemos cómo influye el hábito hormonal con la emulsión preparada con la minipimer. Habría que averiguar, hacer un estudio de doble ciego. Cosas más raras se han investigado, con resultados menos trascendentes. Miles de teorías económicas lo demuestran.

Dicen, también, que mientras más avanzada es una corriente de pensamiento, más amplio es el criterio de sus integrantes, y más sutiles sus debates y, por ende, sus conclusiones. Puede ser. O no.

Es posible, por ejemplo, que al organizar un evento destinado a difundir las bondades del tratamiento del hallux valgus en la población vulnerable de Ciudad Insaurralde, actividad dirigida a la comunidad chueca local y a sus cuidadores, se propongan fecha y hora, se diseñen cartelones y se convoque al público conocedor, se asignen temas y tiempos, se distribuyan las responsabilidades e, incluso, se achaquen las culpas.

Porque siempre es bueno saber quién hizo mal las cosas.

Pero entonces, de improviso (o no), alguien se acuerda de que en esa fecha se conmemora el día de la glorificación del boniato, ocasión en la cual los productores regionales de la reivindicada hortaliza harán un guiso masivo en la explanada de la dizque Tecnoteca local, al que asistirán, masivamente, los veinte iniciados en el tema.

Es ahí, pues, cuando el intercambio surge caótico pero nunca demencial, porque se supone que hablamos de vanguardias. Se superponen citas personales con fiestas de guardar con reuniones sociales con eventos culturales con intervenciones militantes.

Y el Klezmer del Este Cordobés siente que ha concurrido a una asamblea de los movimientos progresistas en la cual se debate el calendario marital de Fernanda del Carpio, y que se logrará un improbable acuerdo, con pocos conformes y muchos insatisfechos.

De todos modos, se dice el Klezmer del Este Cordobés, es preferible eso a formar parte de la horda que sostiene que se deben prontuariar a los pibes una vez que nacen, para evitar males mayores. A los pibes que nacen de aquel lado de la Avenida, por supuesto.

sábado, 23 de octubre de 2021

Dos

 Cae la tarde sobre el Este cordobés. El klezmer concurre con el cachorro segundo a aupar al sobrino mayor por línea paterna, en la dura porfía futbolera puberal y arrabalera. La muchachada suda el sintético que cubre los torsos pero no, evidentemente los hados no nos sonreirán, como tampoco lo harán nuestros bravos players. Los llamativo es que tampoco demuestran gozo alguno los contrincantes, por lo menos mientras se desarrollan las acciones en el verde césped. 

Primera parte de un día atravesado por descargas variadas de neurotransmisores estimulantes, si se perdona la disgresión pretendidamente fisiológica. 

Un héroe cumple setenta, y dios se ha sentado a disfrutar.

Finalizado el match, el klezmer del este cordobés debe hacer efectivo su rol progenitor, y trasladar al futuro de la patria hasta la casa de un amigo, en la cual el muchacho deberá hacerse cargo de la nutrición de los concurrentes al evento. El hogar del anfitrión se encuentra en una zona de casas sin revoque, con calles mal iluminadas, cercana al margen construido del conurbano que habitan. Una vez allí, son recibidos por la madre del festejado, quien explica que el barrio no debería generar ansiedad alguna al klezmer, y que el ágape se desarrollará, íntegramente, en los intramuros del solar familiar. El remitente agradece la preocupación, y exime a la comadre de toda justificación, posteriormente a lo cual se retira hacia su hogar, mientras barrunta la tristeza de sentir que vivimos en un mundo en el cual alguien siente la necesidad de pedir perdón a otro por no ser ABC 1 y no vivir en un barrio de casas con pileta y carros de doble tracción. Tristeza que muda, casi inmediatamente, en furia, porque comprende que, para muchos sujetos que jamás podrán tener un plantín de chauchas en su patio de mosaicos, esa conducta es no solamente digna, sino que es, además, recomendable.

El klezmer del este cordobés comprende que la peor clase de ser vivo es aquel que cree merecer un esfínter ubicado una cuarta más al norte.

Y se va a escuchar a García. Porque si la solución es lejana, siempre nos queda la belleza.

martes, 19 de octubre de 2021

Uno

 El mundo es un lugar hostil para las almas simples, piensa el klezmer del este cordobés. El mundo es un lugar extraño, además, para los que pretendan analizarlo desde los tradicionales cánones analógicos. En la tele, veintidós muchachones con ingresos muy por encima de los de sus espectadores porfían por ganar un trofeo que corona al campeón de un torneo europeo poblado de jugadores sudacas o africanos de primera o segunda generación, jóvenes atletas que, de carecer de las habilidades necesarias para triunfar en el reality futbolero, no habrían pasado de Lampedusa. Mientras tanto, la radio transmite el empate de Central y de Platense uno a uno. Ferro no juega en Primera.

Paradojas.

O no.

Blanqueo de modernos Espartacos, sin gloria para los amateurs. Nadie aplaude al segundo, el primero de los últimos de aquel doctor legendario. 

Melancolía de los noventas, de raros peinados nuevos y de básculas con dos cifras, cuando todos los pasados estaban por llegar. Nostalgia de los derrotados, del Diez de la península, de los primeros caídos nuestros. Todavía no teníamos muertos genuinos, la decadencia era ajena. Éramos inmortales, como corresponde.

Afuera la ruta, metáfora berreta de todo. Lo abstracto como base de lo transitorio. Nada es menos tangible que el traslado. Nada es menos violento que el destino.

Y así vamos. Predicadores invictos de lo etéreo, jueces imparciales de los extremos, catadores de la miseria. Pero siempre neutrales, por siempre objetivos, para siempre asépticos.

En la tele, un millonario postpúber hijo de ilegales festeja un gol. Otro millonario cuenta que se escruchó una bici para empezar su carrera legendaria en el balompié. Los caníbales dicen mirá qué bien, cómo la voluntad todo lo logra. Afuera, en el barro, se congratulan con los sicarios que le dicen a la madre del pibe que se afanó el celular que no, que pregunte en el otro local.

El klezmer del este cordobés mira por el ventanal cómo la carroza blanca del patrón entra a cargar gasoil y se pregunta qué nos queda de aquella década, cuando todo estaba por empezar.